Capítulo 42: Jardín Vaie

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—Estás combinado conmigo –señaló ella, arqueando una ceja.

Él se alejó, arreglándose la chaqueta de su traje de un azul pálido que era exactamente igual al color que cubría los hombros del vestido de ella.

—No fue a propósito, lo juro –respondió él, riendo un poco.

—Te creo. Solo es gracioso, siempre hacemos eso –continuó ella.

La miró curvar los labios, y él ladeó la cabeza, inquisitivo.

—No me estarás leyendo la mente, ¿verdad? –preguntó en voz baja.

Ella bufó, dándose la vuelta.

—Sabes que no –dijo, caminando hacia las puertas de sus aposentos.

Esa vez, los guardias se quedaron en sus lugares fuera de las puertas y ellos recorrieron pasillos. Ningún guardia los detuvo ni cuestionaron su estadía, los cortesanos mantuvieron sus distancias al observarlos.

Mantuvo muy oculta su incomodidad, y su hermana, del otro lado del puente, transmitía la misma sensación. Recordaron el camino gracias al mapa mental con las instrucciones de su padre, siguiendo cuadros con hermosos paisajes y relatos, escalofriantes esculturas que sobresalían de las paredes blancas, la mitad de sus cuerpos incrustados en ellas.

Caminaron mucho y comenzaba a sentirse aprisionado dentro de su traje cuando, por fin, atravesaron un pasillo que no se diferenciaba de los demás y cruzaron una sencilla puerta de madera.

Inmediatamente un dulce e intenso aroma le inundó los pulmones e inspiró, incapaz de resistirse. Su hermana susurró algo inteligible, asombrada a su lado.

Él asintió, aún sin saber lo que había dicho.

Su vista fue bombardeada también con colores índigo y violeta, las impresionantes flores que reclamaron esos tonos como suyos extendiéndose hasta ocupar cada rincón de la amplia sala a excepción de los pasillos a través de los que se podía caminar y una gran pirámide de plata que se exhibía en el centro.

El techo abovedado de vidrio opaco fue un respiro, tomando en cuenta el sol violento que se deslizaba por encima, pero se encontró frunciendo el ceño ante las gárgolas que estaban posadas en cada esquina del invernadero.

Las gárgolas dentro del jardín Vaie no eran solo decoración, lo sabía.

Caminaron con cuidado por los pasillos, admirando las flores que la familia Daungnott llevaba eones cultivando exclusivamente. Eran extrañas y hermosas, variando entre el índigo y el violeta.

Algunas mantuvieron sus capullos celosamente cerrados, pero las que se abrieron eran más grande que sus manos; los pétalos se apretujaban entre sí como un rosa, extendiéndose y adelgazando sus puntas como un tentáculo, cayendo suavemente, y de sus puntas colgaba una piedra mínima y brillante del mismo color que la flor.

Las flores Vaie eran una obsesión entendible para su familia.

A su lado su hermana las miraba con expresión cautelosa, toqueteándose el colgante de plata y esmeralda que descansaba en su pecho, pero esa aparente tranquilidad no lo engañaba.

Se acercó silenciosamente a ella.

—Si vamos a influenciar en los planes de la familia real no podemos seguir llamándonos Bastian y Annelisa Vazzelort, ¿cierto? –preguntó él en un murmullo, exageradamente confidencial, provocando que ella lo mirara.

Una sonrisa tiró de los labios de su hermana, a la vez que una sombra cruzaba sus ojos.

—No, y dudo mucho que alguna vez volvamos a usar esos nombres –respondió ella en el mismo tono.

Él sufrió un estremecimiento, sintiendo la verdad en sus palabras.

—A Asher le daría un infarto si nos escuchara –continuó él.

Su hermana le dio una mirada que decía claramente <<Si no le dio un infarto viviendo con nosotros no creo que le vaya a dar uno ahora>>, sin necesidad de usar el puente.

Pero, antes de poder replicar, escucharon claramente un alboroto tras la puerta junto a una gárgola, fuertes pisadas y gritos masculinos.

Ellos se tensaron, mirando hacia la puerta con expresiones impasibles cuando un hombre fae entró al jardín. Vociferándole a un soldado que venía tras él..

—¡...yo mismo soy capaz de verificar si algo de tal magnitud es real o no! –gritó el hombre, con un traje de chaqueta larga y elegante cubriendo su cuerpo, su cabello castaño enmarcando el rudo rostro y rozándole los hombros.

Cuando los miró, enmudeció, fijando esos intensos ojos grises en ellos y él trató de no estremecerse cuando, en efecto, logró ver momentáneamente como brillaban con tormentas, rayos y huracanes encerrados en su interior.

El hombre suspiró, suavizando su rostro y girándose al soldado tras él, que los observaba con evidente recelo.

—Ya tengo mi respuesta –fue todo lo que dijo su tío, el Rey Supremo de Vasilis, dirigiendo nuevamente esos ojos intensos hacia ellos y devorándolos con la mirada.








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Bueno, holaaaaa! Que tal?

Hoy toca capítulo corto, pero los próximos van a compensarlo, lo juro

A ver, leo sus comentarios, cómo están recibiendo las noticias de los gemelos?

Juro que, justo ahora, estamos tratando de acostumbrarnos a sus nuevos nombres que, aunque son con los que los mellizos mejor se sienten porque nacieron con esos nombres, Annelisa y Bastian son... Especiales, en muchos sentidos.

Pero los mellizos son únicos, así lleven el nombre que lleven. Igual los amamos con toda el alma.

Reino de Sombras y EsmeraldasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora