12. Olvido necesario

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"El mundo no desaparece cuando cierras los ojos ¿no?"

-Memento

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—Leia. —Sollozo con la voz entrecortada, presa del pánico cuando descuelga el teléfono—. No se va. —Sorbo los mocos que cuelgan de mi pequeña nariz —. No se va.

—Cariño. —Su voz adormilada responde pausada y con calma —. Me visto y voy.

Miro la hora. Son las dos de la mañana. La tormenta golpea de forma brusca los cristales y yo no puedo dejar de temblar. No solo porque el frío traspase las ventanas mal montadas y que no terminan de cerrar bien, si no por todas las pesadillas que me persiguen a diario. He intentado hacer vida normal, disipar los malos pensamientos y tratar de ser otra adolescente más, de aquellas que solo se tienen que preocupar de verse guapas y sacar buenas notas, pero hay noches, como esta, en la que simplemente eso se me hace imposible.

—No.

—Tranquila. Mi madre lo entenderá, solo espérame, ¿vale?

Acto seguido cuelga, y me siento culpable. No debo esperar que siempre venga salvarme. Da igual la hora o el clima, ella siempre viene. Aunque esté cansada y no pueda pegar ojo, ahí está para ayudarme a sostener el peso del mundo que tan a menudo amenaza con aplastarme la espalda. Cuando los ojos azabaches me persiguen y vigilan desde la oscuridad, allí tengo su mirada verde y sus abrazos que me hacen olvidar todo lo malo, que me anestesian hasta el punto de creer que si es juntas, podremos con todo.

Mi cabeza se fuerza a recordar cuando los sueños me transportan a aquel fatídico día. Recuerdos entrelazados que no me dejan asegurar qué es verdad y qué ficción. Amnesia disociativa lo llaman. Pérdida de memoria originada por un acontecimiento traumático que produce una incapacidad para recordar información importante. Lagunas en la memoria que pueden abarcar desde minutos hasta años.

El sufrimiento intenso del acontecimiento produjo un fuerte impacto en mí, y con el fin de protegerme mi mente apartó el suceso traumático y características asociadas a él. Años de psicoterapia con el fin de recuperar la información olvidada.

Por eso estoy aquí. Es parte del proceso de recuperación. De forma natural vendrán los recuerdos dolorosos, los que, según el resto, estoy preparada para afrontar. Estoy preparada para cargar con el peso del dolor y las emociones negativas. Por eso he aceptado la apuesta. Necesito saber lo que mi memoria no puede recordar y lo que el resto trata de ocultarme. 

Leia prometió mantenerme a salvo, y que todo viniera solo, a dosis, a mi atormentada cabeza. Algo quejaba dentro de mí y el no saberlo con certeza me frustra, manteniéndome siempre en el punto de partida, tan cerca de recordar todo pero a la vez tan lejos.

¿Qué pasó aquel día de hace tres años?

¿Qué pasó aquel día de hace tres años?

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—Ya sabes lo que dijo Susan. —Se refiere a la psicóloga mientras deja su chubasquero empapado en el perchero de la entrada después de escuchar mis quejas —. Forzarte a ello no hará que venga antes.

Me mira con tristeza antes de envolverme en sus brazos, dejando pequeños besos en mi cara.

—¿Por qué me duele? —pregunto —. ¿Por qué me siento culpable de algo que no sé que es?

—Piensa que es como una cajita con cerradura. —Se pone el dedo índice en el mentón y sonríe con los ojos cristalinos —. Solo necesitamos encontrar la llave.

La contemplo en silencio, pasando la manga del pijama por mis ojos hinchados. Aparta las manos de mi cara y tira de mí hacía el sofá, donde me empuja con suavidad para que me siente. Desaparece de la estancia durante varios minutos y cuando vuelve lleva mi cepillo del pelo en la mano. Me quita la coleta mal hecha antes de peinarme, desenredándome el cabello y haciéndome una trenza de raíz que deja caer sobre mi hombro derecho.

—Da igual lo que pase —asevera en un susurro —. Siempre estaré aquí, juntas podremos con todo.

Vuelve a agarrar mi mano y me lleva a la cocina. Me obliga a sentarme en una silla mientras prepara nuestras dos tazas y calienta agua en una pequeña olla, dejando el tarro de la miel y el bote del azúcar encima de la mesa junto a dos cucharillas que ha sacado del primer cajón, donde guardo los cubiertos.

 Me obliga a sentarme en una silla mientras prepara nuestras dos tazas y calienta agua en una pequeña olla, dejando el tarro de la miel y el bote del azúcar encima de la mesa junto a dos cucharillas que ha sacado del primer cajón, donde guardo los...

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—Matt también sufre —digo cuando, después de tomarme una tila, ya me encuentro más tranquila.

—¿Piensas en Hemmings? —Se burla de mí con una ladina sonrisa.

No puedo olvidar sus ojos vidriosos ni su mirada ausente. Mi dolor me recuerda a él, capaz de callar los demonios cuando empieza a cantar con la voz rota. Como si comprendiera y compartiera mi dolor y mirándome como si pudiera ver a través de mí, a través de mi envoltorio y sin juzgarme por el interior tan oscuro que guardo, tan en secreto que ni yo lo comprendo.

—Retiro lo dicho. Realmente no es tan malo.

Levanto las cejas ante su comentario y ella niega con la cabeza.

—Quizá puedas entenderlo mejor que nadie. —Ríe quitándome el cigarro de la boca y dando una corta calada—. Sois igual de raros, por algo no puedes sacártelo de la cabeza. Pero... —añade—. Tú ya has perdido la apuesta.

Intento rechistar, pero seguramente tenga toda la razón. Aquel chico rubio y alto no es tan malo. No cuando tiene el océano incrustado en su mirada, ni cuando es capaz de estremecer un alma marchita cantando canciones tan tristes. No puedo hacerle daño, si ella le ha perdonado es porque no se merece la venganza. ¿Por qué no me cuenta la razón de su cambio de parecer? ¿No son ya suficientes cosas que ocultarme?

Sin la apuesta me quedo sin opciones. Ir lentamente no me ha servido en estos años. Sigo siendo un recipiente fragmentado y Leia la de las manos magulladas que intenta repararme. No quiero seguir así. Así de rota, así de de dañina. Acabando con todo lo bueno que me rodea.

Matthew... A veces me gustaría que estuviera aquí cuando intento dormir, susurrando de manera dulce cualquier canción de cuna para poder descansar. Para despertarme sin angustia y sin llorar. Si supiera lo que guardo, lo que oculto tan bien que ni yo lo sé, ¿se mantendría a mi lado igual que Leia? Seguramente no. Por eso me aterra la idea de aceptar lo que siento, porque en el momento en el que se reúnan todos los trozos, él me mirará como todo el mundo. Sin compasión, como si no mereciera una segunda oportunidad.

¿Podrías venir y cantarme una vez más?

Apuesta ¿conseguida? (1) #PGP2024Where stories live. Discover now