Clarisse Loughty siempre fue de pocas palabras, pero eso cambio abruptamente al poco tiempo de conocer a aquel guapo e intimidante chico, que de un día para otro comenzó a seguirla como un cachorro: Paul Lahote.
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Una mañana más en la casa de los Loughty, significaba un día más de caos silencioso, o a veces, no tan silencioso.
—Claude, cariño, ¿Ya has sacado fecha para el examen de admisión? –preguntó su madre mientras desayunaban–.
—No –respondió a secas el rubio–.
—¿Y eso por qué? –preguntó su padre–.
—No quiero –y como si nada, Claude siguió devorando el omelette en su plato–.
Babette jadeó de sorpresa y Bastian detuvo todos sus movimientos, Clarisse se mantuvo inmóvil como una estatua, creyendo que Claude iba a ganarse una reprimenda y no queriendo llevarse una también. No obstante, lo que sus padres hicieron después, la desconcertó, pero no la sorprendió.
—Está bien, hijo, no volveré a molestarte, solo consigue una plaza en la universidad –murmuró Babette, bebiendo su jugo de naranja–.
Si hubiera sido ella la que se hubiera dirigido así a sus padres, una bofetada habría sido lo más leve que se hubiera ganado.
—No se concentren en mi, concéntrense en Clarisse y sus nuevos amiguitos, la vi con un grupo de gente rara el otro día –dijo Claude, sembrando la semilla del caos lista para germinar, mientras bebía de un tirón lo último que quedaba de jugo de naranja en su vaso y se marchaba a paso garboso de la casa–.
Las miradas de sus padres pasaron de Claude a ella en menos de un segundo, y en ese momento, notó las diferencias en la mirada de sus padres.
Eran hermanos, pero estaban separados por una enorme brecha.
—No son gente rara, son unos amigos, son inofensivos –trató de explicarse Clarisse, aunque fue inútil, pues su padre la interrumpió dando un fuerte golpe en la mesa–.
La servidumbre alrededor de ellos se apresuró a marcharse, ya estaban acostumbrados a que sucedieran esas cosas y conocían el protocolo: desaparecer, así tuvieran que aprender a volar.
—No sé en que idioma debo repetir que esa no es la clase de gente con la que debes estar –bufó su madre– solo vas a arruinarte, esta gente es... Oh, ni siquiera tengo palabras.
Clarisse frunció el ceño al ver como su madre hacía alusión a tener nauseas. ¿Qué le había hecho la gente de Forks para que se mostrara tan reacia? Ellos habían sido buenos con ella desde que llegó, no lucían como malas personas.
—No vuelvas a entablar conversación con esa gente, limítate a aplastar el trasero en la silla y tener un promedio perfecto de la forma que sea, ¿Comprendes? –preguntó su padre, pero al no recibir respuesta, volvió a alzar la voz– ¡¿Comprendes?!
