En un gesto siniestro y soltando un rugido ensordecedor, Hades lo arremetió con violencia contra el suelo, cuyos cimientos temblaron bajo el impacto descomunal. Los ladrillos del tercer piso en el que se hallaban se resquebrajaron y se partieron en pedazos mientras ambos dioses caían a través de las fisuras abiertas.

En su descenso desenfrenado, atravesaron el segundo piso y, sin detenerse, destrozaron el suelo de cemento del primero. La estructura del palacio se desmoronó ante la fuerza devastadora de Hades, quien utilizó el cuerpo de Zeus como una macabra herramienta para abrir un camino hacia las profundidades de la tierra.

En medio del caos y la destrucción, Zeus sintió un dolor insoportable, cada hueso de su cuerpo se resentía con cada choque, mientras era arrastrado sin control en medio de la oscuridad, donde no pudo ser capaz de ver nada.

De pronto, ambos cayeron en un lugar cubierto por llamas violentas que iluminaban la desolación de ese sombrío espacio. Zeus yacía aturdido, con su visión borrosa y sus pulmones inundados de Ícor, al momento que se recobraba del impacto devastador. Al levantar la mirada, cayó en la realidad de que se hallaba en el Tártaro, y levantándose en un impulso por escapar, se encontró con la espeluznante figura de Cerbero, cuyos ojos oscuros y penetrantes irradiaban una oscuridad sobrecogedora. La colosal bestia se acercaba con una tenebrosa lentitud, al mismo tiempo que su cola de serpiente se movía de un lado a otro con brusquedad, como si presintiera la presencia de un intruso en su dominio infernal.

Las llamas danzantes iluminaban las fauces abiertas de Cerbero, revelando sus afilados dientes, y Zeus palideció ante la magnitud del monstruo de tres cabezas, descubriendo en la mirada de aquella criatura la perfecta representación del funesto odio de Hades.

Volviendo la mirada hacia su hermano, Zeus quedó paralizado, consumido por el temor arraigado en su ser, mientras observaba al pelinegro avanzar con una ominosa lentitud, apretando en una de sus manos un elegante bidente, cuyos dos filos se mostraban como espejos en donde se reflejaban las llamas que los rodeaba. Su largo cabello ondeaba de lado a lado al liberar su rostro del yelmo, dejando al descubierto sus penetrantes ojos rojos.

—¿Por qué has escogido este lugar? —preguntó Zeus, intentando mantener la calma en medio de la tempestad de terror que le embargaba.

Con la comisura derecha de sus labios alzándose, Hades esbozó una oscura sonrisa.

—Para evitar que tu alma atraviese el río Aqueronte, puesto que deseo que comiences a pagar tu eterna condena cuanto antes. —dejando caer el yelmo al suelo, Hades inclinó su cabeza, mientras apretaba su bidente con fuerza— Sé que todas las almas que habitan este lugar sienten un profundo resentimiento hacia ti, por lo que les permitiré vengarse a mi lado.

Retrocediendo un paso, Zeus examinó su entorno, escuchando los opresivos ecos de las almas que merodeaban a su alrededor.

—Tengo la sospecha de que el alma de Hera ansía vengarse antes que ninguna otra. —añadió el pelinegro, provocando un temblor en las piernas del menor.

Aquel era uno de los poderes más temibles del rey del inframundo, infundir un miedo tan atroz y asfixiante que cualquiera preferiría morir antes que padecer dicho sufrimiento.

—¿Realmente piensas matarme? —interrogó Zeus, con voz débil— ¿Al rey del Olimpo?

—¿Si pienso matarte? —repitió Hades entre risas, y lanzando el bidente con fuerza, logró clavarlo en el pecho del contrario, haciendo que Zeus escupiera una inmensa cantidad de Ícor, al mismo tiempo que sus ojos se abrían desmesuradamente a causa del impacto y el excesivo dolor— Todavía no —añadió el pelinegro al verlo caer de rodillas, maravillado con los dos filos de su arma que habían salido por la espalda de su hermano— Primero quiero jugar.

Luna del inframundo | Hyunlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora