Capítulo 12

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Si algo caracterizaba a Clarisse, era su personalidad anormalmente tranquila, no obstante, los últimos días, lo último que podía hacer era estarse quieta.

—¿Puedo preguntar por qué me vendaron como si fuera una momia si solo me caí al agua? –preguntó Clarisse, mientras devoraba el cono de helado que Kim le había llevado, pues tenerla comiendo era de las pocas maneras de conseguir que se quedará quieta–.

—Según Tiffany, tenías muchos golpes y te rompiste una costilla, ella y Emily hablaron antes de que se fuera, intentó convencerla de llevarte a un hospital por si acaso, pero Sam se negó, de todas formas, ya estás mejor, pero tienes que seguir haciendo reposo –le respondió Kim, también arrasando con el cono de helado de vainilla en su mano–.

—Tengo que dar mi declaración en la comisaría de todas formas, es un caso muy grave, dudo que lo dejen pasar –dijo Clarisse mientras soltaba un largo suspiro–.

Sería difícil mentirle a la policía y que sonara congruente, pues no podía decirles algo como: «Bueno, cuando llegué a casa había sangre por todos lados, recorrí las habitaciones y cuando entré a la de mis padres estaban descuartizados y mi hermano estaba convertido en vampiro». En lugar de tomar su declaración iban a llamar al hospital psiquiátrico más cercano.

—No pensemos en eso, dejemos que Sam y los chicos lo piensen, ellos son los que saben de esto, lo máximo que sé de todo este mundillo fantástico es que, vampiro de ojos amarillos: amigable, vampiro de ojos rojos: a correr. Hablando de vampiros, ¿Sabías que brillan como una bola disco cuando están en el sol? También se pueden alimentar con sangre animal, ¡Oh! ¿Sabías que tienen un olor dulce que te taladra el cerebro? Jared siempre se queja de ello, dice que lo más parecido que encuentra para comparar es cuando te comes una cucharada grande de azúcar y sientes que se te achicharra el cerebro –explicó Kim mientras daba saltos por todos lados, hiperactiva como de costumbre–.

—¿Brillan?, ¿No se supone que se queman?

—¡No, no!, ¡Brillan!, ¡Así! –exclamó la castaña mientras tomaba un bote de brillantina de un cajón y lo ponía al sol– ese cajón es el cajón de manualidades de Emily, lo tiene por su sobrina –explicó brevemente–.

Kim le contagiaba fácilmente su buen humor, y en momentos desesperantes como ese, en el que quería hacerlo todo pero al mismo tiempo no podía hacer nada, lo agradecía mucho.

Ya se cumplía casi una semana desde que estaba en casa de Emily haciendo reposo, Tiffany, enfermera y madre de Embry, iba a visitarla todas las mañanas para comprobar su estado. Había sido una ligera sorpresa para ella que Tiffany, una mujer alegre y con una personalidad muy similar a la de Kim, fuera la madre de un chico tan calmado y a simple vista tímido como Embry.

Sweetheart | Paul LahoteOnde histórias criam vida. Descubra agora