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May, con nerviosismo y con un nuevo plano, dejó el papel sobre la mesa. Se sentó en la silla y respiró temblorosa. La ansiedad no acallaba dentro de ella.

«Esta todo bien» se repetía para alejarse de la presión del mundo sobre su pecho. «El mundo es gigante, esto no es lo peor que puede pasar» y entonces la ansiedad fue bajando su voz poco a poco.

Quiso pensar en frío, con el pecho aliviado y la mente en paz. La chica pensaba constantemente que no podía vivir en el pasado -algo que siempre hacia- y que debía sanar para seguir adelante. Por ella, por su familia, por Teo, por su amiga Mercy.

La tristeza de vez en cuando volvía, así que la calló con un chupito de ginebra.

Se levantó de la mesa y se dirigió al salón donde Laurie estaba sentado y nervioso. Su piel pálida, esa barba que rascaba su mentón. En cuanto lo vio su mente se volvió fuego, pero no quería dejarse interferir por la ira.

Debía cambiar.

—Así que... —habló jugueteando con sus manos —Tenías miedo... —afirmó mirando a Laurie esperando una respuesta. Él asintió lentamente sin mirarla —Yo también tenia miedo.

Él se atrevió a mirarla y su pecho se derritió triste al ver los ojos cristal de May. Estaban rojos y caídos. Tristes y ojerosos.

—No quiero volver a tener esta conversación contigo —la mujer habló dura y se sentó en un sillón frente a él —. Así que habla lo que quieras. Te voy a escuchar. Cuéntame que fue de tu vida.

Laurie, extrañado por el comportamiento de May, agachó un tanto el mentón analizando la expresión de la mujer frente a él. Era tranquilo, cautelosos y cansado. Como rendido. Y así era. May se había rendido ante su conflicto mental. Dejó al rencor perder, y aceptó la realidad como era:

Laurie ya no era suyo. Ya no se amaban. Laurie pasó pagina, ella debía hacerlo también -aun que llevaba intentando pasar pagina dos años -. Se había llevado la decepción de su vida, pero todos necesitamos algo que nos haga madurar, pensar. Una situación tan dura y fresca que la vida adulta se nos hiciera un paseo al lado de esa.

—Eh... —Laurie quería ser cuidadoso para no herir a May, pero a ella ya le daba igual —Volví a mis pequeños vicios —esperó una reacción de May, pero nada —. Apuestas, fiestas, mucho vino...

—Prostitutas... —May habló con una incredula sinceridad que discretamente rascaba en lo hondo de su ser.

—Si —aceptó el hombre —. Pero encontré a Amy, y creo que, bueno, sé que me enamoré de ella. Había estado en un agujero oscuro, y ella me dio la luz.

May hizo silencio analizando sus palabras y dándose cuenta.

—Yo era parte de esa oscuridad ¿verdad? —May preguntó sabiendo la respuesta, y que le iba a doler.

Laurie resopló incómodo, y asintió muy lento sin mirarla. Entrelazó sus dedos y se acomodó.

Un silencio kilométrico ató a ambos.

—Aun así me veo obligada a respetarte —May interrumpió el silencio —. Siempre lo hice, no podría no hacerlo —habló lenta —. Una parte de mi sigue fascinada por tu presencia —a pesar de sus honestas palabras, su rostro no dejaba el semblante frío —, no me mal interpretes. Es solo un afecto especial, algo...

—Algo que una vez surgió y ahora es irreversible —Laurie completó la frase y May lo miró con cierta sorpresa —. Lo escuché en una de tus canciones. Siento lo mismo, May, y aún así sigo amándola.

May sonrió triste aceptando ese final. El final de aquella etapa de tanto dolor y pena nocturna. De hundimientos en la nostalgia y estancamientos en el pasado.

Un par de ojos verdes Where stories live. Discover now