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El brillante cosmos de Haruko emanaba de ella con una fuerza descomunal; mientras que el cuerpo y ojos de la joven diosa parecieran querer colapsar en cualquier momento.
Llevaba casi dos semanas en la misma posición y en el mismo lugar, alimentando la barrera del santuario con su propio cosmos.
Exactamente habían pasado dos años de los acontecimientos que desencadenaron el acercamiento de la próxima guerra santa.
Un año en que Regulus había llegado al santuario, Un año en que sus intentos por encontrar al contenedor habían fallado.
Ahora teniendo 17 años de edad; Haruko tenía que prepararse para todo lo que se avecinaba cargar en sus hombros la muerte de sus caballeros, de sus amigos. De su familia.
Mantenía sus ojos cerrados intentando aplacar el dolor de su mortal cuerpo y seguir en su deber. Aún sin comer ni beber una sola gota de agua ella se mantenía de pie.
La joven diosa sonrió discretamente al sentir un cosmos familiar aproximandose.
No era más que su querido hermano mayor, Dohko de Libra.
En el rostro del caballero se veía trazada una expresión se preocupación al ver el estado de Haruko.
Las ojeras debajo de sus ojos, señal de que no había dormido durante mucho tiempo y sus labios resecos por la falta de hidratarse.
Si seguía así su propio cuerpo se consumiría en poco tiempo.
El castaño se arrodilló al llegar frente a la presencia de su diosa.
— ¿Qué te trae por aquí, querido hermano mayor? —hablo la azabache aún con los ojos cerrados.
— He venido a suplicarle que se detenga —manifestó el caballero de Libra con notable preocupación.
— Dohko... —expresó la diosa sin mucha fuerza en su voz. —Agradezco tu preocupación pero parece que tendré que negarme a tu petición.
El caballero dorado bajo su mirada lleno de frustración apretando sus puños controlando su impotencia. —Haruko se que tú papel como diosa primordial de la tierra estará primero antes que todo. —declaró preocupado. —Pero todos nosotros nos preocupamos por tu bienestar no sólo por ser Athena sinó por ti misma. Así que te pido que te detengas antes de que tú cuerpo colapse.
Dohko alzó la mirada del suelo para observar los ojos cristalinos de la azabache, que amenazaban con desbordar en lágrimas ante las palabras de su amigo.
Ya que sus caballeros la querían por ella misma y no por ser la reencarnación de la diosa Athena.
