Capítulo 33: Cien vidas de dolor

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Año Caxacius, Mes de las Almas, día 12

20:00 horas

Con el paso del tiempo la tensión se había convertido en una sensación familiar en su cuerpo, no le parecía extraña

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Con el paso del tiempo la tensión se había convertido en una sensación familiar en su cuerpo, no le parecía extraña. Y se había acostumbrado tanto que ahora formaba parte de su naturaleza aunque se entrenaba para mantener las tensiones en el interior, mostrando su exterior la fría serenidad.

Mostrar debilidad era el primer paso para caer, y nunca pensaba en caer.

Así que no mostraba debilidad ni tensión hacia el mundo.

Siempre alerta, esperando algo –que no tenía idea de qué- aunque no sabía si algún día llegaría. Muy atenta a todo lo que la rodeaba, los hilos que se tejían y las aguas turbulentas.

Estar en constante alerta hacía que su cerebro maquinara soluciones y estrategias para salir lo más victoriosa posible, manteniendo el liderazgo en el tablero, pero si perdía la calma, desesperándose con su entorno, jamás podría pensar correctamente y ganar.

Terminaría hundiéndose y hundiendo todo lo que le importaba en el proceso.

Pero ahora se enfrentaba a unos nuevos nervios de los cuales desconocía estrategias para someterlos y controlarlos, sin tratos engañosos o blancos difíciles a los que disparar.

Se había quedado pasmada frente a su armario sin saber qué pensar o qué ponerse, y luego se había regañado a sí misma, diciéndose que cualquier cosa que se pusiera estaría mejor que bien.

Siempre lucía bien.

Nunca le había costado nada alguna cosa que tuviera que ver con su apariencia, así que no se iba a permitir dudar de ello en ese momento.

Cuando finalmente bajó las escaleras hasta el vestíbulo, las lámparas ya estaban encendidas, iluminando el mármol y piedras grises del suelo y las paredes, los cuadros y muebles de madera clara y lisa, sofisticada.

Casi pega un respingo cuando descubre a Asher y Bastian a su espalda, sus rostros muy serios mientras la contemplaban.

Malditos fenómenos.

Iban elegantemente vestidos, aunque no irían con ella.

Le sorprendió lo silenciosos que habían sido.

—¿Ahora con qué me van a salir? –inquirió ella, mirándolos por encima de su hombro. Sus máscaras de seriedad escondían cierta resistencia y pena-. Cualquiera los ve y diría que están a punto de entregarme a mi ejecución.

Un criado se acercó para abrir las grandes y pesadas puertas principales; un carruaje ingresaba por la entrada a la mansión Vazzelort.

—O a tu boda –murmuró Asher.

Bastian la miró y luego más allá, hacia las puertas abiertas, con hielo en sus ojos.

—Son sinónimos –comentó su hermano, tensando la mandíbula.

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