Capítulo 8

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Había despertado. Era domingo y no recordaba nada. Lo que sí lograba invocar, era la desesperada hambre que cargaba en el estómago. El pan que retenía en casa estaba vencido con moho en los bordes y no había comido nada desde la noche temprana del día anterior. Lo bueno, era que mamá ya estaba y no me dejaba morir.

—¡Esteban, ven a comer! ¡Te hice algo especial!

Bajé a desayunar rápidamente. Y se me había olvidado que ayer tenía que luchar por soñar, pero no lo concretaba en absoluto.

—¿Quieres postre de arándanos?

—No —me senté—. Gracias mamá, se ve bueno —Era un plato de boloñesa con pasta de pimienta.

—Aprovecha, hoy puedes repetir lo que quieras.

—¿Y eso? —pregunté cuando la veía con los ojos envueltos en sorpresa.

—No es para tanto. Ayer me asignaron un nuevo trabajo.

—¿Por fin trabajarás con la joyería Debuchy?

—No, ojalá —Se desmoronó con rapidez—. O bueno, es mentira. Si trabajaré con Debuchy —cambió su opaco rostro por una sonrisa esforzada con mucha alegría.

—¡Mamá! —me levanté de mi asiento y le di un abrazo.

—No cantes victoria, porque estaré en pruebas.

—Las vas a superar todas.

—Está bien... —me dio un abrazo con sentimiento, luego me preguntó: —¿Cuándo me vas a contar lo que te sucede?

Le sonreí y dije: Está bien, toma asiento y escucha bien.

(...)

En un abrir y cerrar de ojos, el lunes estaba sobre mis manos. Me hallaba en clase de superación personal con Cristina y no había soñado nada desde aquella noche.

—Aunque tal vez no era así —dijo María Teresa en una acción depurada por concebir lo que se decía ahí—. No se puede manchar la justicia con una terrible acción de los medios.

Estábamos en un círculo de sillas que formaban una mesa redonda invisible. Había diez personas. Entre ellas, también se encontraba Altamirano, el encargado del curso de superación.

—Teresa —replicó Cristina—. El fin no justifica muchas cosas, por eso estamos aquí. Debemos actuar con moralidad en nuestros actos, no podemos aprovechar la oportunidad para hacer desfachatez.

—¿Perdón? —preguntó Teresa ofendida—. ¿No crees que es correcto buscar lo mejor para uno mismo? ¿Así sea concebir o rozar lo inimaginable? No le harías daño a nadie...

—Punto para Cristina —expresó Altamirano, Teresa se volteó a ver hacia otro lado de la rabia—. Ella tiene razón, no puedes buscar un bien que contiene inmoralidad. Es como jugar a lo que quisiéramos ser con nuestros sueños. Puedes ser alguien muy grande en la vida, pero eso no te dará la conciencia que deseas tener si ya ejecutaste actos repudiables para el futuro de tu salud mental. Todo lo bueno de la vida sucederá cuando se realice bien.

Altamirano giró a verme, estaba distraído pensando en cosas variadas. Su clase era extracurricular, pero a veces tenía significativas excepciones.

—Esteban, ¿Qué opinas de todo esto? —dijo con denuedo. Yo estaba divagando en mis pensamientos.

—Eh, pienso...—miré hacia un costado, Cristina me alzó una ceja. Volví a responder como debiera de hacerlo—. Yo creo que todo lo que se conversó aquí está mal.

Todos voltearon a observarme con duda, había colmado su atención totalmente. Cristina expandió su rostro como si viera mi fin adelantado en la materia.

La teoría del sueñoWhere stories live. Discover now