Capítulo 17

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Mientras el sol escapaba por los pequeños huecos en las persianas y una enfermera poco discreta entraba a la habitación, Paul despertó. Ya se cumplía una semana desde que estaba durmiendo en ese incómodo sofá y mentiría completamente si dijera que no extrañaba su cama.

Ya se sabía el horario de memoria. A las 06:00 entraba una enfermera a colocarle medicación a Clarisse o simplemente a ver su estado. A las 06:30 el se duchaba. A las 08:00 lo echaban para que se fuera a desayunar y almorzar. A las 14:00 el podía volver y quedarse el tiempo que le viniera en gana, pero a las 20:00 lo volvían a echar para que se fuera a cenar, y apenas podía regresar a las 22:00. Y, aún así, el hozaba decir que era poco tiempo el que pasaba con su amada.

Los médicos decían que Clarisse mejoraba rápidamente, demasiado para un paciente en su situación, pero eso no calmaba lo suficiente los nervios de Paul, y por consiguiente, también de la manada entera.

Las enfermeras hacían preguntas extrañas de contestar, ¿Por qué extrañas? Bueno, ¿Cómo se vería que una chica cuyos padres no van a buscar, porque están muertos —pero eso las enfermeras no lo sabían—, está completamente sola con un grupo grande de hombres y muy pocas mujeres y, además, está en un deplorable estado físico? Exacto, terrible. Es por ello que muchas veces debían decir algunas mentiras piadosas; como decir que Emily era su tía, Kim su hermana, Jared su cuñado, y Paul el hermano de su cuñado.

El sonido del monitor le ponía los pelos de punta cada vez que lo escuchaba, porque inevitablemente, lo primero en lo que pensaba era en un largo y pronunciado pitido que informaba que había perdido la batalla. No quería pensar en ello, pero había que ser realistas. Clarisse se había roto varias costillas y casi se había perforado el pulmón, tenía un golpe bastante fuerte en la cabeza que, de puro milagro, no hizo que el cerebro se le inflamara, porque de ser así habrían ocurrido dos cosas: o la habrían metido a quirófano o estaría muerta.

Clarisse estaba bastante grave, Paul no podía ignorar eso, pero eso no significaba que no quisiera hacerlo.

Se miró al pequeño espejo del baño luego de cepillarse los dientes. No podía decir que se había descuidado esa semana, porque había sido todo lo contrario. Se había rasurado la barba temprano por la mañana todos los días, sin falta, se preocupaba por oler siempre bien y, dentro de lo posible, estar presentable. No quería que Clarisse despertara un día y el estuviera barbudo, sucio, y sin si quiera ducharse, a su lado. No, no, claro que no. Desde que la había conocido había tratado de verse bien siempre, y quería que ella siguiera teniendo esa impresión de el.

El papá de Paul lo llamaba todas las mañanas para preguntarle donde carajos se había metido, porque, valía aclarar, el pobre hombre ni siquiera estaba enterado de que el era un metamorfo, no estaba enterado de nada de lo que involucrara a la manada, y Paul quería que siguiera siendo así, pero era cada vez más difícil esconderlo. Había ignorado todas las llamadas de su padre desde que lo había llamado el primer día y el le había dicho que estaba de viaje con unos amigos, cosa que su padre no le creyó para nada, porque Paul no tenía amigos además de la manada, y el no le había presentado a la manada, así que, para su padre, Paul no tenía ni un amigo.

Emily le había insistido en que contestara y tratara de, aunque sea, idear otra excusa, pero ahí nacía otra gran duda: ¿Qué le decía?

No podía atender y decir: «Bueno, papá, la verdad es que soy un metamorfo, me convierto en un lobo gigante, encontré a mi impronta, que es como mi alma gemela, pero tiene una mala suerte envidiable y le pasa de todo y casi siempre se está muriendo, así que esta es una de esas veces en las que se está muriendo, no sé cuando regreso a casa, adiós, luego te hablo». Simplemente no podía decir eso si no quería que lo mandaran directo al psiquiátrico. Tampoco podía pensar en que decirle, no tenía ni tiempo ni cabeza para hacerlo.

Desde que Clarisse había sido ingresada en el hospital, el tiempo parecía haberse detenido para Paul y la manada. Cada día era una batalla contra la incertidumbre, y cada pequeña mejoría en el estado de Clarisse era motivo de alivio y esperanza.

En la habitación 617, Paul permaneció junto a la cama de Clarisse el tiempo que le fue posible antes de que lo sacaran de la habitación como de costumbre, observando cada respiración, cada latido de su corazón. Sus ojos estaban fijos en su rostro, todavía marcado por los golpes y las heridas, pero también mostrando signos de una lenta recuperación.

La presencia constante de Paul parecía calmar a Clarisse, incluso en su estado inconsciente. A veces, su mano buscaba instintivamente la suya, como si pudiera sentir su cercanía incluso en el sueño. Paul se aferraba a esos pequeños gestos como si fueran su única fuente de esperanza en medio de la oscuridad.

Mientras tanto, en el pasillo del hospital, la manada se reunía en silenciosa vigilia. Sam, Leah, Seth y los demás se turnaban para mantenerse cerca de la habitación de Clarisse, ofreciendo su apoyo incondicional a Paul y esperando ansiosamente cualquier noticia sobre su estado. El ambiente estaba cargado de tensión y preocupación, pero también de una profunda solidaridad.

A medida que pasaban los días, la manada se había vuelto aún más unida, cada miembro dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ayudar a su amiga y proteger a su hermano.

—Paul, tenemos que hablar –dijo Sam, en cuanto lo vio–.

El tono de voz de Sam le dio mala espina, ya había escuchado ese tono antes. Lo había usado su madre antes de decirle que se iba a divorciar de su padre, y esa noticia le había arruinado la vida.

—Dime –contestó el menor–.

—Anoche Embry, Jacob y Quil fueron a una fiesta en casa de los Cullen. Los Cullen les comentaron de un grupo de vampiros acercándose a Forks, según dijeron, buscan a la hija de Charlie –explicó brevemente el mayor–.

Paul frunció el ceño, no le gustaba a dónde estaba yendo la conversación.

—¿Y?

—Necesitamos que estés presente para la batalla, mañana por la mañana iremos a la casa Cullen para que nos muestren, de alguna forma, como matar estos vampiros.

—Te recuerdo, Sam, que estamos hechos para matar vampiros, no creo que deba necesitar que me enseñen como hacerlo –contestó Paul, poniéndose de mal humor–.

El no iba a dejar a la chica que amaba a su suerte y sola en el hospital mientras luchaba por su vida. Iba a clavarse a la silla de ser necesario.

—Mi respuesta es no. La chica que amo puede morir en cualquier momento o despertar en cualquier momento, y yo necesito estar ahí para cuando sucedan cualquiera de las dos cosas, así que lo siento, pero no pienso mover un dedo de aquí –respondió Paul, firme ante su decisión–.

—Paul...

—Y una mierda, ya he dicho suficiente. Sabes cuánto te respeto, Sam, pero en esta ocasión, no puedo seguirte

Paul dio media vuelta hacia la habitación nuevamente, alcanzando a escuchar un pesado suspiro de parte de Sam.

Sweetheart | Paul LahoteUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum