Intromisión inesperada

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Siempre que fabrica los brebajes de las pócimas mágicas, Silvio usa guantes, ya que en algún proceso del trajín, los líquidos tienden a adquirir elementos nocivos. Justo en ese momento, ya había terminado la fabricación del líquido que, llenando el fondo de una vasija de hierro pequeña, recibía el abrazo en espiral de una larga cuchara manipulada por la mano enguantada.

Listo —señaló para sí mismo el Brujo, viendo el fluido gris incoloro en gran parte, sin embargo al verlo por un ángulo que no fuese muy elevado, la luz de las gemas en paredes y techo, hacía ver que el brebaje tenía ciertos colores distintos al anterior—. Con esta bebida para el cambio de apariencia, podre volver a salir a vender en las plazas de Oxford, Lincoln y Mattos: falta un nombre —Sacó la cuchara y le dio un par de golpecitos al borde de la vasija, para que el cubierto soltara unas gotas en el brebaje—. Como pareceré un hombre de Alba, lo mejor será Alex o Pavel: bah, pienso en eso después.

Desde hace rato que tenía ganas de un pastel, pero postergo el gusto por hacer la pócima. El Brujo soló tapó la vasija donde estaba el brebaje completado, dejando en una mesa cerca la cuchara y lanzando allí los guantes. En esa ocasión, no decidió usar la Traslación instantánea, sino que caminó por las dependencias de su hogar.

Salió de la sección de la fabricación de pócimas e ignorando las zonas para elaborar Herramientas mágicas, más el almacén, dio con la puerta férrea con incrustaciones de gemas mágicas, cuya función se encontraba apagada en esos momentos. Silvio pasó la puerta a paso presuroso pero tranquilo, frotándose con la mano zurda el sudor de la frente, ya que recibió altas temperaturas en cierto proceso para fabricar la poción. Salido de la zona de experimentos, se daba a un pasillo de una decena de metros, de poca anchura y en sus laterales había a cada lado 20 puertas enrejadas y resistentes no solo por el hierro, sino por la Magia.

Era allí el lugar donde sus criaturas se alimentaban y descansaban. A cada paso que daba, el Brujo vio por ventolera a sus guerreros bestiales.

—Buenas tardes —saludaba a alguno de esos seres que de casualidad no estuviese dormido y que captase su atención cerca de las puertas enrejadas—. Los más letales —comentó eso a las 2 criaturas más peligrosas que tenía disposición.

El que se veía mejor era el humanoide lagarto de grandes ojos saltones, piel escamosa y verde, con una larga cola tan gruesa como sus extremidades, ya que estaba sentado cerca de la puerta: la larga cola enroscada en sus piernas cruzadas le daba un aire de estar meditando.

El otro no se veía, ya que estaba en un ángulo alejado de la puerta, sin embargo, al dejar atrás por un par de metros el umbral, sin parar de caminar, el hombre de ojos color azogue distinguió por el rabillo del ojo al ser acostado en el suelo de piedra, boca arriba, pareciendo muy humano, si se quita el conjunto de cuernos afilados en gran parte de sus extremidades y el color gris acerado de su piel.

Silvio salió de ese pasillo y dio con la redoma de su hogar, que destaca por la presencia del Obelisco mágico en el medio, una colosal gema flotante y cilíndrica, que se levita a un palmo del suelo y cuya punta de relieve piramidal, está a la misma distancia del techo. La Herramienta mágica es de 1 metro de ancho, de color blanco, aunque en su interior, como figuras dentro de un cristal, las corrientes de Magia parecen formar constelaciones de muchos colores brillantes. El Brujo pasó al lado del Obelisco mágico, para dar con la puerta de la cocina, la pasó, como siempre, aunque usando la zurda y ya adentró, se apresuró a sacar de las gavetas el trozo de pastel de durazno que tanto le gustaba a él; mientras apartaba el envoltorio, recordó que en cierta ocasión, Dana se puso bocados de torta en los pechos y el abdomen, invitándolo a comer.

El recuerdo le hizo ver la mano izquierda y fue entonces donde terminó quieto, cerca de la mesa. Los ojos vibrando en sorpresa. La torta apreciada fue lanzada a la mesa, lugar donde el envoltorio se soltó completamente, haciendo que el dulce rodara libre, desperdigando migajas en la madera plana. Al Brujo no le importó el desorden que tendría que limpiar, no, todo en él fue ver la palma de la mano zurda.

En las Garras de la BrujaWhere stories live. Discover now