Capítulo 2

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Con los audífonos a un volumen casi inhumano, Clarisse caminaba por los pasillos del instituto con la cabeza metida en el horario que le habían dado. Para su enorme desgracia, su primera clase era matemáticas, la asignatura que peor se le daba.

La gente de la reserva era amable, le habían preguntado casi cinco veces si necesitaba ayuda y se habían ofrecido a llevar sus cosas, rechazó ambas cosas todas las veces, pero la gente seguía insistiendo y no entendía por qué.

El instituto no era muy diferente de un instituto normal y corriente, con sus paredes blancas y amarillas pastel, sus casilleros grises y los azulejos del mismo color.

Luego de dar una o dos vueltas en círculos accidentalmente, la rubia finalmente llegó a su salón, por suerte para ella, la clase aún no había comenzado.

Dejando sus cosas en su nuevo lugar al fondo de la clase junto a la ventana, Clarisse se permitió bajar el volumen de sus audífonos y sacar su libro de matemáticas de su bolso, para luego, tratar de centrarse en el mismo.

Todos la miraban sin una pizca de disimulo, como si fuera un animal de exhibición, y eso la hacía sentir sumamente incómoda, pero no sabía como decirles que se detuvieran sin parecer una loca desquiciada.

Pocos minutos pasaron para que el profesor finalmente llegara y diera comienzo a la clase.

No había estado tan mal, principalmente porque esos temas ya los había dado, por lo qué, no debía hacer mucha gimnasia mental para comprenderlo.

—¡Hola! –exclamó una voz a su lado– soy Kim, Kimberly, pero no me llames Kimberly es un nombre horrible.

Era una chica castaña, de estatura promedio, ojos cafés, y linda sonrisa.

—Clarisse, solo Clarisse –se presentó la rubia, mientras le tendía la mano–.

La castaña tomó su mano y la sacudió con emoción, mientras le dedicaba una tierna sonrisa.

—¿Eres nueva, no es así? Todo el mundo habla de ti, pero no te preocupes, solo cosas buenas –decía Kim, mientras tomaban sus cosas– eres mucho más linda de lo que creí.

—Gracias –murmuró Clarisse tímidamente–.

Clarisse era muy mala para relacionarse con la gente, su timidez le impedía hablar cómodamente con extraños, y a causa de eso siempre terminaba diciendo una estupidez para tratar de aligerar el ambiente tenso que causaba, aunque siempre terminaba haciendo el efecto contrario, haciendo todo más rígido y logrando que la otra persona se esfumara.

—¿De dónde vienes?, ¿Nueva York?

—Florida, de hecho, nunca he estado en Nueva York –respondió la rubia mientras cruzaban el umbral de la puerta–.

Sweetheart | Paul LahoteWhere stories live. Discover now