Capítulo 20

99 17 33
                                    

Bailes, vestidos y llamadas sorpresa

Habían pasado varias semanas desde el incidente padre-hija pero por suerte para Sana, su valentía se pagó con algo de paz mezclada con indiferencia paternal. A decir verdad, Sadao había ignorado a su hija de la misma forma que otras semanas y aquello no implicaba ni demostraba mejoría o tensión en su casi inexistente relación. A medida que pasaban los días, las malas miradas que el patriarca de la familia le cruzaba a su hija en los elevadores de la Torre Futuro, volvieron a convertirse en simples muecas y saludos cordiales, casi realizados de manera automática por un robot.

El señor Minatozaki nunca había sido una persona especialmente dada a las interacciones sociales dentro del típico baile de máscaras que eran las relaciones en la alta sociedad. Nadie se demostraba tal cual era y mucho menos estaba exento de crítica, escarnio y puñalada por la espalda, era casi tarea obligada obtener las envidias de los que ante ti eran tus amigos, porque eso demostraba éxito y poder. Aquella extraña medida de poder y estatus social era una forma de decirle al mundo que eras mejor que los demás; porque solamente se fijan en ti cuando tienes éxito y todo el mundo ignora a quien no lo logra.

Aquel era el mundo donde Sadao se crió, donde creció y se hizo un hombre; un mundo lleno de brillos de plata y oro, tan vacuos y temporales como el paso del tiempo o el polvo que los cubriese; y era en aquel recoveco de relaciones artificiales, donde el padre de Sana encontró una joya. Aquella perla tenue, aquel oasis en el desierto, era su amada Junko; la mujer más inocente y hermosa que jamás pudo haber tenido o deseado hombre alguno.

Junko, la futura señora Minatozaki, no era más que la hija de un empresario modesto que había cultivado su fortuna con maquinaria agrícola en las tierras del Este. Para fortuna de la familia, entre el campo creció una hermosa joven, inocente cual flor, que desconocía el desprecio natural de la gente adinerada para aquellos con fortunas menos solventes que la suya.

En aquel momento, la primera vez que ambos se vieron, Sadao notó la inocencia y la sinceridad de la joven venida del Este, que no pululaba de manera tendenciosa imitando al resto de los allí reunidos, sino que los observaba con pena ante el hecho de que un bale era más una competición que un motivo de festejo. Fue ante tal inocencia que el heredero de los Minatozaki se enamoró de ella y para ser digno de tal flor entre el desierto, se alejó de aquel mundo de risas sórdidas y mentirosas que había conocido.

Su romance tuvo altibajos. El carácter fogoso y airado de los Minatozaki hacía que el heredero de la empresa a veces se desbocase, aunque las cosas aún empeoraron más cuando Sadao tomó el lugar de su padre. Aquella situación sería su distanciamiento y con el tiempo, los últimos pasos de su relación antes del trágico final. La alegría del ya patriarca se tornó en tristeza cuando su amada falleció dando a luz a su hija y durante varios años, Sadao solamente se recluyó; únicamente saliendo de su encierro años después para buscar una nueva madre o aquella que le diera un nuevo heredero; convirtiendo así la historia de Sadao en el drama de quién no apreció lo que tuvo hasta que lo perdió, y los pétalos que dejó su flor silvestre, lloraban, gritaban y pedían comida, eran un bebé que él no podía querer.

Técnicamente, la vida de Sana había sido el proceso de darle a su hija lo mejor, teniendo a su lado actos casi obligatorios y propiamente ceremoniales, y encontrarse en ciertos momentos de cenas o costumbres sociales. Así pues, a la joven heredera no le importaba mucho que su padre ahora mismo estuviera más distante que nunca con ella, pues entendía que a alguien como su progenitor le resultaba sorprenderte y casi imposible que alguien le contrariase y mucho menos su hija. Ella siempre había sido tranquila, calmada y había intentado poco a poco ganarse la aceptación de Sadao, pero se negaba a traer a la vida algo que no obtuviese todo el amor que un niño se merecía. Era cierto que su padre no dijo nada en contra de su orientación sexual, era casi sabido que más de un rico heredero escondía su orientación sexual tras una máscara de aprobación social, pero el problema era que la joven de labios carnosos debía acostarse con un hombre y estar al lado de un hombre, cuidándose de los cotilleos y las intrigas de la alta sociedad, haciendo que su posible hijo sufriese esta vida desdichada o la falta de amor de dos padres que pudieran solamente permanecer juntos en la misma habitación cuando el infante así lo precisase. 

"Un puente hacia ti" SaTzu Where stories live. Discover now