Epiologo

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1941

El mundo es cruel, el mundo es despiadado. Y con mundo hablo de nosotros, los que formamos parte de él. Somos y siempre seremos una plaga, que por suerte tiene al arte, pero por desgracia tiene el impulso de poder, de matar y destruir. No seremos perdonados por esto, no lo merecemos, y tampoco lo quiero.

Estamos condenados a ser libres. Nuestro castigo, pues esa frase destruye cualquier excusa sobre la no rebelión ante el poder. Podríamos haber hecho algo, siempre se puede hacer más. Cumplías ordenes, si, pero podrías haber accionado en contra, nada te lo impedía, mas que el miedo a la muerte. Y la muerte, solo seria una consecuencia a tu acción, que hubiera sido irreversible y podría haber cambiado el curso de las cosas. O simplemente di que quisiste hacerlo.

Quizás nadie entienda mi punto. A lo que voy es a que me mataste. A mi marido, a mi pequeño y a mi.

Será la guerra el Hércules en aquel atisbo de locura que mató a su familia, y luego se arrepintió por años. Y lo pago, claro que lo pagó. Se condenó. Condenó su consciencia.

Años después de mi casamiento allí en Concord, rodeada de todos mis seres queridos. Mis hermanas, Laurie, madre y padre. Francis... Años después partí a Europa a vivir con Teo, mi querido Teo. El hombre que me sacó de la oscuridad aquella.

«—La casa es preciosa, Teo —me acurruqué en su pecho armado y sentía su corazón mientras respiraba.

La casa era de aquellas típicas británicas, grandes, victorianas y cálidas alejadas de las zonas más industrializadas de Londres, donde la pobreza y suciedad se comía a la gente.

Besó mi frente, mi mejilla y se dirigió a mis labios. Su tacto era tan cálido, su piel era maleable, me sentía en completa libertad con su roce.

Bajo su mano a uno de mis pechos, y comenzó a jugar con él.

—Shhh —me reí en su boca —me estas haciendo cosquillas.

—¿Cosquillas? —rió, puso su mano a mi abdomen y bajó más y más respecto a este —¿Aquí tienes cosquillas?

Su mano estaba, efectivamente, tocándome. Mi mano, instintivamente se dirigió sobre la suya, y una bocanada de aire me inundo todo el cuerpo. 

—Si —no me deje llevar y lo aparte con poco éxito —. Nos van a oír, te estoy diciendo.

—Somos los señores de la casa, tenemos derecho —estaba picarón —. Si quieren unirse, que vengan.

—Por dios —solté una carcajada y me reincorporé —. Eres un tanto puerco, ¿no crees?

—Lo creo —desistió y se tumbo boca arriba, su amigo lo delató aún más —. Los artistas estamos corrompidos, somos siniestros y cínicos. Lo sabes bien.

—Oh, si señor Drácula 

Un gran estruendo de lejos se escuchó. El silencio se hizo en la ciudad, las luces se apagaron y las estrellas eran lo único que se iluminaba. Miré a mi marido con miedo, y él fingió no sentirlo.

—Shh, esta bien —agarró mi cabeza y me acurrucó junto a él.

—No deberíamos haber venido a Europa en tiempo de guerras, como se nos ocurre.

—Estamos a salvo, hazme caso cielo, estamos en una gran zona, no se les ocurrirá atacar aquí.

Un estruendo más cercano se oyó, y junto a él una angustia.

—Las bombas se están acercando —susurró.

Pero culminaron los nervios cuándo vio la luz de la ventana vecina encenderse.

—Quiero ir a por Lucas —me levanté con histeria de la cama, pero Teo me agarró la mano.

—Está durmiendo, deja al pequeño.

—No puedo.

Me separé brusca y salí corriendo de la habitación. La nana de Lucas hizo lo mismo y la ama de llaves igual.

—Id al sótano —Le ordené —esperadnos allí abajo, pasaremos todos allí la noche.

Otro estruendo cada vez más cerca.

Quedé helada e inmóvil y grité casi con desesperación. Sentía el caos acechar la esquina.

—¡Teo! —llamé —¡Cielo levántate, ven!

Reaccione. Empujé la puerta que mantenía a mi bebe al otro lado y él se encontraba llorando. Mi corazón se conmovió y lo agarré rápidamente. Pose su cabeza en mi pecho.

—Dios mio, mi bebe —lagrimas acecharon por salirme. Tenia miedo. Miedo de que algo le pasara a quienes más yo quería. Miedo a morir sin decir adiós.

Al salir de la habitación Teo esperaba en el pasillo y nos reunió en sus brazos cuando nos vio.

Otro estruendo, al otro lado de la calle. Mis ojos expresaban temor y la onda expansiva no ayudó. La casa comenzaba a temblar.

—Vámonos —Teo ordenó empujándonos al sótano. Esa fue la ultima acción que hizo.»

Llamaron Blitz a los bombardeos sostenidos entre 1940 y 1941 en Londres por parte de Alemania. Aquello ataques que llevaron a mi familia a la destrucción.

Los periódicos hablaban.

«Víctima de bombardeo alemán: Maylin y su marido el pintor Teo Stiders junto a su pequeña Lucas Stiders el 29 de febrero de 1941. La famosa cantante fue encontrada abrazada a la cabeza de su hijo y al torso de su marido casi hecho pedazos.

Que Dios los guarde en su gloria.»

Mi familia en Concord estuvo devastada. Mi querida melliza, Amy, Jo... Mi Jo... Madre y padre ¡Meg! Ojalá supieran que estoy aquí viendo como sufren por mi. No puedo, se me cae el corazón.

Me encontraron abrazada a mi hijo, puesto que aunque no pudiera hacer nada, siempre podría dar cariño. Un gesto inútil pero eternamente maternal.

No debo decir nada más. Absolutamente nada más que dios bendiga a los hijos de la guerra. A los niños que quedan por venir. La humanidad nunca se recuperará de esta guerra.

Nunca te atrevas a decir «eso nunca me pasará a mi». Visto está.

¿Queréis saber que fue lo ultimo que vi antes de morir a parte de mi hijo, mi marido y mi madre?

Ya había muerto para entonces saberlo.

Un par de ojos verdes Where stories live. Discover now