Capítulo 16

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Faltaban tres días para volver a la Universidad, y de mi parte, ya no me encontraba tan solitario. Mamá había regresado después de estar una temporada en México, y gracias a ello, los asuntos quedaron prácticamente resueltos. Ya no hacía mayor cosa, y lo genial de estar con ella, era que solo debía preocuparme por comer y dormir.

Con la libertad del tiempo entre mis manos, siempre podía hacerlo, y lo bueno era que cuando lo hacía, me topaba con Juliana. Pero una vez las cosas marchaban bien, siempre aparecía una piedra en el zapato. Mis sueños con ella se iban acortando tanto que me costaba poder encontrarla y recordarla. También no los soñaba de la forma que lo hacía antes, solo recordaba hasta cierto punto y no encarnaba el sueño con mis propios esfuerzos, era como si estuviera en modo automático con los recuerdos intactos. No entendía por qué sucedía eso, pero me empezaba a preocupar demasiado, pues paso a paso se transformaba en un patrón que venía de menos a más.

No quise quedarme de brazos cruzados e intenté contrarrestar con varios remedios caseros —inventados por mí—, para comenzar a valorar los recuerdos, que una vez soñados, debían ser registrados y testificados.

Un día antes, había comprado dos cuadernos para escribir apuntes y uno que otro consejo del libro rosa de Freud. De ambos cuadernos, guardé uno en el estante de la ropa, completamente nuevo, y el otro lo conservé arriba de la mesita de noche para tener la disposición de tomarlo apenas despertara. Quería hacer un breve experimento que me permitiera obtener un buen resultado antes de volver a clases.

En aquellos tres días, conseguí soñar con ella siete veces —contando las siestas matutinas y los trasnochos inducidos a voluntad—, con un promedio de dos sueños y medio por día. Cada sueño lo escribí con una correspondiente narración que debía aprovechar en los primeros segundos de haber despertado, pues en los manuales del sueño, era ideal despertar y escribir lo primero que se viniera al recuerdo; sin embargo, algo me sorprendió tras los siete relatos transcritos.

Cada nuevo que escribía, se hacía más corto al anterior: el primero logró copar tres hojas completas, pero tan solo el último pudo tener dos párrafos breves y sin nada destacable. Lo había vuelto a leer en voz alta, intentando recordar algo que fuera significativo.

—" Tuve la oportunidad de encontrarla una vez más. Su cabello no lo revisé, pero era agradable, y aunque no sabía qué color tenía, eso era lo que me llamaba la atención. Imaginarme el color. No se fue su imagen tan pronto y luego desperté, tenía ganas de ir al baño".

Pensaba en lo patético de aquel relato, y no había dudas, cada vez era más difícil rememorar a Juliana. Mi lucha se traducía en menos posibilidades para soñarla a plenitud. Lo terrible, era que desconocía la razón y quería buscar una respuesta, pero el regreso a clases estaba tan próximo que no tenía el tiempo necesario para hacer un análisis del problema que enfrentaba.

No obstante, de todos los relatos, hubo uno muy diferente. Lo leí como ocho veces, y me llamaba a la curiosidad: "Cada vez que le preguntaba algo de su vida, despertaba. Era como si mi propio sueño me ocultara algo que no debería saber". Otra vez lo había leído en mi mente. Era adictivo.

Antes de irme, escribí con tinta negra en la pared lo más valioso de mi lucha. Me alisté para salir a clases y no desayuné lo que mamá había hecho, porque no tenía hambre —Era raro no tener—. Y bajé con rapidez al comedor para despedirme.

—Mamá, nos vemos en la tarde. Te quiero.

—Espera, ¿adónde vas? —me dijo ella con síntomas de absoluta desaprobación.

—A estudiar, ¿A dónde más?

—¿Y no me vas a decir nada?

—¿Qué te tendría que decir? —le pregunté. Dentro de poco venía el bus y lo iba a perder si no me apuraba.

—Mira la hora, el bus te dejó.

—No, él viene en... —miré mi reloj—, veinticinco segundos. No puede irse tan rápido.

—Entonces... deja que se vaya, aprovecha hoy y vete en lo que está afuera —dijo mamá seriamente. No lo podía creer, ella quería que no fuera a clases.

—Espera... ¿Acaso quieres que no estudie? Si no lo hago me volveré un dishwasher.

—No, tú hoy irás a estudiar... —dijo ella cambiando su tono por uno más sereno, su cara estaba aplacada con una gracia inmediata.

No entendía qué intentaba hacer. Hasta que me mostró unas llaves.

—¿Qué es eso? —pregunté atónito.

—Por portarte bien en estas vacaciones, te traje algo que te ayudará.

—¿En serio?

—Mira afuera —expresó con alegría.

Apenas salí de casa, pude verla afuera parqueada. Era una moto Suzuki de segunda mano que se veía en perfecto estado.

» Todavía la estoy pagando, pero creo que puede serte de utilidad para tu último año.

—¡Está genial! —contesté desbordado.

—Utiliza el casco. No quiero que te pase algo, afuera hay muchos imprudentes.

—Sí, tienes razón —Me lo puse y empecé a arrancar sin comenzar a andarla, el sonido era brutal. Siempre había soñado con tener una y nunca esperé que viniera por parte de mamá.

—Ten cuidado —dijo preocupada con cara de arrepentimiento.

—Lo tendré. Te quiero, eres la mejor.

Pronto subí, ajusté las piernas en la moto y me coloqué en marcha hacia la universidad.

Estaba nervioso en los primeros diez minutos, porque sabía el poder que tenía en mis manos mientras manejaba. No era lo mismo que andar en bicicleta o patineta. Después de superar la desconfianza, mi habilidad incrementó y empecé a sentirme en las nubes por la autopista.

En bus tardaba una hora o hora y media si había mucho tráfico. Pero curiosamente aquel día estaba despejado, y al ritmo que llevaba, lo más probable era que llegaría faltando media hora.

El viento soplaba en mi cara con vehemencia, y lo bueno de tener casco, era que evitaba los peligros de cualquier cosa que vagara por ahí.

En la amplitud de la vía, pensé un poco sobre cómo abordaba las cosas. Quizá había llevado muy lejos el problema que atesoraba con mis sueños. Tal vez hasta perdía el tiempo y no buscaba algo productivo para hacer, y aunque no tenía avance de ningún tipo, me entristecía pensar en dejarlo. Volví a recordar a Patricia por un instante, pero la verdad no era lo indicado, porque la había dejado plantada hace días y tampoco quería saber de ella.

Tenía que hacer algo idóneo para valorar las cosas, pero no sabía cómo empezar. Cada día retenía más dudas y mi interés en todo lo que investigaba disminuía de forma notable. Estaba sumergido en un círculo vicioso que no tenía salidas ni atajos para escapar.

Empecé a ver hacia cualquier lugar mientras iba manejando, faltaban unos cinco minutos para llegar. La ausencia de carros y distracciones por el camino lo hacían todo mucho más sencillo. Incluso sentía que arribaría a clases tan temprano como nunca lo había hecho, y mi pecho se llenaba de un orgullo muy estúpido.

Luego, descuidé un poco mi visión de la carretera y una niña de pelo blanco y alargado, se abalanzó corriendo en medio de la calle como si estuviera loca. Quedé petrificado porque si no la evitaba, la golpearía. La imprudencia que cometió me hizo esquivarla con reflejos felinos, como si fuera un obstáculo de la carretera. Estuve a solo metros de chocar con ella y ocasionar un accidente mortal.

Sin embargo, el milagroso movimiento ejecutado, ahora se veía empañado por una terrible consecuencia que era inevitable: había perdido el equilibrio de la moto.

El volante se zarandeaba como una máquina de ventilación, y la velocidad ya no se podía reducir a tiempo. Aquella suma de dificultades concluía en una respuesta breve y concisa: iba a ser un accidente espantoso o la moto sufriría consecuencias catastróficas.

Ni lo uno ni lo otro: salté de la moto, pero no lo hice en el tiempo indicado, porque me había golpeado la cabeza fuertemente contra un poste de luz.

No recuerdo nada más después de eso.

La teoría del sueñoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن