37. Jugando con fuego

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No necesito palabras de aliento, ni de esperanza. Un abrazo reparador, capaz de unir todas las partes rotas y unirlas de nuevo es más que suficiente.

—Te quiero —pronuncio pensando en voz alta sin ni siquiera darme cuenta.

—Yo también —responde con la voz rota y poniendo sus dedos en mi mentón se acerca a mí,  dándome un ligero y casto beso en la boca.

Y aunque se separa velozmente sin darme el tiempo suficiente como para disfrutar de la suavidad de sus labios,  retomando en camino a casa agarrando mi mano en el proceso,  no puedo evitar sonreír durante todo el trayecto,  sintiendo mi cuerpo levitar y tarareando cuando empieza a cantar "Can I be him" de James Arthur. 

Ríe y se detiene otra vez, haciéndome girar en círculos mientras levanta la voz, haciendo que bailemos y cantemos a pleno pulmón en medio de la calle. La gente que pasa nos observa sin disimular.  Pero no importa. Porque sólo existimos nosotros dos. Los rebeldes y ahora locos, sin causa.

Contra todo pronóstico sé que eres lo mejor que me ha pasado.

Cuando bajo las escaleras me encuentro a Matt sentado en el sillón,  con el mentón apoyado en su mano, pensativo, mirando un punto fijo, perdido en la inmensidad de su mente

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Cuando bajo las escaleras me encuentro a Matt sentado en el sillón,  con el mentón apoyado en su mano, pensativo, mirando un punto fijo, perdido en la inmensidad de su mente.

Me quedo  allí parada,  admirándole desde la lejanía mientras tomo aire profundamente. Cuando se da cuenta de mi presencia, puesto que no le quito el ojo de encima, me sonríe.

—¿Sabes qué? —Parece cavilar sus palabras sopesadamente, antes de levantarse y aproximarse a mí.

—Dime —susurro cerrando los ojos ante el tacto de sus dedos en mi mejilla.

—Me puedes contar cualquier cosa, lo que sea.

Frunzo el ceño y niego con la cabeza, sintiéndola más pesada que de costumbre.

Quizá es porque desde que hemos llegado a mi casa apenas ha hablado, dejando que el tocadiscos inunde el silencio incómodo que rebosa en el lugar.

Me he puesto a hervir la pasta y elaborar el sofrito, moviendo mis caderas y borrando todo el buzón de mis mensajes, haciendo de cuentas que no existen.

No quiero comerme la cabeza más de lo estrictamente necesario. No tengo ninguna teoría descabellada de quién puede ser el emisor de tales palabras. Nadie me conoce, o eso quiero creer. Nadie exceptuando a Leia, la cual nunca me haría algo así.

Su nombre se me ha pasado por la mente en alguna ocasión,  pero simplemente la veo incapaz. Somos amigas, de esas que cuando conoces permanecen toda la vida.

Me lo ha demostrado infinidad de veces. Y aunque me oculte algunas cosas, tampoco puedo culparla. Todos tenemos vivencias de las que no queremos o podemos hablar, y yo me incluyo en este saco. Por lo que, retomando al rubio, lo que me pide es algo imposible.

—Solo... —Carraspeo apartándome de él a regañadientes para poder servir la comida —. Hay cosas de las que es mejor no hablar.

Abre la boca para decir algo,  pero suspira mientras levanta los hombros en señal de derrota, sentándose en la mesa y agradeciendo cuando le sirvo su plato.

Río cuando pone mucho queso rayado en los macarrones, recordándome a Leia.

Entonces me doy cuenta de la falta que me hace ahora mismo. Podría comentarle lo de los mensajes y ella tendría que confiar en mi palabra, pues ya no hay una prueba tangible que acredite que alguien está intentando joderme la vida. Alguien que posiblemente esté más cerca de lo que creo, acechando entre las sombras.

—Siempre estás en las nubes friki. —Me riñe el rubio, señalando mi plato todavía sin tocar y luego el suyo, ya vacío.

—No deberías guardarte todo para ti misma —musita —. Hay pesos que no podemos cargar solos. —Se pasa la mano por el pelo, despeinándolo —. No te digo que me lo cuentes a mí,  pero a alguien en quién confíes y puedas decírselo.  No quiero....

Su voz se quiebra y cierra los ojos, dando un ligero golpe en la mesa que me hace dar un respingo.

—Perdón. —Se disculpa posando su mirada azul nuevamente en mí —. Es solo que no puedo verte así. No.... No puedo.

Varias lágrimas resbalan por sus ojos y me revuelvo en la silla, nerviosa y paralizada. No quiero verle así, y mucho menos ser la causante de ese dolor. Acerco mi mano a la suya por encima de la mesa para poder estrecharla y la agarro dulcemente.

—Recordar a veces duele —pronuncio en voz alta mientras acaricia mis nudillos —. Pero de igual forma es algo importante, ¿no?

Él asiente con la cabeza y me devuelve la sonrisa. Y aunque sé que no entiende lo que digo, su gesto y simple presencia me llenan de una paz y una calma que posiblemente nunca haya experimentado.

Hemmings,  en los sueños y en la realidad siempre llenas el lugar de una inmensidad azul que lo empaña todo. Si es en tu mirada, la oscuridad ya no me asusta.

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