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Un abismo. Un hueco. Un vació en el pecho se formó en todos los presentes en la planta baja en cuánto él rostro de la maravillosa May cambio de repente. Jurarían que nunca la habían visto tan desfigurada. Su rostro no parecía suyo, su expresión había sido dominada por la tristeza, y su esperanza robada sin piedad.

Aun con lagrimas en los ojos, se dejó los pies en la madera del suelo queriendo llegar a la habitación de su hermana mayor. Subió las escaleras con pesadez. El tramo más largo corrido en su vida. Nunca había subido esas escaleras con tanto pesar.

Cuando se plantó en la puerta temió entrar. Temió tocar el pomo. Quería llamar y ser recibida por la pelirroja. Quería que todo fuera la broma mas despiadada de todos los tiempos. Quería morir si hacia falta con tan de que todo fuera mentira. Finalmente abrió la puerta encontrándose con la espalda de su hermana Meg, quien vestía de verde oscurecido. La mayor se giró con pena dejando ver a Beth postrada en aquella cama sin ningún ápice de vida.

Su rostro se frunció, los lagrimones no tardaron en salir y su mano se dirigió a su boca que no paraba de salivar. Un «No» escalonado desgarró su garganta y cayo de rodillas junto a la cama de Beth y agarrando sus manos dijo:

—No puedo creer que estes —miró su cuerpo presente —, pero faltes tanto. Háblame y dime que solo estas en un profundó sueño. Que es una broma y te juro que te perdonare para siempre —pegó su frente a la de su hermana sin recibir respuesta.

Era algo tan surrealista para ella, el hecho de que su hermana no estuviera presente. Que no hablase, ni caminase, ni su pelo brillara.

Las lagrimas de May comenzaban a caer sobre el rostro de Beth. Esperaba que eso le diera vida. Cualquier cosa.

Sintió la mano de Meg acariciando su espalda y entonces se giró, aun de rodillas, para abrazar las piernas de su hermana y derrumbarse en ellas. Quince minutos de pena al rededor de la pequeña Beth.

—Ella no querría verte así, May.

—Ella sabia que si no aguantaba yo acabaría así —miro hacia arriba al rostro de su hermana mayor —. Ella lo sabia y aun así...

Era incapaz de pronunciar lo ocurrido.

—Mi pequeña May —se agachó a abrazar a su hermana.

—¿Qué hemos hecho para merecer esto? Quizás el desparpajo de Jo, la vanidad de Amy, y mi estupidez nos han llevado a esto. Ella ha cobrado por nuestros pecados.

—May, mírame —Meg agarró el rostro de su hermana pequeña —, es la ley de la vida. No hay más. Siempre ha sido así y siempre lo será. No te culpes por algo que no esta en tus manos. No eres Dios.

—Si lo fuera, no hubiera pagado con ella. Ni mucho menos —una mirada de rabia se plasmo en su rostro —Si yo fuera Dios, erradicaría tal enfermedad. Si yo fuera Dios todo en este mundo seria diferente.

—No podemos alterar el verdadero orden de las cosas, debemos aprender a vivir con el.

«Claro que podemos» May pensó fugazmente.

•••

El día transcurrió fatalista.

Un aura terriblemente triste y azul rodeó la casa March. Las hermanas habían perdido aquella chispa.

May pasó toda la tarde frente al rio mientras médicos y curas visitaban la casa. No soportaba escuchar hablar de funerales, ni el grafito que rozaba en papel de las cartas que informarían a Amy y a su padre de tal tragedia.

Miraba el agua del rio monótonamente. Llevando horas así, sin mover un solo músculo. Solo su mente, que la torturaba por dentro.

De pronto unos brazos rodearon sus hombros y una mandíbula se apoyó en la hendidura de éste. Era Laurie quien besó la mejilla de May de forma reconfortante, pero cualquier muestra de cariño le parecía imprudente en tal situación.

—No te martirices —Laurie dijo —. Pase lo que pase, ella siempre estará aquí, contigo. Nunca te dejaría, ni a ti, ni a tus hermanas.

—Me duele el pecho —se sentó angustiada mientras soltaba aire por la boca y palmeaba su pecho rápidamente provocándole ansiedad. Todo le parecía irreal.

Todo.

Laurie posó una mano en su pecho y otra en sus espalda tratando de acallar el pánico de May.

—Ese dolor es todo el amor que tenias para dar, que no sabe a donde ir —Laurie volvió a hablar —. Mi abuelo siempre me dice eso, y lo creo. Deja que tus recuerdos inunden tu mente, traigan calidez a tu corazón y te guíen hacia adelante.

—No lo aguanto.

—Ten un corazón que nunca se endurezca y un temperamento que nunca se canse, y un tacto que nunca duela —citó Laurie con toda la pureza de su corazón y con la certeza de que May era la persona que mas la merecía.

Una sonrisa nostálgica apareció en su rostro y fue como volver a enamorarse.

—Charles Dickens —susurró apoyando su cabeza en el hombro de Laurie una ves sus nervios se acallaron.

Laurie agarro su mandíbula, y con todo el cariño que tenia para dar en ese momento, besó sus labios de la manera más reconfortante que jamas había sentido.

May no quiso separarse de el, pero debían. Cuando sus rostros de alejaron, ella observó con delicadeza pero desespero el rostro de aquel chico frente a el. Su par de ojos verdes. Su cabello negro y rizado. Las pequeñas pecas q adornaban su piel. Una sonrisa tontorrona se asomó en sus labios de nuevo.

—He leído miles de poemas de amor. De Jo, de Charles Dickens, las hermanas Brontë, Jack London, Edgar Allan Poe. Todos ellos han hecho que desee morir de amor —acarició la mejilla de Laurie. Cada linea me hacia un hueco en el corazón y tú apareces en todas las líneas que he leído en mi vida.

Una declaración sincera, inocente y literaria. Una declaración valiente y digna de retratar.

Laurie quería morir de amor, solamente para que May lo hiciera, y eso, amigos, era el amor mas ardiente y puro que alguien pudo experimentar jamás.






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Un capítulo corto, pero juro que nunca he disfrutado tanto escribiendo algo.

Que conste que por un momento cruzó por mi mente terminar el libro con este final. Un final abierto, pero pienso que sería doloroso hasta para mí y no dormiría en paz si hubiera hecho algo así.

Besos

Un par de ojos verdes Where stories live. Discover now