Capítulo 28

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Viajes, autos y grapadoras

Mina se encontraba dando vueltas por los pasillos del hospital, intentando poner en orden sus propias ideas. El olor antiséptico de todo el lugar le resultaba molesto, no le gustaban los hospitales y su entorno permanente esterilizado. No le agradaban los hospitales y procuraba no frecuentarlos mucho, incluso a costa de su propia salud. Era cierto que incluso estando enfermo prefería guardar cama a visitar una clínica médica, pero sí podía aceptar una visita al médico para prevenir un empeoramiento. Era en las estancias hospitalarias donde en verdad lo pasaba mal porque no soportaba todo esa aura anestésica que envolvía el lugar y que le hacía sentir encerrada en una sonda que la alejaba de los estímulos del mundo exterior.

Todo esto era debido a su infancia, donde tenía que estar quieta, donde no podía toquetear o experimentar, donde no podía mover absolutamente nada sin el permiso previo de su abuela, haciendo que ni su cuarto semejase su cuarto. Su dormitorio era casi una copia del dormitorio de su abuela, con los mismos muebles y hasta las mismas decoraciones para la buena fortuna, alejándola de lo que se supone debía tener, ser o hacer una niña pequeña. No era culpa de la anciana, ella ya había criado a un hijo en tiempos más difíciles y seguramente no contaba con hacerse cargo de su nieta. La mujer de avanzada edad no sabía lo que era el mundo moderno y se había quedado anclada en una época más austera, relegada al recuerdo ya ser casi material de museo.

No es que Mina odiase a su abuela, todo lo contrario, la amaba. Amaba que le enseñase sus primeros acordes, que la cuidase cuando enfermase o que la fuese a buscar al colegio cuando comenzaba a llover de improvisto, portando un paraguas para su nieta. La quería y le dolio cuando murió, cuando la edad no le dio más tiempo y cuando el reloj se detuvo a las cinco de la tarde de aquel domingo. Por eso, no le gustaban los hospitales, porque había perdido a alguien que quería y ahora estaba obligada a cambiar de vida y a vivir con sus padres.

Sus padres le dejaron hacer casi lo que quiso, le pagaban sus vicios, siempre y cuando, al finalizar los semestres tuviese una media alta. Era un trato simple y ventajoso para ella, pero de nuevo no podía decorar su habitación. Ese nuevo dormitorio era como sus padres: modernidad y diseño, relegando lo familiar y acogedor a algo puramente estético.

Por eso también odiaba los hospitales, por lo blanco de aquellas paredes, por lo aséptico, por el mirar sin tocar porque solo los expertos tienen ese derecho.

Necesitaba salir a tomar al aire, antes de empezar a pintar tanta blancura con un rotulador ya hacer lo que hacia con Dahyun: ser responsable, educada y endiabladamente creativa.

Intentaba envolver su fular de tonos purpureos en su cuello a modo de improvisada máscara para jugar un doble papel; procurar que nadie le tosa a la cara y que la gente se alejase de la enferma que pululaba con la cara medio cubierta por telas. Ella era diferente a su modo, diferente de todo. Una chaqueta de corte militar, una camiseta ajustada de color negro con letras en amarillo, unos jeans rasgados y una mochila llena de chapas con imágenes divertidas. Eso era ella, una persona responsable y seria con toques rebeldes que deseaba demostrar que el status quo tendría que aceptar su disconformidad.

Era consciente de que en una ciudad tan cosmopolita como aquella su estilo no llamaba la atención y era algo que le encantaba: pasar desapercibida siendo quien era. A nadie le importaba como vistiese fuera del riguroso entorno académico y eso lo amaba. Lo amaba tanto como detestaba sus clases prácticas.

Se aproximaba a la planta baja, porque Myōi siempre prefería las escaleras ante el miedo de que el ascensor se quedase atascado y su claustrofobia dejase de ser un simple detalle que tenía bajo control para terminar transformándola en un mar de nervios.

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⏰ Last updated: Jan 31 ⏰

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"Un puente hacia ti" SaTzu Where stories live. Discover now