Capítulo 22

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No pude soñar con ella, pero estaba soñando, así de contradictorio fue. Todo estaba oscuro y no descubría nada. Sin embargo, el suelo era blanco y podía registrarlo sin problemas. Inmediatamente empecé a recorrerlo con mucho cuidado para no tropezar y para que tampoco despertara tan pronto. El suelo blanco empezaba a sonar como una campana de iglesia cada vez que daba un nuevo paso. Era más fuerte entre más avanzaba, y aunque no entendía hacia qué lugar estaba yendo, el retumbar de las campanas era contundente, como si dijera que tenía que seguirlas.

Luego de dar unos pasos más, dejaron de sonar las campanas, y en un respiro, toda la oscuridad de enfrente se había encendido de golpe con el mismo color del suelo. Ahora estaba rodeado de un blanco impecable y celestial, como si hubieran iluminado una habitación vacía.

No obstante, vi que algo apareció como por arte de magia... y era sencillamente insólito.

Había una puerta de madera en medio de la nada, que estaba dispuesta en la visión frontal de mis ojos. Era imposible ignorarla.

—Si atraviesas esa puerta... podré responderte la pregunta que quieras, pero no volverás a verme —Era la voz de Juliana. Volteé hacia todas partes y ella no estaba. Me estremeció escucharla... y peor aún, escuchar eso de ella.

—¿Existes de verdad? —le pregunté temeroso, sin acercarme a la puerta.

Un gran suspiro se atiborró en mis oídos y el tiempo se endureció por completo. Por un momento pensé que el sueño se había terminado, lo creí con firmeza. No obstante, ella respondió y lo que dijo... me había hecho llorar.

—Sí... Esteban, yo existo. Soy real.

Juliana de verdad existía... y no podía creerlo, estaba soñando con alguien que vivía. Mi emoción era indescriptible, porque soñaba con alguien que tenía un corazón propio, que poseía sueños en otra parte, alguien que, respiraba un aire que no conocía por la lejanía de los sueños. Reconocía también que su belleza era real, y que iluminaba a otros ojos del mundo al que pertenecíamos.

—Me alegro tanto... —dije con una gran sonrisa. Mis ojos no dejaban de sentirse en la felicidad absoluta. Sabía en aquel momento, que toda mi lucha no había sido en vano.

Pero... al conocer su existencia, solo podían venir malas noticias por añadidura, y lo presentía por el falso viento que revoloteaba en la habitación. La puerta de enfrente había desaparecido, y cuando giré hacia atrás con el miedo a flor de piel, comprendí que algo estaba mal.

Y lo estuvo, porque, aunque pensaba que no había atravesado el umbral de la puerta, en realidad sí lo había hecho... La atravesé y se había abierto. No lo podía creer.

—No... Juliana. ¿Por qué abrí esa maldita puerta? ¿Cuándo demonios pasé por ella?

—Cuando entiendas que no puedes arriesgar todo sin la opción de perderlo de verdad, ahí sabrás qué hacer conmigo.

—¿Eso fue lo que hice? —pregunté muy triste. Quizá había realizado lo más tonto sin darme cuenta.

—Pienso que sí... —dijo ella por última vez... y no pude escucharla más desde ese sueño.

(...)

Había sentido que el sueño se había acabado, sin embargo, en medio de una confusión sin precedentes, algo más sucedió:

El color blanco que estaba a mi alrededor, lo podía atravesar como si fuera una especie de fantasma o ente sobrenatural. En ningún momento quise moverme, pero mi cuerpo o lo que yo representaba en ese momento, me transportaba hacia otro lado sin explicación alguna.

Lo curioso era que todo seguía estando muy blanco, porque era como si aquella habitación de verdad existiera en algún lugar. Y me di cuenta de algo: no estaba en medio de una neblina blanca o un vaso de leche, sino que me hallaba encerrado entre muros... así logré saber que no era una ilusión. Estaba en otro lugar y se parecía a un hospital.

Uno muy extraño y desconocido que tenía paredes blancas, y que en cada habitación tenía sus respectivos pacientes.

De una forma que no podía explicar, solo me encontraba enfrente de una puerta que señalaba la entrada hacia una unidad de cuidados intensivos. Tenía el número 233.

Mamá hace mucho me había comentado que aquellos que estaban en esos cuidados se debatían entre la vida y la muerte, y quizás era cierto, pero no conocía esa definición desde mis propios ojos.

Observé a unos doctores que habían salido de aquella sección. Yo estaba cerca de ellos. Si no fuera un sueño, me hubieran descubierto sin ningún problema. Los encontré muy angustiados, porque se veían con la cara perdida y arrinconada, como si no pudieran evitar un desafortunado suceso.

—Habíamos tenido tantos progresos... y ahora resulta que no está respondiendo como antes. Esto es terrible —dijo preocupado el que parecía doctor. El otro que lo acompañaba, que detallándolo bien se asemejaba más un asistente, le respondió:

—Los exámenes arrojaron que no resistirá mucho, los insumos no ayudan y el diagnóstico... Doctor, nada es bueno...

—Lo sé, su representante incluso consintió el deceso por desconexión en caso de que fuera imposible para nosotros. Pero es tan difícil.

—¿Le entristece? —le dijo al doctor seriamente. Él lo pensó por tres segundos, con algo llamado impotencia.

—Por supuesto... es un paciente que lleva años aquí. Es una lucha que en mi juicio no quisiera abandonar. Además, fue el primer trauma craneoencefálico que atendí en este hospital.

—¿Cuánto tiempo cree que durará? —le preguntó curioso.

—Tal vez unos días... o máximo una semana, pero solo hasta ahí. No hay más forma de seguir con el medicamento inducido. Su cuerpo lo está rechazando todo.

Era muy triste, parecía que había alguien que no tenía muchas oportunidades para seguir viviendo... era un pronóstico desalentador, porque le quedaban pocos días. De repente, el forzoso azar que me sujetaba fue llevándome adentro del cubículo, y me hizo atravesar la puerta sin tener la necesidad de abrirla.

Luego, observé lo más horripilante que podía descubrir. Mi angustia, creció a un punto abrumador y el alma se me despedazó por la incontrolable carga emocional que estaba accediendo a mis ojos. Era absurdo, demasiado cruel e insostenible, hasta tocar lo más profundo que contenía.

Lo que tenía enfrente, al superar la verdadera puerta que no debía abrir, lo vislumbré a plenitud.

La misma persona que veía alegremente en mis sueños, siempre vestida de bata blanca y cabello corto, se presentaba ante mí, postrada en una temible camilla de sábanas blancas y con múltiples agujas inyectadas por todo el cuerpo. Sus manos estaban moradas por la falta de circulación, y sus párpados, eran tan oscuros como una indeseable noche de insomnio. Era tan triste que no podía verla por mucho tiempo sin sentirme destrozado... era Juliana, mi querida y hermosa Juliana de sueños inolvidables.

Ella iba a morir de verdad si no la recordaba, y lo peor, era que poco podía hacer... ya que, al no haber tenido sueños con ella desde hacía mucho, se me dificultaba muchísimo más poder recordarla... y paso a paso, su imagen debilitada, se evaporaba de mí como si me arrebataran su agradable voz de mis oídos. Era como si mi recuerdo se tradujera a un olvido tan letal como la muerte... y que solo estimaba el dolor desde el plano más macabro de todos. Su cabello no se coloreaba de un color vivo, y la pulcritud de su bata, se opacaba por la tenebrosa aparición de la oscuridad... Porque Juliana era el olvido más auténtico presentado de ángel dormido.

Aquella jodida puerta que había abierto, estaba eliminando los recuerdos que tenía de ella, y mi alma no mentía, porque en realidad sentía que lo perdía todo: el esfuerzo de meses y ardorosa búsqueda se marchaban a las fosas del olvido con una velocidad aterradora, y no había ninguna clase de piedad para ambos.

Mi corazón se estaba aminorando, pero seguía diciendo que ella existía... y ese era mi mayor consuelo... pero muy pronto se iba a aislar de mis sueños, de mis recuerdos, de mis manos... y de mi vida.

Porque estaba perdido... y no hallaba forma de recordarla.

Después su voz desapareció junto a ella, y luego, no fui capaz de asociar más.

La teoría del sueñoWhere stories live. Discover now