Palabras de regocijo

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Lydia disfrutaba la compañía del guerrero y pese a que en el fondo, una parte de ella lamentó su declaración, ella no hizo nada para cambiar lo que había aclarado. Continuó usando elegantes ropajes reveladores y parándose a posta por las noches, por si acaso a él también le daba por tomar agua, deleitándolo así con su ser vestidos en ropajes para dormir.

A Michael le encantaba verla de esa manera, pero en las otras situaciones del quehacer diario, seguía terminando embelesado al observarla. Ya entendía que el sentimiento cuyo poder puede superar a la razón y la experiencia, era el causante de la perturbación. En su ser había un juicio, en donde el juez y jurado tenían argumentos, pero el culpable, ese único ente, lograba prevalecer ante los demás.

No hizo falta mucha cavilación para que el guerrero entendiera porque se sentía así, pero en pos de evitar un conflicto, decidió mantener la boca cerrada y seguir laborando bajo su yugo.

Ella ya había aclarado todo, sería tonto reincidir en ese asunto: él estaba consciente de eso, pero seguía deleitándose con las fantasías de su imaginación. Por ahora lograba convivir con amistad y servidumbre, pero tal vez alguna palabra u alguna mirada, ocasionaría que él volviese a intentar acerarse a ella.




Sir Roran tenía por costumbre realizar un patrullaje en los caminos cercanos de Aldea Marian, la comunidad más cercana su torre. Como apenas era un señor feudal de rango bajo, no contaba con muchos guerreros para tener una aceptable seguridad en las 5 comunidades que conformaban sus tierras, de modo que para apaciguar y mermar las habladurías de su gente, él mismo realizaba las patrullas, a penas en compañía de un par de Soldados imperiales, que eran los 30 guerreros con los que contaba.

Praderas tranquilas, arboladas de mediana dimensión y cursos de río zigzagueando en el terreno, es lo que prevalece en la geografía de sus tierras. En las mismas solo descollaba Bosque Ovalo, la multitud de encinos que estaban al sur y algunas que otras colinas a diestra y siniestra. A parte de eso, las novedades en el lugar eran pocas, más que todo monstruos que por fortuna procuraban distanciarse de la gente.

Siempre al patrullar, el caballero se pertrechaba con armadura al completo, con escudo en la grupa del caballo y en el cinto cargaba una espada pequeña y un martillo de guerra: su único decoro era la capa azul marino.

Esa mañana todo parecía marchar con normalidad en la cabalgata. Ya había dejado atrás Aldea Marian, así que ahora a los costados tenía una extensión de pradera forrada de hierbas y plantas silvestres, con salpicaduras de árboles por aquí y allá. Ya el verano estaba bien posicionado, así que en la naturaleza, tanto cerca como lejos, todo era verde. Roran no solía distanciarse mucho de Aldea Marian, por lo que ahora, fijo en su vista cierto alcornoque solitario que se erguía al lado del camino, a varios cientos de metros y decidió dar la vuelta allí.

Fue a docena de metros del punto de regreso, donde lo vio.

—Eso es —pensó con los ojos castaños avizorando algo cayendo desde las nubes, a varios kilómetros de distancia, justo al frente—. Es un Grifo.

La lejanía era tal que apenas distinguió el color arena y roble en las plumas del ser alado, junto con las extremidades de águila y león, más las alas y la cola moviéndose aerodinámicamente por el descenso en picada. Esas criaturas tienen gusto hacia la carne de caballo, los animales grandes de la granja como vacas y cerdos: no prefieren carne humana, pero pueden ingerirla.

—Vamos. —indicó a sus hombres espoliando a su caballo y así los 5 jinetes emprendieron el galope.

El caballero cursaba el camino trillado que va a Aldea Marian, así que algún viajero u persona de sus tierras, podría ser el objetivo del monstruo volador. Roran esperaba que las lanzas de los 4 guerreros que lo acompañaban fuesen suficientes para hacer frente a la criatura y rumiando en cómo se desarrollaría la contienda, fue testigo de lo siguiente.

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