chapter nineteen

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—No me puedo creer que cada vez que salgamos te las tengas que ver con algún gilipollas.—Dijo Elizabeth a la mañana siguiente, sonriendo.

Pelle tan solo se encogió de hombros, divertido. Estaban todos en el salón de la casa, ya eran alrededor de las 12 de la mañana y Elisa y Jessica sabían muy bien lo que las esperaba a la vuelta a casa. Realmente debían haberlo pensado mejor antes de quedarse a dormir con los chicos.

—De verdad que no me gustaría para nada interrumpiros, pero tú y yo tendríamos que estar en villa católicos apostólicos romanos desde hace unas cuantas de decenas de horas.—Dijo. interrumpiendo un apasionado y largo beso entre Faust y su hermana.

La rubia tan solo puso los ojos en blanco y se levantó del regazo de su novio.

—Buenos días y hasta mañana si Dios quiere. No comáis mucha sopa enlatada, os matará.—Se despidió la pelinegra.

—No queda. De hecho no queda nada.—Se quejó Euronymous mirando a Necrobutcher, quien se suponía que debería haber ido a hacer la compra la semana anterior. El aludido solo hizo un gesto de desinterés.

Las chicas salieron del hogar sabiendo que la cosa estaba a punto de ponerse tensa, y no querían estar ahí para cuando llegase ese momento.

—¿Rezamos un padre nuestro?-Jessica siempre había sido un poco más creyente que Elisa, aunque las dos lo eran. Elisa había tenido su época de ateísmo.

—O más de uno si queremos salir con vida de allí.

Empezaron a rezar simultáneamente . Podía parecer una estupidez, pero ellas realmente estaban protegidas por Dios. No había otra explicación para la suerte que siempre habían tenido en la vida, especialmente con sus padres. A pesar de ser estrictos y, de alguna manera, sobreprotectores, casi nunca las habían descubierto en sus hazañas nocturnas (o, a veces, incluso diurnas) a la casa Mayhem. No obstante, esta vez no había salvación posible; habían estado toda la noche fuera y buena parte de la mañana, estaban demacradas y, aunque Elisa no se hubiese percatado aún, tenía un pequeño manchurrón sangriento debajo del ojo, sin motivo aparente. Solo les quedaba la esperanza de que sus padres no fueran demasiado severos con el castigo.

Una vez en la puerta, se santiguaron un par de veces e hicieron girar la llave lo más pausado posible. Entraron, y sorprendentemente no se encontraron con la escena de siempre. Sus padres no estaban esperando en el salón, sentados en el sofá como solían hacerlo cuando tenían que echar alguna chapa. Tan solo se escuchaba el ruido de alguien fregando platos, quien suponían era su madre. Por desgracia para ellas, no todo lo bueno dura para siempre, y en este caso no duró más que un par de segundos. Su padre salió de la cocina con la cara más desagradable que le habían visto poner en mucho tiempo. Se plantó delante de ellas, y sin decir ni una sola palabra extendió la mano con la palma abierta hacia arriba. Las hermanas se miraron confundidas.

—Dadme las llaves. Ahora.

Sin poder decir o hacer nada, obedecieron. No tenían mucho más remedio.

—Y ahora subid a vuestras habitaciones. No vais a ir a ninguna parte en un mes.

Pasaron al lado de Åke, y subieron a sus cuartos sin mediar palabra. Pero por supuesto, eso no duró más de diez segundos, porque enseguida estaban las dos otra vez en el pasillo de arriba, tratando de contener la risa y apoyándose la una en la otra para no caerse.

—¿En tu habitación en la mía?—Preguntó la rubia.

—En la mía.—Respondió Elizabeth.

Nada más entrar, cerraron la puerta sutilmente y soltaron las carcajadas contenidas.

WOMAN OF DARK DESIRES → pelle ohlinWhere stories live. Discover now