Capítulo 41: Serpiente de plata

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Año Caxacius, Mes de las Almas, día 22

13:10 horas

Regresar a casa.

Eso le parecía excelente, pero poco probable.

Una mentira muy atractiva.

Frente a ellos el lobo se alzó ante sus órdenes y, un segundo después, con un estallido débil de luz, se alzó un fae de armadura plateada, piel cobriza y los mismos ojos carmesí de antes.

—Sus deseos son órdenes, Altezas. Bienvenidos a casa –dijo el fae, haciendo una profunda reverencia, su armadura tintineando.

Ahora las personas los observaban abiertamente y él quiso gruñirles. Annelisa parecía intentar ignorar por todos los medios la incomodidad, concentrada en el rostro del soldado.

—Mejor no llamemos la atención, señor...

—Ismau –el soldado le respondió de inmediato a su hermana-. Llámeme Ismau, Alteza. Y sí, pongámonos en marcha.

Ellos ya tenían sus maletas en sus manos e Ismau hizo ademán de tomarlas por ellos, pero ambos dieron un paso atrás.

—Preferimos llevar nuestras propias pertenencias –dijo él tranquila pero seriamente.

Ismau pareció avergonzado, asintiendo y dándose la vuelta hacia la multitud.

Las características de los feéricos eran maravillosas. Mientras que algunos parecían tan humanos como él en ese momento, con únicamente las orejas puntiagudas que los delataban, otros lucían pieles, cabellos y ojos llamativos, rasgos animales... ojos de gato, brazos peludos, patas de cabra...

De alguna manera encontró reconfortante la manera relajada en que todos caminaban por las calles, escuchando risas y conversaciones indiferentes.

Los feéricos tenían una belleza etérea, los colores tan llamativos y vividos que se instalaron en su mente, tomando una repentina consciencia de todo su entorno y haciéndole desear poder encerrarse en su antiguo estudio para pintar lo que ahora presenciaba.

Era todo un contraste a todo lo que estaba acostumbrado.

No se encontraron demasiados guardias en la calle, y él permaneció atento a cada rostro, sonido o cambio de dirección, tensándose.

Cuestión de costumbre, supuso.

Pero, por suerte, Ismau les hizo pasar desapercibidos.

Lo que sí encontraron fue animales, más grandes de lo que deberían ser realmente, andando de un lugar a otro.

Un gran león con el pelaje color pistacho pasó junto a ellos, soltando gruñidos hacia un conejo del tamaño de un perro que saltaba a su alrededor; un azulejo del tamaño de un águila sobrevoló por sus cabezas y con una voltereta, aterrizó en el balcón de una casa convertido en un joven de sonrisa divertida y piel clara.

Ismau los llevó al interior de un edificio.

Un bar, se dio cuenta.

Cuando le frunció el ceño al soldado, se había apresurado a explicarle.

—Entiendo que deben estar cansados –dijo, apaciguador. Él seguía mirándolo fijamente, con acero-, así que supuse que es mejor que hagan el resto del viaje de una manera diferente. Estamos lejos y si pudiera, yo mismo los llevaría, pero mi magia nunca fue lo suficientemente fuerte como para poder aprender la traslación.

Ismau se sonrojó, mirando a Annelisa de soslayo, quien suspiró.

—Así que buscas a alguien que nos ahorre la caminata –concluyó Annelisa, alzando una ceja.

Reino de Sombras y EsmeraldasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora