Clarisse Loughty siempre fue de pocas palabras, pero eso cambio abruptamente al poco tiempo de conocer a aquel guapo e intimidante chico, que de un día para otro comenzó a seguirla como un cachorro: Paul Lahote.
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El bosque estaba helado, como de costumbre, lleno de musgo, humedad e insectos por todos lados.
Pero nada de eso era un problema, no cuando un vampiro está acechándote entre las sombras.
No podía verlo, pero si sentirlo y oírlo, sentía su mirada acechante en su nuca y oía sus veloces pasos retorcer las ramas y abrirse paso entre la maleza, pero no podía verlo y saber donde estaba con exactitud.
El bosque se sentía cada vez más pequeño conforme los pasos se acercaban más y más, cuando de la nada, salió despedida hacia un árbol. Su columna se dio un golpe seco contra el tronco y ella, adormecida y casi inmovilizada por el dolor, apenas podía abrir los ojos.
No conseguía ver a su agresor, solo lograba ver unos simples orbes rojos entre las tinieblas.
Cuando se había puesto de pie, la bestia había retomado su lugar como acechador, limitándose a rondarla entre la oscuridad, a la espera de que se distrajera para atacar.
Podía atacar cuando quisiera, pues ella no tenía forma de defenderse, pero era tan sínico, que le parecía más divertido jugar a la presa y al cazador, acecharla en la oscuridad y esperar que estuviera distraída para atacarla por la espalda le sonaba mucho más divertido que solo atacar.
El cazador se lanzó sobre ella en un habido intento por atacarla, no obstante, un depredador más grande lo interrumpió, saltando sobre el y destrozándolo en el acto.
Una cabeza pálida, de cabello rubio y ojos rojo brillante rodó hasta sus pies, y ella, lejos de horrorizarse, simplemente se lanzó hacia el depredador, un lobo plateado, para abrazarlo como acto de gratitud.
Murmuró algo incomprensible contra la piel del cuello del animal, y este simplemente agachó las orejas mientras soltaba un suave gruñido similar a un ronroneo.
—Muchas gracias, Paul –murmuró nuevamente, esta vez mucho más entendible–.
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