Capítulo 40: Los legítimos

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Año Caxacius, Mes de las Almas, día 21

19:19 horas

Se permitieron hundirse en su miseria por un día entero.

Incapaz de hablar o pensar con claridad, Annelisa se quedó en su lado del carruaje sin mirar a Bastian, la negatividad atravesar su cuerpo y mente.

Sólo era consciente del avance del carruaje en el camino, alejándose cada vez más de Castatis. Miró desaparecer el torrencial río Cylenn, y también las afiladas puntas del Castillo de Ursian a lo lejos tras las montañas.

Al mirar desaparecer la ciudad, se sentía fría y vacía como un cascarón, encontrándole finalmente sentido a las palabras de la pantera.

Orfandad.

Sí, eso era orfandad.

Mientras estuvieron con Asher, los fantasmas de sus padres nunca desaparecieron, y nunca lo harían. Y nunca fue intención de Asher reemplazarlos.

Los tomó como suyos, pero más bien eran prestados.

Sabían que, más temprano que tarde, se separarían. Eso era inevitable.

Y si no era con sus padres o Asher, ¿a quién acudían en busca de refugio?

¿En qué hombro podían apoyarse para dejar de pretender ser fuertes?

Luego de horas de viaje, cuando el sol se había ocultado a lo largo de su recorrido, el carruaje se detuvo en una posada y se vieron obligados a compartir habitación. Una vez aseados y alimentados, ella miró el ceño fruncido que se mantuvo en la frente de Bastian aun estando dormido.

Alargó una mano, intentando alisar las leves arrugas de ahí con delicadeza.

—Estamos juntos en esto –le susurró a su durmiente hermano, que se removió un poco antes de relajarse bajo el toque de su mano.

Eso siempre sería lo único que importara.

Se tenían el uno al otro, aunque fuera el reto más grande cuando ella no deseaba mostrarse débil ante su hermano y él mismo tenía que mantener la cordura cuando ella perdía el control de sus ataduras.

Pero si no confiaban el uno en el otro para sostenerse, no sobrevivirían.

Y mientras repasaba las posibles razones por las que sus padres se hicieron pasar por muertos en Vasilis para escapar a tierras humanas, donde iban a estar en mucho más peligro, tuvo que recordarse que nadie más, a parte de ella y Bastian, eran hijos de Harlan y Vanisse Daungnott.

Nadie más compartió íntimamente con ellos bajo el mismo techo, sin máscaras, etiquetas o ataduras.

Y Harlan y Vanisse habían sido brillantes.

Al día siguiente, ambos lograron articular más palabras al salir del estupor, decididos a no lamentarse demasiado y autocompadecerse.

El tiempo no iba a detenerse por el dolor de ellos, o para darles la oportunidad de tomar un respiro para asimilar el alrededor y sus sentimientos.

El sol seguiría saliendo cada día. El viento soplaría, el agua fluiría, nuevas vidas seguirían naciendo y otras tantas acabarían, imperturbables.

Ellos, por su parte, no se iban a ahogar en el tiempo.

Susurraron sus planes en la privacidad de su habitación, discutiendo lo que tendrían que hacer, lo que sabían sobre la familia real –<<su familia>>, se corrigieron-, considerando quienes estarían más dispuestos a escucharlos y quienes serían un problema.

Reino de Sombras y EsmeraldasWhere stories live. Discover now