Encuentro bajo la luna

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Oculto en la oscuridad, los ojos del asesino contemplaban la noche. Nubarrones oscuros y fantasmagóricos le hacían compañía a la luna, color pureza e irradiante de luz en la frialdad nocturna.

Las antorchas, lámparas y demás luces de la comunidad estaban encendidas. Las altas horas de la noche, más la negligencia de toda persona en las calles, otorgaban un aire espectral a la villa: era el momento indicado para actuar.

Él se encontraba agazapado en el techo de una casa. Las ropas oscuras que lo vestían ondeaban a cada palmada del viento nocturno. En el asesino destacaba la capa negra con capucha que ocultaba su cabeza; el rostro yacía bajo mantas oscuras, cubriéndolo hasta el punto de solo dejar libre las ventanas del alma. Usaba ropas negras, propias de alguien que no quiere ser visto en las sombras; entre esa vestimenta yacían armas para el asesinato y el combate.

Un cinto era el descanso donde esta una espada bastarda enfundada, en compañía de discos cortantes. En el pecho, otro cinturón transversal sostenía una decena de dagas arrojadizas. A los costados del calzado negro se hallaban dos largos cuchillos enfundados y en el antebrazo izquierdo estaba una ballesta de mano.

Bajo la estrella blanca de la noche, el guerrero oscuro yacía en letargo como una estatua. El ser entrenado desde hace años para segar vidas, esperaba el momento donde la luna se ocultase por grandes nubes. Por ahora sus ojos castaños observaban un pequeño castillo, allí su objetivo se encontraba.




Dentro del recinto de piedra y madera, donde guardias armados con lanzas patrullaban, cierto hombre tenía una reunión. El sujeto adulto de vellos faciales formando un bigote corto, oscuro como su cabello, se encontraba en una mesa charlando con un hombre de cabellera canosa y otro de no tan alta edad. Los jubones, calzas y botas de los 3, los identificaban como personas de la nobleza, aunque su lino no fuese destacablemente refinado.

El lugar era una amplia sala donde las ventanas laterales y cerradas tenían en sus paredes lámparas que iluminaban la mesa, silla y demás elementos de ese lugar del castillo; 4 guardias con lanza estaban de pie, quietos en las esquinas, mientras que su señor, el hombre del bigote, era castigado verbalmente por el sujeto viejo.

—¿Acaso estás loco? Si el lord se entera que le robaste semejante cantidad de dinero, te...

—Ya lo sé —interrumpió el señor del castillo con rectitud—. No me importa lo que pase, ese dinero será para el bien de los campesinos.

El otro hombre sin canas en el pelo se frotó la barbilla, un tanto preocupado, inquiriendo.

—Gail, sé que esto fue por el bien de la gente, pero ya sabes que el camorrero del general mandará a indeseables para tomar tu vida.

—Lo sé, pero estoy dispuesto a correr el riesgo.

Las palabras de esos hombres eran veraces. Sin importar lo que pasara, Gail ya había accionado tiempo atrás en contra de su señor feudal. Él había tomado las precauciones necesarias y había preparado a Lanza de roble, su castillo, ante las posibles represalias que podían acontecer. Su esposa e hijos estaban a salvo en la torre de homenaje y el resto de los recintos del castillo son patrullados por los guerreros a su servicio.




En la entrada del recinto, dos guardias vigilaban. Lanza de roble, castillo de la familia de Gail desde hace generaciones, no es gigantesco, ya que la estirpe del aludido solo es la de un señor de mediano poder, así que su morada tiene elementos que demostraban la humildad de su escaño social. El muro que cubría el edificio no es una mole cuadrada de piedra, sino que es representado por una empalizada de madera de 3 metros de altura, rematada en puntas de flecha.

En las Garras de la BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora