Capítulo 23

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En los días siguientes fui a clase con naturalidad, con la diferencia de que iba en bus, pues la moto se había averiado. Tres días avanzaron desde que desperté de un alocado sueño que había tenido y del que no lograba recordar nada.

Me sentía muy bien, todo iba genial y estaba más feliz que de costumbre.

No me importaba Patricia, tampoco sufría por las inseguridades del pasado, y todas aquellas pruebas que me molestaban las había superado semanas atrás. Estaba orgulloso de mis esfuerzos y de cómo en mis capacidades, pude afrontar las adversidades que me hicieron más fuerte.

Ahora salía con Cristina para ayudarle a superar la amargura del pasado y la mayoría de las noches me quedaba jugando con Armando, que en realidad parecía un influencer con la holgazanería y los videojuegos, porque no paraba de hablar de ellos. Lo increíble, era que pese a la vida que llevaba, siempre veía su nombre anotado en la lista de aprobados de cada año. ¿Cómo le hacía para estar así y cumplir con todas las responsabilidades? Era un misterio de la creación.

Ese mismo día, encontré al profesor Alirio y lo había evadido, pues se le veía impaciente por conversar, pero escapé de sus garras entrando a la cafetería. Y un día después, volví a encontrarlo por los pasillos. No tenía buenas sensaciones al respecto.

Cuando me vio, empezó a correr hacia mí. Inmediatamente me asusté por su acción y me regresé por dónde venía.

—¡Esteban! —gritó afanado. El estado físico del profesor no era el mejor, así que se detuvo a los pocos segundos mientras yo ya me encontraba afuera, en el campus, y observé a Cristina venir. Mi marcha era muchísimo más rápida que el pique del profesor.

—Esteban, te notó agitado. ¿Ahora qué hiciste?

—Nada —le dije cuando daba respiros de recuperación. Mi estado físico tampoco era idóneo—. Creo que alguien se volvió loco.

—¿Quién? —me dijo intrigada.

—No importa mucho.

Pronto me fui con Cristina de camino a casa —primero a la de ella, y luego a la mía—, y al mismo tiempo, nos colocamos al día con todas las historias que teníamos para contar, ya que era normal en nuestra amistad desahogar los malos recuerdos con estúpidos relatos.

—El idiota de Gabriel me dice que volvamos —me dijo confundida—, pero yo pienso que debería esperar un poco más.

—No entiendo... lo tienes locamente enamorado de ti y, ¿aun así eres capaz de hacerlo esperar así? —le pregunté abrumado. Cristina era crueldad en estado puro.

—Mujeres, cariño —me contestó con un sarcasmo barato—, nadie nos entiende en este mundo, ni siquiera nosotras lo hacemos.

—Eso lo puedo entender, pero lo otro no.

—Ajá, ¿y por qué no me hablas de ti? Siempre estás hablando de tus sueños y otras cosas extrañas —expresó disgustada.

—¿Sueños? ¿Cuáles?

—¿No lo recuerdas? Bueno, eres hombre, lo normal es que al desayunar reinicies tu cerebro y olvides todo lo del día anterior.

—¿Gabriel era así?

—No, él sí recuerda todo... es tan tierno —me dijo con mucha dulzura a lo último. Yo no podía creer lo complicadas que eran, porque cuando tenían todo, no querían nada. Así de inaudito era.

» Oye —volvió a hablarme—. Te veo más perdido que antes. ¿Sucede algo?

—Estoy excelente, ¿Por qué lo preguntas?

La teoría del sueñoWhere stories live. Discover now