2. Comienza el plan, ¿o no?

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"Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros."

‐Hermann Hesse

Por suerte nadie me reconoce (cosa que, teniendo en cuenta mi pasado me parece un poco increíble)

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Por suerte nadie me reconoce (cosa que, teniendo en cuenta mi pasado me parece un poco increíble). Lo que puede hacer un tinte y un corte de pelo mezclado con el paso inexorable a la pubertad...

Levanto la cabeza del suelo marmolado blanco, ¿por qué me miran esos niños con la testosterona por las nubes y la baba colgando? Les sonrío a pesar de todo; tengo que seguir las instrucciones de Leia a rajatabla. De lejos diviso a Matthew. Está apoyado en una columna con los brazos cruzados, charlando animadamente en medio de un grupo algo voluminoso. Me fijo en él, es un chico bastante atractivo, no me sorprende que Leia se hubiese fijado en su persona, parece un ser irreal. Sobrepasa el 1'80 y tiene el cabello rubio peinado hacía arriba aunque de manera rebelde. Unas cejas bien perfiladas, una nariz pequeña y perfecta junto a una barba de tres días que le da un toque bastante sexy, al cual acompaña la forma en la que se muerde el piercing que coronan sus finos labios. Cuando sonríe un tímido hoyuelo asoma en su mejilla y  sus ojos azules se entrecierran ligeramente, desprendiendo dulzura y bondad, cosa que no cuadra con la imagen que contemplo frente a mí. De manera burlona se ríe junto a sus amigos de un chico bajito al que acaba de tirar al suelo uno de los gorilas de sus compañeros, olvidándose  de que está en un instituto y no en un zoo. Más gente les rodea, siguiendo con las burlas. ¿En serio? Sin pensármelo dos veces camino hasta el corro, apretando los puños. Con dificultad me hago paso entre el gentío al que le hace gracia la situación o simplemente no hace nada, ninguna novedad en un mundo adolescente donde prima la idiotez y el sálvese quién pueda. Callar para no ser observado, cuánto menos te vean mejor.

—¿Sois idiotas? —Clavo mis ojos llena de furia sobre ellos mientras ayudo al chico a levantarse.

—Cuidado, que miedo. —Me giro para saber quién es el que me ha dicho eso, encontrándome con la mirada divertida de Matt.

Le ignoro, rodando los ojos y cogiendo la mochila del chico, ayudándole a meter las cosas dentro. Me agradece en una tímida sonrisa, nervioso, sin ser capaz de decir nada.

—¿Tú también eres una friki? —Levanto las cejas ante su comentario. ¿De verdad se cree que eso es un insulto o solo pretende impresionar?—. Porque no lo parece.

Se muerde el piercing en una media sonrisa, mostrando una dentadura perfecta. Su limitado cerebro no le da para juntar más de dos palabras en una frase elocuente.

—Solo no soy tan inútil como tú y tus coleguitas.

Solo ha abierto la boca dos veces y ya me da una repugnancia increíble. No creo poder soportar a este muchacho durante siete meses más. Camino lejos de allí y de las miradas curiosas que me siguen. Intento ignorarlas, pero me siento en medio de un escenario mientras leo un guión e improviso un papel. Leia está con sus amigas las animadoras. Tener que fingir que no la conozco durante las siguientes semanas no va a ser tarea fácil, y menos ahora que es lo único que me queda. Suspiro y miro el horario, buscando mi siguiente clase. Espero que la puerta esté abierta para poder colarme dentro y así volver a sentirme invisible mientras leo un libro o me pongo los auriculares garabateando en las últimas hojas de cualquier libreta que llevo en la mochila.

 Espero que la puerta esté abierta para poder colarme dentro y así volver a sentirme invisible mientras leo un libro o me pongo los auriculares garabateando en las últimas hojas de cualquier libreta que llevo en la mochila

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La campana del fin de clases a estas horas resuena en mis oídos cómo melodía. Recojo mis cosas con rapidez y las guardo en el pequeño estuche, mordiendo mi labio, exhausta. Tener a Matt en casi todas mis clases no es algo que me haga especial ilusión, nada de esto me lo hace. Se ha dedicado a reírse de las bromas que el payaso de la clase ha estado haciendo, interrumpiendo las explicaciones de los profesores continuamente y a lanzar bolitas de papel por todo el aula, incrustándome algunas en el pelo. Sin haber siquiera empezado el plan ya tengo ganas de echarme para atrás. Pero es una apuesta y la recompensa es lo único que me importa ahora. Necesito saber qué había pasado. Necesito saberlo todo. Sé que Leia aceptó mi parte del trato porque no me creía capaz, y ahora que he visto la clase de persona que es, también empiezo a dudar si voy a ser capaz de no partirle la cara y fingir algún tipo de aprecio.

Ando tan absorta en mis pensamientos divagantes que solo me doy cuenta de que me han empujado cuando mi cabeza choca contra el frío pavimento.

—Perdón. —Resuena una voz grave en mi cabeza mientras sujeto la mano que me tiende para levantarme.

Me quejo tocando mi nuca antes de tenderle la mano a la persona de voz bonita, todo me da vueltas ahora mismo. Cuando veo la cara del creído de turno aparto mi mano de la suya con brusquedad. De la forma en la que me mira mordiendo su piercing mientras los idiotas de sus amigos se ríen hace que me de cuenta de que ha sido él y que para nada lo siente.

—Lo siento yo más. —Gruño—. Siento que tengas que vivir sabiendo que eres estúpido y que no puedas hacer nada para remediarlo.

Doy la conversación por zanjada caminando hacia la salida. Necesito irme lejos de ese idiota para no romperle la nariz. Pero sobretodo necesito a Leia. No sé en qué momento acepté todo esto. ¿Cómo voy a ligármelo si ni siquiera soy capaz de mantener una conversación sin sentir asco hacía su persona? Sigo sin entender como la grandiosa Leia podía haberse fijado en alguien tan repulsivo. Le escribo un mensaje. Necesito verla, que venga a casa y pasemos el día juntas. Necesito que me diga cómo puedo lidiar con el odio que siento hacia Matthew para que se enamore de mí.

Después de enviar el mensaje, salgo del instituto con la mente aún embotellada, como si el odio se apoderada de mí y no me dejara pensar con claridad . Me apresuro a llegar a casa, deseando que mi amiga responda pronto y pueda hablar con ella sobre todo lo que está sucediendo. Mientras camino, intento tranquilizarme y pensar en cómo afrontar la apuesta de la manera más madura posible. Una apuesta que había aceptado a regañadientes y me molestaba, pero que después de todo el verano estaba deseosa de comenzar. Ahora que había conocido a la víctima tenía ganas de romperlo lenta y dolorosamente. Estrujarlo entre mis manos hasta que no quedara nada de él, ni su sonrisa burlona ni su mirada de superioridad.

Al llegar a casa, me encuentro con Leia esperándome en el porche, con una expresión de preocupación en su rostro.

—¿Estás bien? —me pregunta mientras me abraza con fuerza.

—Sí, estoy bien, no te he escrito por lo que crees —respondo, devolviéndole el abrazo con gratitud.

Noto su cuerpo destensarse bajo mis brazos cuando un suspiro de alivio sale de su boca. No puedo dejar que los recuerdos fracturados de hace unos años me consuman nuevamente. No cuando ya estoy preparada para afrontarlo.

Le cuento sobre la rabia que me consume por dentro, hinchando la vena de mi cuello y que atraviesa mi piel provocando un ligero cosquilleo que no soy capaz de remediar, y todo por ese maldito imbécil que se cree con el derecho de molestar a la gente sin tener ningún tipo de represalia.

—Lo importante es que te mantengas fiel a ti misma, pero dejando la rabia a un lado. Ser quién siempre has sido, así conseguirás captar su atención. —Me asegura con firmeza.

—Pero... ¿Quién soy?


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