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Inefable.

Así se sentía May. Indescifrable, incoherente o incomprendida. Incomprendida no era la palabra, quizás confusa, pero tampoco. Quizás vacía, pero era una palabra demasiado dramática, a lo mejor aliviada, pero no era verdad del todo. Probablemente perdida, pero indecisa sonaba mejor. Pero ¿indecisa de qué? No sabia como estaba.

Era inefable. Incapaz de expresar con palabras aquel barullo de sentimientos. Aún así, tras un mes de la muerte de Beth, llevó su luto lo más bien posible y trató de continuar con su anterior vida. ¿Pero qué vida? Si apenas terminada la infancia había empezado a vivir.

En cuanto a Laurie, ambos eran conscientes de su mutuo aprecio. Ambos se miraban, ambos se rozaban, y habían frecuentado el lago en su nocturno esplendor para hablar todo aquello que en el dia no hablaban. Allí reían sin que nadie fuera consciente de ello y sin que el luto les dañase, se expresaban y se habrían, a veces algún besó caía, y de los sinceros.

—Laurie —May paró las risas para entrar en un terreno serio. Quería nombrar a Jo, pues en aquellos momentos era lo que más miedo le provocaba —. Estuve hablando con Jo y me dijo que... —May no sabia si debería estar diciendo aquello. ¿Sería traición? May entró en un trance de ansia pensando en si era correcto o no.

—Ey —Laurie chasqueó los dedos en la cara de la joven para llamar así su atención —¿Qué te dijo?

—Ah —May sonrió falsamente con apuro —Nada importante —rió para evadir la tensión —. Cosas privadas de hermanas, se me había olvidado, perdona.

Laurie entrecerró los ojos y frunció los labios con confusión y a la vez gracia. La chica lo observó. Tenia un temple mas maduro, los ojos increíblemente oscuros a la luz de la luna. El río se reflejaba en su pálida piel, y ademas, Laurie se dejó crecer el cabello hasta poco más abajo de las orejas. Estaba radiante y atractivo como el que más.

—Me ofendes, sabes de sobra que soy una hermana más —Laurie planteó aquel aire humorístico para apaciguar el ambiente.

May rió contagiosamente.

—Ya desearías tú, Laurie.

—En realidad no —Laurie frenó su risa y quedó atónito a los ojos de May. También con un rostro más maduro, ojos de lince y el pelo sorprendentemente recogido en una larga trenza. Se volvió a enamorar —Las hermanas no hacen esto.

Se aproximó al rostro May y acarició su nariz con la de ella. Tras jugar un poco con las cercanías hasta sacarle una sonrisa boba a May, la besó.

Un beso no tan puro como los anteriores.

La chica enredó sus dedos en el pelo de Laurie y tiró suavemente de él, lo que al chico le hizo suspirar. May no sabia que sentía, pero en la boca de su estómago apareció cosquillas que le hacían sonreír.

—No sonrías —Laurie susurró en los labios de ella mientas ambos se abalanzaban muy lentamente sobre la hierba —No juegas limpio.

—No estoy jugando —May respondió a aquel susurro con otro más dulce y pasional. Un susurró que Laurie rezó por volver a oír.

Otro suspiro llegado de la boca de Laurie. Se veía obligado a levantar su cadera para rozarla con la falda de May. El chico comenzó a besar el cuello de ella y May miró hacia arriba mientras se deleitaba.

Frente a ella vio a aquel viejo buzón clavado a un árbol que Laurie construyó. Recordó cuándo le dio las llaves de colores, y cuando depositó la primera carta. Ésta dictaba la siguiente y ultima reunión del club Pickwick. Entonces volvió a pensar en Jo, en Amy, Meg y Beth.

Puso su mano derecha en el pecho del joven y se impulso hacia arriba para separarse.

Laurie se mostraba expectante a una reacción, pues quería saber que había hecho mal esta vez. Necesitaba algún indicio de malestar o satisfacción, pero no encontró nada. Solo un rostro nostálgico y pálido.

—Jo desea en el fondo que vuelvas a proponerte ante ella —soltó de golpe —. Y me siento fatal, por estar contigo ahora y por ella puesto que no te ama pero le tiene tanto miedo a estar sola —posó sus manos en su frente —. Acabo de arruinar este momento. ¡Dios, lo siento tanto! No paro de arruinarlo todo siempre.

—¿Te arrepientes de nosotros? —Laurie preguntó avergonzado y tapando su entrepierna reaccionada.

May calló. La respuesta era no, pero si decía aquella minúscula palabra no seria honesta con Jo.

Laurie se quitó el resto del vestido de May que caía sobre sus piernas con despreció y se levantó del suelo. Quería dirigirse hacia la pradera, pero si no le decía nada a May moriría sin haberlo hecho, así que paró en seco y giró para mirar directamente a aquellos ojos. May estaba de pie, dispuesta a perderse en el bosque.

—Mis sentimiento y deseos no han cambiado —un agujero en el pecho de Laurie y un nudo en su garganta —, pero una palabra de ti me hará callar para siempre.

Y entonces una primera lágrima cayó de los ojos del chico. Una lágrima de devoción y dolor al mismo tiempo, pues el amor que sentía por May era incapaz de ser aniquilado por un silencio.

—Si, por el contrario, tus sentimientos han cambiado, tendría que decirte qué me has hechizado en cuerpo y alma.

May miró fijamente a Laurie. Un chico devocional, sonriente, con un alma preciosa y profunda. Una pieza dorada y única que solo se encuentra en los ríos más profundos de un lugar remoto y fantástico. Quizás era una gran idealización, pero mejor era eso que detestarlo en vida.

—Te amo —Laurie abrió su alma —, te amo May. Te amo, te amo y te amo desde siempre.

Fue decir eso y May entró en llanto al igual que Laurie. La chica tapó su cara entumecida por la expresión, las lagrimas y la mucosidad.

Unos diez segundos pasaron

—Es que —paró para respirar —, no creo que sea tan buena para ti y...

—May —Laurie se acercó a ella para que pudiera ver la sinceridad de su rostro —, quiero casarme contigo, y quiero hacerte feliz todos los días —May comenzó a negar con la cabeza sin poder creerlo —. Será mi único trabajo a partir de ahora.

May no entendía por qué a pesar de tal declaración, el pecho le seguía doliendo de forma incalculable. Sentía un vacío, no podía amar así. Posó su mano en su pecho y seguía llorando. Creía ser una desagradecida, pues lo tenia todo pero ella, ella no se sentía completa.

—No sé cuántas declaraciones llevo ya, pero por favor, acéptalas de una vez —Laurie habló con gracia para que el sofoco se disipase.

May abrazo a Laurie agarrando su nuca y mostrándole un lado débil que pocas veces enseñó.

—Que conste, que sé que parte de esta declaración se la has robado a Jane Austen —May habló en el cuello del chico.

—La literatura es el reflejo del alma.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora