Capítulo 4

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Paul Lahote era conocido como "el rompecorazones" de la reserva, no había chica que no suspirara por el, o que al menos, no lo hubiera hecho alguna vez antes, pero que lo hicieran o no, no era sinónimo de que el también lo hiciera.

Contadas fueron las veces en las que Lahote había tenido sentimientos verdaderos por alguna persona.

Habían pasado casi tres años desde su última pareja formal, y Paul se negaba a entrar en una relación, simple y sencillamente por el miedo a salir lastimado. En su lugar, prefería los encuentros efusivos, con chicas que le llamaran la atención, pero nunca nada serio, no se sentía listo.

Sam lo había regañado por ser un cobarde que se negaba a pasar página, pero incluso el miedo era más poderoso que las palabras de su alfa.

Con el tiempo había aprendido a desconfiar siempre, nunca entregándose por completo, para evitar salir lastimado, pues las chicas con las que había estado de una u otra forma terminaban traicionándolo, sin importar que fueran, desde novios formales hasta simples casi-algo.

No obstante, por más desamores que sufriera, Sam siempre lo atacaba con lo mismo: «Tu impronta un día llegará, dejarás ese estúpido miedo atrás, y andarás detrás de ella como un perro faldero. Por burlarte, ese será tu karma».

Paul no creía en las improntas, para el, era tan solo una pequeña mentira que sus ancestros habían dicho para asegurar su secreto, y aunque había cambiado de opinión al ver a Sam y Emily, ahora creía que los espíritus guerreros simple y sencillamente lo habían abandonado.

En su tiempo, cuando eran más jóvenes, ansiaba que su impronta no llegara, pues solía pensar igual que Jacob: el lobo perdía su personalidad en su totalidad y ahora todo rondaba alrededor de su impronta. No era ninguna mentira, pero una cosa era pensar eso, y otra, aborrecer la impronta, no a la persona, al hecho, tal como lo hacía Jacob.

No obstante, su karma había llegado en forma de la chica más hermosa que había visto nunca, y con el simple hecho de verla directamente a esos enormes orbes verdes, su mundo se puso de cabeza en su totalidad.

—Si la sigues mirando así, va a creer que que estás loco, o que ella lo está en todo caso –le murmuró Jacob por lo bajo, aunque fue olímpicamente ignorado–.

Parecía un ciego que veía el sol por primera vez, un coleccionista que acababa de descubrir un nuevo Da Vinci, una madre que veía por primera vez el rostro de su hijo recién nacido. Cómo había dicho Sam, era una sensación extraña, difícil de explicar, pero que acompañada de la irresistible necesidad de estar cerca de aquella chica, era tan... Extraño, pero a su misma vez mágico, fascinante.

—Cierra la boca, Jacob –bufó Paul, apartando la mirada de donde la tenía, para centrarla en el plato sobre la bandeja de cafetería–.

—Oh, no otra vez –chilló Jared a su lado–.

Estaba peleando demasiado con sus compañeros de manada, pues estos no le permitían acercarse a la rubia por mera seguridad, revoloteando a su alrededor todo el día, todo el tiempo y por cualquier cosa. Sabía que lo hacían por su bien, pero eso no significaba que sus instintos primitivos no le dijeran lo contrario.

Todo él deseaba estar con aquella chica todo el tiempo que le fuera posible, un día, un mes, un año, toda su vida, el tiempo que pudiera. Pues de tener que pasar con ella el tiempo que quisiera, las horas en el mundo no serían suficientes para ello.

Y cuánto desearía poder decir que Sam no tenía razón, que el no la seguía como un cachorro, que no se sentía embobado cada vez que la veía, que no se sentía desfallecer si pasaba mucho tiempo lejos de ella, pero no podía, su karma había llegado y lejos de sentirse enojado, no podía estar más feliz.

Por más impulso que tuviera de estar cerca de Clarisse, no podía, por protección a ella debía pelear consigo mismo para mantener distancia. Y los chicos se encargaban de que lo hiciera, revoloteando alrededor suyo todo el tiempo, para evitar que se acercara tanto y evitar que cometiera alguna estupidez.

Todo por culpa de sus problemas para controlarse, aunque hacía todo lo posible por trabajar en ello. Un par de meses, o incluso semanas atrás, no hacía falta buscar una pelea física con el, tan solo un par de palabras y el estallaría en un enorme lobo platinado, mientras que en la actualidad, intentaba ni siquiera inmutarse ante las presencias a su alrededor, como si todo girara en torno a aquella melena rubia y adorables ojos verdes.

Había pasado del comedor a clase de literatura, la única que compartía con Clarisse, y, aunque no había su intención para nada, ahora se encontraba sentado detrás de ella, pudiendo ver perfectamente lo que anotaba tan velozmente.

Estiró el cuello ligeramente, y pese a la oscuridad, pues estaban viendo una película, veía perfectamente como la rubia garabateaba sobre el papel a una velocidad inhumana. En un principio, creyó que solo eran eso, garabatos, pero no, se sorprendió de ver su rostro dibujado a detalle con el grafito del lápiz, incluso cuando el creía que ya estaba terminado, le rubia seguía agregando detalles, algunos de ellos, que ni siquiera sabía que tenía, como que una pequeña porción de su cabello estaba más corta que el resto.

Soltando un largo silbido que pasó completamente desapercibido para la clase, pero no para Clarisse, Paul lamió sus labios y habló:

—Te quedó muy bien, está tan detallado que pareciera un espejo –comentó el pelinegro, inclinándose aún más, para que así nadie más lo oyera–.

Paul sonrió ampliamente al ver las pálidas orejas de la rubia tornarse de un color cerezo brillante y se apresuraba a cerrar su libreta con fuerza, haciendo que todos, incluída la profesora, se dieran la vuelta a ver qué pasaba.

La rubia se disculpó y la clase volvió a lo suyo, es decir, a hacer todo menos prestar atención.

La felicidad del moreno cayó en picada cuando Clarisse se dió vuelta un momento para guardar su libreta en su mochila, y, viendo su perfil como ya era costumbre en el, notó la esquina de su labio partida.

Su cuerpo comenzó a temblar con violencia debido a la cólera, pero se vio obligado a calmarse ella lo vio se soslayo, chocando con su mirada.

El moreno nunca pensó que algún día se expresaría como lo hacía cuando hablaba de Clarisse, pero lo estaba haciendo.

Era tan maravillosa, hermosa, linda, adorable, inteligente e incluso inocente, que no habían otras palabras para describirla más que esas, o al menos, el no las encontraba.

El impulso de entrar en fase en medio de esa pequeña aula cesó súbitamente, pero la cólera no, tenía el puño tan apretado que sentía que se rompería la piel de los nudillos, y las venas en su brazo se marcaban tanto debido a la fuerza que estaba ejerciendo, que posiblemente ya hasta contaban con relieve.

¿Quién se atrevía a ponerle un solo dedo encima?, ¿Quién se atrevió a siquiera tocar uno solo de los cabellos dorados de su impronta?, ¿Quién estaba tan deseoso de que le arrancara la cabeza?

Sweetheart | Paul LahoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora