16. Catarsis

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"Para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada."

-Edmund Burke

Desde que he llegado a casa no me he movido de la cama

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Desde que he llegado a casa no me he movido de la cama. He puesto mi edredón de pelito tapando todo mi cuerpo, incluso mi cara. Quiero sentirme inexistente, al menos durante un día. Los auriculares en los oídos, subiendo el volumen y apagando el mundo.

No puedo estar tranquila, no cuando la foto no está. Pronto todo saldrá a la luz, me señalarán, me reprocharán cosas que no consigo saber y no podré defenderme.

¿Y mi ambiente seguro? Es lo primordial en el proceso de recuperación, tan lento y cauteloso, donde absolutamente todos están demasiado pendientes de mí. 

Procurar no hablar de más y que no me sienta presionada. Tener que avanzar sola, y nadie poder hacerlo por mí, por eso Leia había aceptado la apuesta. Mi propio avance es  vital para evitar traumas futuros.

 Ya no me puedo sentir segura y respaldada. ¿Y si no soy capaz de aguantar la verdad?

 ¿Y si no soy capaz de aguantar la verdad?

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Un lobo, nieve, sangre.


Me despierto malhumorada cuando alguien toca el timbre, pero no me muevo. Sea quién sea se irá. Pero cuando pasan quince minutos, y el timbre sigue sonado, bajo de mala gana, cayéndome en el último tramo de escaleras.

—¿Qué quieres? —pregunto con mi ojo en la mirilla cuando veo al rubio fuera. 

Va con la capucha puesta encima de una gorra y me sonríe acercándose a la puerta.

—Abre, no seas mala, friki.

Me quedo quieta, por lo que vuelve a tocar al timbre, haciendo que finalmente abra. Me revuelve el pelo, entrando.

—Siempre consigo lo que quiero. —Su sonrisa triunfante me saca de mis casillas.

—Eres un pesado. —Gruño siguiéndole al sofá.

—Será que no te gusta.

Me recuesto en el sofá, echando la cabeza hacía atrás.

—¿Has comido? —pregunta, a lo que niego con la cabeza —. Perfecto. —Saca una bolsa de la mochila y me ofrece uno de los dos kebabs —. Espero que te guste.

—SÍ. —Sorprendida lo agarro y le agradezco el gesto.

Me pregunta qué tal en el instituto, qué tal con la gente, si me caían bien, si me sentía a gusto. Su presencia amortigua la presión que siento en el pecho, me siento cómoda mientras hace chistes malos y se ríe él solo, pero acabo carcajeando yo también, descubriendo un Matt bromista y divertido. Por un momento me olvido de la foto, de la apuesta. Siento una calma que me invade por completo mientras escucho atentamente su voz mientras habla de fútbol y de grupos de música, tan fascinado como un niño pequeño cuando ve la nieve por primera vez.

Bien, todo esto es muy extraño.

Por increíble que parezca acaba anocheciendo, así, hablando de banalidades y riendo de tonterías sin sentido.

—¿Puedo quedarme? Te juro que del sofá no me muevo.

—Más te vale. —Entrecierro los ojos. No puedo decirle que no, además, se le ve más cansado que de costumbre.

—Espera —digo cuando veo que planea dormir con vaqueros —. Creo que tengo algo que te pueda servir.

—Mientras no sea un pijama con corazoncitos...

Carcajeo negando con la cabeza mientras subo las escaleras. Encuentro una camiseta gris bastante ancha y larga y unos pantalones cortos de chándal que me quedan enormes.

—Aquí tienes.

Agarra la ropa con delicadeza, acariciando mis manos en el proceso y cuando se quita la camiseta ahí mismo, se me hace un nudo en la garganta y siento que si parpadeo un par de lágrimas resbalarán por mis mejillas.

—¿Qué pasa? —pregunta mirándome, haciendo que salga de mis pensamientos.

Abro la boca, pero antes de que consiga salir ruido alguno me corta:

—Estoy buenísimo, ya lo sé. 

Se deja caer en el sofá y me lanza una sonrisa demasiado dulce mientras me recorre con la mirada. Se le ve nervioso, pero no incómodo, como si pretendiera que la conversación siguiera fluyendo de forma normal.

—No te lo creas tanto, he visto tabletas mejores. 

Intento reír cuando él lo hace, pero una extraña mueca se dibuja en mi rostro. La mirada de Matthew va de un lado a otro, por lo que se vuelve a levantar. Se acerca a la mesilla del salón y agarra mi paquete de tabaco. Frunzo el ceño cuando saca un cigarro y juguetea con él entre sus dedos. Se pasa lentamente la lengua por los labios antes de llevarse el pitillo a la boca.

—¿Tienes fuego?

—Pensé que no te gustaba el humo.

—Y no me gusta. —Se enciende el cigarrillo con el mechero que le acabo de lanzar.

—¿Entonces?

—Quiero ser un chico malo. —Suelta lentamente el humo en mi cara, acercándose.

Trago con dificultad sin poder sostenerle la mirada. Y aunque admita que la faceta de malote que contemplo, con mi ropa vieja y desgastada llena de manchas de lejía le queda bien y quizá, solo quizá, me provoca algo por dentro, no puedo disimular la expresión de desconcierto que llevo tatuada.

—¿Qué dices? —Dejo escapar una leve carcajada que se corta cuando se aproxima más.

Se inclina sobre mí, dejando su cara a solo un palmo de la mía y entreabre ligeramente los labios. A esta distancia parecen suaves.

—Es como te gustan, ¿no? —Chasquea la lengua  pasándome el cigarro.

—Pensé que ya eras un chico malo —susurro a broma dando una calada, intentando que no note mi nerviosismo.

Hincho los mofletes cuando se aleja pero en el fondo lo agradezco, porque si no habría acabado con un paro cardíaco si mi corazón seguía latiendo así de rápido o desmayada debido al calor excesivo que siento y ha encendido mis mejillas.

—Alyson, no sabes nada de mí. —Se tumba en el sofá mientras me contempla con demasiada curiosidad.

Y en eso tiene razón,  no le conozco en absoluto. Ni yo, ni nadie.

¿Qué te pasa chico de ojos tristes?

Apuesta ¿conseguida? (1) #PGP2024Where stories live. Discover now