Convivencia

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Un joven caminaba por los parajes de Bosque Ovalo, con mirada y andar de alguien estando alerta a todo. El adolescente de nombre Jake usaba ropas de granjero, demostraba sus 15 años con los rasgos juveniles del rostro y se desplazaba a paso cauteloso, con una mochila en la espalda. Los ojos castaños, ignorantes del peligro, miraban de aquí para allá y sus piernas temblaban con tenuidad, por el terror que la mente evocaba.

Eran las horas cercanas al crepúsculo de la noche, más allá del encinar denso, en el horizonte, el sol se despedía con luz anaranjada. Los árboles y la vegetación del lugar se llenaban cada vez más de penumbra, conjunto al creciente sonido de los animales nocturnos.

Jake solo era un simple granjero, que en esos instantes quería escapar del inminente peligro del camino actual, pero en el fondo sabía que no tenía opción: a su mente apareció la imagen de su madre enferma, tenía que salvarla.

Los sanadores de su pueblo, Olmo meandro, no contaban con los implementos necesarios para salvarla y al pertenecer a una familia de escaño bajo, él no tiene los medios para comprar una poción de sanación a los Magos imperiales, ya que estos pedían una cuantiosa cantidad de dinero. La familia de Jake no pudo utilizar sus ahorros porque la enferma, consiente de su situación, pidió que no se hiciera semejante sacrificio, pero resistiéndose a verla cada día más febril en cama, el joven tomó una iniciativa que cuestionaba justo ahora: pedirle ayuda a la Bruja que habita en Bosque Ovalo.

Jake había llegado a Villa caballo, un pueblo a 2 km al oeste del susodicho bosque, hace una hora y aunque la gente allí le dijo con confianza que la Bruja le ayudaría, él no aceptaba el sosiego a ciegas. Para todos es sabido las maldades ejecutadas por la calaña de los Brujos, cierto es que también hay historias de dichos seres que hacen el bien, pero estos no son tan numerosos ni compartidos por el pueblo llano. El joven se encontraba muy suspicaz, pero mayor era el miedo a perder a su madre, así que por esa razón estaba allí justo ahora, caminando en el encinar sumiéndose en la oscuridad.

Los pasos resonaban cada que pisaba hojarasca, la penumbra se hacía cada vez más presente, los ojos de Jake miraban todo indicio de peligro: en medio de la oscuridad, alguien lo contemplaban.

Ya debo estar cerca. —pensó el adolescente y en ese instante, una gélida voz femenina declaró.

—Detente muchacho.

Como si una garra apretara su alma, el chico se detuvo inmediatamente, sintiendo su corazón dar fuertes tambores: había encontrado a la persona que buscaba. Jake miró de aquí para allá, intentando dar con la figura de la mujer, pero al percibir solo la creciente oscuridad del bosque, decidió preguntar cortésmente, no sin ocultar su miedo.

—¿Es usted la Bruja de Bosque Ovalo?

—Es correcto. Que lo sepas, me da a entender que has venido aquí por una razón.

—Sí, necesito su ayuda.

El muchacho miraba de aquí para allá, pero esa voz parecía emanar del viento mismo, no podía dar con su origen.

—Declara tu peripecia. —dictaminó el ente femenino, acerado en tono y en vistas de su aparente cooperación, el muchacho se explicó, aun sin bajar la atención a sus alrededores, como cervatillo acorralado.

—Mi madre tiene mucha fiebre, se siente muy fatigada y ha tenido un par de recaídas. Los sanadores de mi pueblo no saben cómo curarla y las pociones de los Magos imperiales son muy caras, por lo tanto, aspiró usted me auxilie, por favor —Sólo el silencio fue su respuesta, por lo tanto pidió con voz anhelante—. Tengo comida para usted, por favor, ayúdeme.

—Está bien. —declaró sucintamente la recta voz femenina en el viento.

Jake sonrió, pero esa chispa esperanza se derrumbó, sintiendo la hoja de un acero tocarle la espalda, a medida que una voz masculina declaraba imperantemente.

En las Garras de la BrujaWhere stories live. Discover now