Capítulo 1

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Clarisse siempre había sido fan de los viajes, así fueran en avión o auto, le gustaba la sensación del vehículo en movimiento y en la mayoría (por no decir todos) los casos, se quedaba dormida gracias a ello. Pero últimamente, el simple hecho de subirse a un vehículo, del que sabría que no se bajaría hasta estar en otro estado, solo le causaba nauseas.

Habían estado dos años seguidos de esa forma, se mudaban a un lugar, y a los seis meses, no más, no menos, empacaban maletas y se iban a su próximo destino.

Esta vez no era la excepción, luego de haber estado seis meses en Florida, ahora volvían a mudarse, no obstante, Babette y Bastian habían prometido que sería la última vez, que habían encontrado un lugar lindo y tranquilo, y que no deberían preocuparse por nada más.

Con las paredes de color crema ligeramente escarchadas al igual que las ventanas, con los techos grises llenos de nieve al igual que todo a su alrededor, y con los vehículos siendo limpiados por los cocheros, su nueva casa en Forks les dio la bienvenida.

Clarisse estaba fascinada, nunca había estado en un lugar así, lo más cercano que había estado de un bosque había sido durante uno de los viajes familiares a los campos de caza, pero no se le había permitido salir de la casa, ahora, tenía todo el bosque a su alrededor. Sacando la lengua ligeramente para atrapar un copo de nieve, la rubia abrió los ojos en grande y tapó su boca con una mano al sentir la fría, y ligeramente acuosa, sensación.

El frío no era su cosa preferida en el mundo, pues se enfermaba seguido, y aunque nunca había visto la nieve, ahora le encantaba. No podía esperar para pintar el bello paisaje.

Al darse cuenta que se había quedado atrás por ver la nieve, Clarisse corrió detrás de sus padres y hermano, que ya estaban entrando a la casa.

Por dentro todo era rústico y elegante, lleno de blanco y dorado por todas partes. La familia era muy estricta con su paleta de colores, pues creían que no había colores que los representaran mejor que el blanco y dorado: blanco por la pureza y elegancia, y dorado por su fuerza e imponencia.

En cuanto sus padres tomaron otro rumbo, Clarisse subió las escaleras a toda velocidad para ver lo que, creía, eran las habitaciones. Recorrió todas y cada una, eran exactamente siete, con la misma paleta de colores y las mismas camas matrimoniales. Finalmente decidió quedarse con la que tenía vista al patio, pues tenía el ventanal más grande.

Del otro lado del pasillo, su hermano había escogido aquel con vista a la calle, por suerte estaban muy separados.

Claude y Clarisse no se llevaban bien, simplemente no congeniaban, la personalidad "atolondrada" (como Claude solía decirle) de Clarisse, no podía llevarse bien con el mal temperamento de Claude, que era lo suficientemente odioso como para gritarle por cualquier cosa. Aunque por supuesto, en público las cosas eran muy diferentes, frente al resto eran hermanos amorosos con el otro, por más de que en privado ni siquiera se dirigieran la palabra.

Dejando su maleta sobre la cama, Clarisse comenzó a desempacar, llevaba pocas cosas consigo, pues después de tanto mudarse, había tomado la costumbre de tener pocas cosas para no tener que hacer mucho equipaje.

Sorprendentemente, se les había permitido decorar sus cuartos a su gusto, cosa poco común, pues sus padres solían decir que los dormitorios estaban para descansar, no para adornarlos.

Clarisse era buena en muchas cosas, el arte era una de esas cosas, podía pintar cuadros merecedores de exposición, fabricar esculturas, bailar, cantar, e incluso tocar el piano y el violín. Tenía facilidad para las artes, las amaba, pero sus padres pensaban diferente, de todo aquello, solo se le permitía tocar el piano y a veces el violín, pues consideraban el resto como algo sucio, algo inútil y sin ninguna clase de propósito.

En cambio, su hermano Claude, podía hacer lo que quisiera, ¿Polo? Hecho, ¿Badminton? Hecho, ¿Guitarra eléctrica? Hecho, ¿Batería? Hecho, ¿Formula 1? Más que hecho, ¿No hacer nada? Por supuesto. Claude podía hacer todo y sus padres nunca se lo reprocharían.

La nieve se hizo cada vez más densa, y acompañada de un fuerte viento, comenzó una tormenta de nieve.

Clarisse veía fascinada por la ventana como la nieve cubría cada vez más los árboles, hasta dejarlos con una gruesa capa blanca encima, le recordaba a las películas de navidad que veía a escondidas cuando era pequeña.

Cuanto extrañaba volver a tener seis años, cuando todo estaba bien, cuando ella era ignorante y no tenía la necesidad de cerrar la puerta con doble pestillo.

Para Clarisse, las pesadillas eran algo común, convivía con ellas desde los siete años, todas tenían la misma temática, pero esta vez había sido diferente, y mucho

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Para Clarisse, las pesadillas eran algo común, convivía con ellas desde los siete años, todas tenían la misma temática, pero esta vez había sido diferente, y mucho.

En aquel sueño, se encontraba en un bosque, la nieve había sido reemplazada por espeso musgo de color verde intenso, no hacía tanto frío, y en su lugar, la humedad del aire te llenaba los pulmones. El bosque retumbaba con fuertes gruñidos, que fácilmente serían confundidos con los rugidos de un oso, pero para ella eran inconfundibles, y no entendía por qué. Un lobo gris del tamaño de un caballo salió de la nada, mostrando sus dientes enormes como navajas a un punto fijo en alguna parte del bosque.

El lobo avanzó hasta quedar a unos metros frente a ella, gruñendo cada vez más fuerte, con el pelo de la espalda erizado y las uñas enterrándose en la tierra. No sentía miedo, todo lo contrario, sentía la calma invadir su cuerpo con aquel lobo a su lado, para ella no lucía como una bestia.

Clarisse dirigía la mirada hacia el mismo punto que el lobo, encontrándose con dos orbes escarlata que la miraban fijamente. De repente, algo o alguien que Clarisse no sabía descifrar se abalanzaba sobre ella, o mejor dicho, lo intentaba, pues aquel lobo gris se interponía, destrozando lo que parecía ser una persona con sus dientes. Aquella persona no lucía como una, su piel era pálida como el marfil y no sangraba, por el contrario, cuando el lobo lo había despedazado, lucía como si hubieran roto una estatua, con pequeños trozos por el suelo y polvillo blanco volando por ahí.

El sueño terminaba cuando aquella "persona", hacia contacto visual con ella, sonriéndole de la forma más macabra que había visto nunca.

La pequeña rubia despertó exaltada, estaba asustada, y mucho. Su cuerpo entero sudaba de forma pueril y tanto su corazón como su respiración estaban agitados.

¿Qué había sido eso?

Sweetheart | Paul LahoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora