Capítulo 5

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Aviso: La portada no me pertenece, ha sido realizada por la artista @fery_dds.

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Es la historia de siempre, la culpable es ella.

¿Por qué ella? Pues porque nació mujer.

Nunca pudo tener autonomía en su vida. Cuando era pequeña vivía con su familia en un país demasiado pobre, donde no tenían ni para comer. Un día, un noble mundial se encaprichó de su pueblo, quería destrozarlo para hacerse una casa de campo. En cuestión de horas, el Gobierno Mundial había arrasado con todo, esclavizaron a la población completa de la isla.

Los hombres y niños fueron separados de sus familias, llevados a campos de trabajo forzado. Ellas acabaron como trata de blancas, en redes de prostitución distribuidas por todo el mundo. Nunca más volvió a ver a su familia, los recuerdos que tenía de aquella época estaban enterrados muy dentro.

Nada de eso salió a la luz, la Marina había sido cómplice de ocultarlo ante los periódicos, donde mintieron sobre un desastre natural, un terremoto había destruido todo.

Años después, cuando el noble que la había marcado física y psicológicamente de por vida se cansó de ella –y de otras muchas mujeres–, las vendió por un precio irrisorio a un pirata. Llevaba desde los catorce años encerrada en las propiedades de la familia Donquixote, contando los días para poder ser libre, poder viajar por el mundo, conocer otras culturas.

Escapar de lo pequeño que había sido su mundo, porque Serah había sido un juguete roto toda su vida.

Si algo le enseñó el mundo era que la gente débil no tiene derecho a elegir cómo morir.

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Con esos recuerdos en mente, la mujer golpeó la pared metálica de la ducha donde estaba metida. El ruido rebotó por todo el baño y se disipó en cuestión de segundos. Estaba sola, disfrutando de una larga ducha que llevaba horas deseando para eliminar toda esa suciedad que llevaba encima.

En un primer momento, sus lágrimas se habían fusionado con el agua caliente que caía de la alcachofa del baño, pero ahora su expresión era seria, casi de enfado.

Con el paso del tiempo, ese miedo se había transformado en rabia. Aprendió a observar todo a su alrededor, a escuchar a las personas, a descifrar rostros y gestos. En su vida como prostituta esto le había salvado en más de una ocasión.

Hacía años que ese asqueroso noble le obligó a comerse una fruta del diablo, así que había entrenado todo lo que pudo su uso, hasta que al cambiar de burdel un año antes, apresaban a todas las esclavas con piedra marina para evitar su huida. Ella había sido lista, siempre ocultó que tenía un poder, también lo débil que se encontraba con ello puesto.

Pero ahora era completamente libre, de ir donde quisiera, de hacer lo que más deseaba. Sin embargo, lo que más deseaba era ver todo arder. Todos esos malditos asquerosos que se hacían llamar los portadores de la justicia, todos esos piratas que la habían denigrado desde niña. No descansaría hasta ver la cabeza de Doflamingo en una pica.

Por fin se había relajado, la ducha había sido muy útil para sus nervios y ansiedad. Tras secarse, con cuidado de que no hubiera nadie en las inmediaciones del baño, se vistió con el mono naranja, una camiseta de tirantes blanca y las famosas botas.

La cremallera iba un poco justa y le costó cerrar por la parte del pecho, así que lo dejó un poco abierto –cosa de la que nadie en la tripulación se quejaría al verla más tarde–, marcando un poco de escote. No se sentía del todo cómoda, pero tampoco mal. Sabía que, aunque alguno le dedicase alguna mirada, a ninguno se le pasaría por la cabeza ponerle la mano encima sin consentimiento. Los hombres eran muy básicos, pero ella era capaz de domarlos demasiado bien. Rió para sus adentros y se marchó a su nueva habitación.

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Era ya de noche, o eso supuso por el paso de las horas. El submarino se llenó de ruido, los piratas se estaban reuniendo todos para cenar juntos en el pequeño comedor. Serah suspiró cansada, se dio media vuelta en la cama e intentó dormir un poco.

Pasado un rato, cuando ya todo volvía a estar en silencio, notó a alguien caminar hacia su habitación, y llamó con cuidado a la puerta. La mujer se medio incorporó, miró la puerta y dudó en ir, no quería ver a nadie en estos momentos. Se volvió a tumbar e ignoró por completo a la otra persona.

–Te he traído algo –murmuró aquella voz masculina al otro lado de la hoja de metal.

Era el médico, estaba preocupado por ella, no había ido a cenar. Entendía que quería un rato a solas después de toda la emoción del día, conocer a tanta gente nueva era abrumador y más de dónde venía. Pero la chica estaba delicada de salud –aunque no quería reconocerlo–, no iba a permitir que se saltase una comida.

–Abre –le medio ordenó, dudando en si abrir él mismo la puerta, pero sabía que eso solo empeoraría la poca confianza que le tenía la chica aún– Por favor.

Serah se quedó pensativa mirando al techo gris, luego con pesadez se levantó de la cama y caminó hasta la puerta, abrió con pocas ganas al hombre, apenas una rendija para mirarle a los ojos.

–Deberías comer algo –le entregó una bandeja con algo de sobras de la cena.

El hombre se había apoyado en la puerta y la había abierto de todo, pues tras ella la chica se intentaba esconder un poco. Su rostro volvía a tener esa expresión de disgusto, sus ojos hinchados y rojos de tanto llorar.

–No tengo hambre –respondió, tomando la bandeja de mala gana, estaba siendo un poco infantil, no lo iba a negar.

–Me da igual –contestó el médico, enarcando una ceja ante su anterior frase– Estás en infrapeso, debes alimentarte bien.

Ella rodó los ojos– No necesito una niñera.

–Pues no me hagas portarme como tal –Law se puso un poco serio.

Serah miró la bandeja, la comida no tenía mala pinta, era un potaje de judías con algo de arroz, y una manzana de postre. Llevaba, tal vez, días sin probar un bocado. Cuando el olor de la cena llegó a su nariz, su tripa rugió demasiado alto, y él lo había escuchado. Maldijo para sus adentros a su cuerpo y lo obvio que era.

–Vale vale... –se metió de nuevo en la habitación pero antes de cerrar la puerta en sus narices le dijo una última frase– Gracias.

La chica cerró la puerta con fuerza y luego se apoyó en ella mientras escuchaba los pasos del capitán alejarse de su posición. Miró a la cama, luego a la mesa que tenía al lado y por último a la comida. Tal vez comer algo antes de dormir no le vendría nada mal.

Así que se sentó en aquella silla de madera que adornaba el escritorio del mismo material, y se dispuso a comer con calma aquella cena ya fría, pero igualmente deliciosa. Era lo más rico que había probado en años, y esto también la había molestado.

¿Qué buscaba ese hombre? ¿Por qué tanto interés en su salud?

Tal vez era lo mismo de siempre, tal vez la veían como siempre la vieron durante toda su vida, una muñeca de usar y tirar. Sabía que no podía confiar en nadie, menos en un hombre.

Pero aquello era diferente, no tenía la obligación de salvarla, y aunque Serah le hubiera engañado en un primer momento con el tema del informante, desde que le contó la verdad él podría haberse vengado matándola; y sin embargo, le hizo un hueco en su tripulación. La revisa, le da una cama, ropa y comida.

Tal vez y solo tal vez, no todos los piratas eran seres desalmados.

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All eyes on me [Law x OC]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ