Capítulo 8

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El barrio de Kamagasaki

—¿Cómo dices? —preguntó Tzuyu casi sin creerse lo extraña de la petición de la otra joven.

—Digo que quiero acompañarte hoy durante todo el día. Así me quedaría más tranquila —la joven heredera le devolvió la más dulce de sus sonrisas.

—¿Es qué no entiendes que te he dicho que no quiero que te metas en mi vida?

—Si, lo sé, pero solo te pido esto. Nada más.

La joven de melena media deseaba negarse, pero la joven que tenía ante ella era la figura personificada de la esperanza y de las buenas intenciones, casi como si no fuera real y simplemente su existencia fuera una broma del destino que coloca en alguien puro en un mundo sucio y gris.

A la joven de piel trigueña le daba vergüenza comparar su vida con un ático de lujo en el centro de la ciudad, pero sabía que solo haciendo algo así podría separarse de su Fresón sin que a ninguna de las dos les molestase luego la conciencia.

—Está bien, comeremos algo, tú te arreglarás en lo que tarda en prepararse mi ropa y nos iremos a mi barrio —, pero en ese momento, Tzuyu tuvo que hacer un inciso muy importante —, y nada de cosas caras. Si vas enseñando diamantes podríamos meternos en problemas.

—Casi nunca llevo joyas, pero ¿tan malo es tu barrio? —la mente de la empresaria ya viajaba a una zona de guerra en medio de una urbe tranquila.

—No, pero siempre hay algún idiota que quiere pelea. Es un barrio obrero, así que hay de todo.

Le heredera dio un brinco para levantarse y se apresuró a sus aposentos en busca de una reconfortante ducha matinal. No había discutido nada más con su nueva amiga, solamente se había erguido para entrar ya en la ducha y darse prisa, no siendo consciente de que aún faltarían horas para su salida. Se sentía como cuando era pequeña e iba a las excursiones del internado, un día diferente, lejos de la monotonía aburrida y caduca del día a día. Habrían pasado años, pero para Sana, la vida seguía siendo algo aburrida, con la única diferencia de que no podía dibujar en las esquinas de sus libretas, ni distraerse mientras se explicaba la lección; ahora debía estar atenta para dar buen nombre a los Minatozaki y los viejos cascarrabias eran ahora miembros del consejo directivo en vez de profesores.

En la ducha, la piel nívea de la joven Minatozaki se deleitaba con cada gota de agua, calentando sus músculos adoloridos después de los esfuerzos y las prisas de la noche pasada. Era algo difícil de asimilar, pero en el fondo sentía que de haber sido rechazada por Tzuyu, se pasaría el día llorando y sintiéndose una muñeca rota, así que agradecía a Dios que la joven trigueña hubiera cedido.

«No entiendo el porqué de su carácter» divagó en sus pensamientos mientras aclaraba su oscura melena, «sigue siendo infantil, pero ahora puede llegar a ser muy arisca. Tendré que hacerle ver que puedo estar a su lado», aunque estas afirmaciones se iban por el sumidero, al igual que el agua cuando ella misma repasaba sus propias inseguridades. Inseguridades que se mostraban incluso en las cosas más simples, como que ropa ponerse para ir con la chica de brillantes ojos pardos. En una ocasión normal, la empresaria sabía como vestir, y siempre había preferido lo práctico y cómodo para su día a día, a lo ostentoso; pero en el trabajo se había acostumbrado a trajes femeninos y vestidos de corte ejecutivo, no a ropa informal salida de un baratillo. Lo que la joven de piel mármolea no quería hacer era elegir una prenda demasiado glamurosa, o algo demasiado aburrido; no quería que Tzuyu creyese que no tomaba en serio sus indicaciones, ni tampoco parecer una mosquita muerta. Al final, se decidió por unos vaqueros oscuros, una camiseta roja acompañada de un chaleco y una gorra Stetson a juego con el chaleco y por último, una bufanda para envolver parte de su rostro y cubrirse del frío. No era que su rostro fuera conocido lejos de las altas esferas, pero la bufanda y la gorra le quedaban bien, al tiempo de que la ayudaban a calmar sus ánimos y encontrar cierto anonimato.

"Un puente hacia ti" SaTzu Where stories live. Discover now