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Sus ojos se cruzaban todo el tiempo. Una y otra y otra vez. Ya empezaban a buscarse con curiosidad. Él, en el escritorio, con sus dedos y su lápiz señalizando el perfil de la chica en el papel. Ella, leía el periódico. Buscaba propuestas de actuaciones y veía como en algún pequeño artículo la nombraban.

—Maylin, la nueva y joven revelación —leyó con un poco de miedo en voz alta.

—¿No te gusta el titular? —Teo preguntó acurrucado en la silla.

—No, no es eso —la chica dijo pensativa —. Es que, honestamente y aunque sea una gran contradicción, me aterra que la gente sepa quien soy.

Teo la miró por unos segundos. Como mordía sus uñas con nerviosismo, como su vista se movía de un lado a otro temiéndoselo peor. Como susurraba con el miedo de que fuese escuchada por el resto.

—Ellos realmente no te conocen —El chico se levantó de la silla y se sentó a su lado —. Saben de ti, pocas cosas, pero no te conocen.

May sonrió fingiendo que sus pensamientos se habían acabado, cosa que no era verdad.

—Me puedes dar la razón, May, pero mientras tu no te conscientes de ello de nada sirve.

Teo cada vez conocía más a May, y no se arrepentía. Conocía sus gestos, sus mentiras. Cuando pensaba en su familia, cuando pensaba en Laurie. Sin embargo, May poco sabia de Teo. Solo que se crió en Italia, y que vivía en una pequeña casa de campo que se derrumbó hace años. La pobre no podía más, y entonces, dejó de existir.

Ambos volvieron a sus quehaceres en silencio. Cada uno con lo suyo, media hora envueltos en sus propias mentes. En silencio y con concentración, hasta que el rubio volvió a interrumpir.

—May...

La chica levantó la cabeza pero no la vista, haciéndole saber que le escuchaba.

—¿Dejarías que tu futuro marido golpease a tus hijos? —el preguntó muy serio, tanto que May se asustó.

La chica le miró lentamente y frunció su ceño con delicadeza.

—No... —confusa respondió —¿Por qué me preguntarías eso?

—No sé... —el volvió la vista a su dibujo.

May siguió mirándole preocupada y el lo notaba.

—¿Que ocurre, Teo? —May se agachó acercándose a él y quedando sentada en el suelo.

Teo sentía una presión que le cansaba el músculo de la garganta, y hacía todo lo posible para que pequeñas lagrimas no salieran de su ser.

—Ey... —May se acercó más a él. Quería relajarlo, que dejase de sentir ese pesar y pudiera hablar con ella.

Teo decidió abrirse, pero sabía que en el primer momento que un atisbo de voz saliese de él se derrumbaría. Así que lo hizo diferente. Se levantó dándole la espalda a May. Comenzó desabrochando los botones de su camisa y con inseguridad la dejó caer al suelo.

Los ojos de May se abrieron. Sus comisuras bajaron de la impresión. Un calor abrasador subió desde su estómago, hacia el pecho, a la garganta y por último a su cabeza. Tal calor hizo que se levantase de golpe.

—Dios —susurró inaudible y su respiración tembló por un segundo.

Teo se sintió juzgado y entonces su rodillas comenzaron a caer lenta y pausadamente al suelo. Esa lentitud, esa dificultad expresaba justo lo que sentía. Mientras caía su llanto se iba acentuando, y él seguía dandole la espalda a May.

Esa tonificada espalda que cargaba con el dolor de un niño frágil. Un dolor de años.

May sintió su angustia, su pena y su inseguridad. Corrió hacía el, se posicionó cara a cara, pero él enterraba la suya en sus manos. Ella lo acurrucó en el hueco entre su tronco y sus piernas y él lloró mientras May tocaba las cicatrices de su espalda.

Un par de ojos verdes حيث تعيش القصص. اكتشف الآن