Capítulo 12

18 2 0
                                    

Uno de mis últimos sueños con ella fue cuando viajamos a un país asiático del que nunca había escuchado antes.

—Bangladesh —me dijo con gentileza.

—Bangandes —reiteré esforzándome.

—Bangladesh —repitió con calma.

—Bangaldesh.

—Ban-gla-desh —replicó paciente, deletreando cada sílaba con detenimiento; sin embargo, su desespero empezó a brotar.

—Banglandesh.

—Olvídalo, luego aprenderás a decirlo.

—Está bien —le dije apenado, me sentía un bebé—. ¿A dónde iremos?

—Al país que no sabes pronunciar.

—Ya empezaste a hacerme bullying.

—No es bullying, es verdad.

Cuando arribamos al país innombrable, pronto transitamos por las calles de Dhaka—la capital—. Y la noche llegó vestida de gala. Julieta y yo terminamos en una de las zonas más populares de la ciudad: en la plaza de Shahbag.

Había una alta presencia de vendedores ambulantes que se estacionaban en la calle, y que vendían artilugios de toda clase, también remataban artículos usados y de primera necesidad, era una especie de centro comercial callejero. Juliana, mientras tanto, veía emocionada cuando se topaba con algo que le reunía una gran curiosidad.

«¡Mira este perrito que mueve la cabeza!, ¡Este planeta parece una papa deforme!, ¡Esto es lo más baboso que existe!, ¡qué asqueroso, lo bueno es que no se pega!» entre otros disparates que pronunciaba Juliana por su evidente exploración al mundo. Parecía una oveja encerrada que, al salir, tocaba y sentía cada cosa anómala e indescifrable como un objeto único de la existencia.

Estando junto a ella, poco a poco fui detallando los rincones en que andábamos y no podía negar que el lugar tenía un misticismo intrigante. Había mezquitas elegantes y artesanales, fuentes de agua con grandiosos relieves y figuras históricas. Estar ahí también significaba ver el sentimiento popular y la destreza de las personas que, según el fruto de su trabajo, muchas veces desde sus manos y pies, creaban cosas inimaginables. Incluso hasta con la nariz y otras partes del cuerpo.

—¿De verdad esto se puede abrir y cerrar? —le dijo Juliana a un vendedor que deseaba timarla, o bueno, al menos eso creía.

Juliana abrió un cofre, y de aquella madera escabrosa, salió un muñeco de cera que plegaba sus labios y brazos como si estuviera vivo. Lo repitió tres veces seguidas sin necesidad de volver a moverlo con la mano, y aunque parecía un truco de magia barato, funcionaba muy bien, tanto que hasta yo caí en el cuento. Juliana al final lo compró.

—¿Qué tal? ¿Te ha gustado todo por aquí?

—Sí, es muy genial, aquí se encuentra todo lo que nunca podrías encontrar.

—Pues no he visto el primer dinosaurio a la venta —A Juliana no le gustó el chiste y me golpeó el hombro con sutileza.

—Tampoco así. Por cierto, no te había dicho algo, pero el señor que me atendió me dijo que la gente está muy disgustada.

—¿Y eso?

—Una injusticia.

—Oh, debe ser grave.

—Sí... es triste, pero creo que buscarán saldar cuentas por sus propios medios.

—¿El fin justifica los medios?

—No sé, ya te digo, espérame aquí que creo que ya encontré lo que estoy buscando.

Afirmé con la cabeza y pronto Juliana se marchó hacia el fondo, volteando a un callejón que conectaba hacia la derecha. La esperé sentado en una repisa de plástico que salía de una pared pegajosa.

La teoría del sueñoWhere stories live. Discover now