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Perdón por la demora.

¿Pueden creer que a partir de aquí solo quedan 2 capítulos para terminar? Yo no. Muchas gracias por su apoyo. Se les quiere.


***


Para cuando la mañana se hizo presente con los primeros haces de luz, la confianza que Henry había sembrado en sí mismo se vino abajo. La culpa no tardaría en aparecer, así que se permitió degustar de los fornidos brazos del mayor aferrados a su cintura, envolviéndolo como sus noches de noviazgo. Tal como lo predijo, al abrir los ojos, la punzada de culpabilidad se anidó en su pecho.

—Despertaste, chico lindo —murmuró Raymond contra su cabello, apretando su agarre y restregando su miembro contra el desnudo trasero del menor.

El orgullo de periodista de Henry revoloteó en su pecho antes de hacer que hablara.

—Raymond, me gustaría preguntar más cosas -se giró en su lugar para poder verle—. Si me lo permites, claro.

Raymond sonrió ante los suplicantes ojos de cachorro del rubio.

—Por supuesto, lo que necesites — "con tal de que me creas", terminó la frase sin dejar de mirarle a los ojos—. Por ahora me gustaría comer algo. ¿Me permitirías invitarte a desayunar?

—Claro que sí, mi amor.

A Henry le gustaba la sensación que opacaba la culpa; era dulzona como un melocotón de temporada, y fresca como un té de menta. A pesar de ello, sus palabras eran ácidas. Se notaba en la punta de la lengua un entumecimiento leve que no le dejaba pronunciar bien las palabras amorosas hacia Raymond, pero lo atribuyó a los nervios, aunque sabía que era el mismo subconsciente quien le prohibía disfrutarlo.

Se había hecho una promesa antes de ir en busca de su ex, así que por más incómodo que se sintiese, debía mantenerse frío y bajo su papel.

***

—Bueno, a decir verdad, las cosas nunca fluyeron hacia el lado romántico, Raymond —su mirada reía de la misma forma en que su boca lo hacía, arrasando con todo a su paso por el corazón del pelinegro—. Pero si he de serte sincero, jamás lo busqué tampoco —Ray frunció el ceño y cortó sus huevos justo por el centro, derramando las yemas—. ¿Qué con esa cara?

Antes de hablar, el mayor limpió su boca y se acomodó en su silla.

—Bueno, Henry, me resulta increíble —se encogió de hombros—. Eres una gran persona, te encanta charlar. Siempre tienes un tema de conversación —apuntó—. Eres bastante inteligente y... —hizo una mueca que claramente era una sonrisa— Eres lo mejor que cualquiera pudiera desear. O por lo menos eres lo mejor que yo pude tener.

Henry rio mirando alrededor del lugar, abanicándose con la mano, recordando aquellos tiempos de noviazgo. Si bien no habían pasado más allá de un par de meses juntos, la idealización de cómo habría sido el futuro estando juntos apareció, haciendo que en su estómago se retorcieran los nervios como si de mariposas se tratasen.

—Basta o voy a creerlo de verdad -tenía la cara tan roja como un tomate. Raymond soltó una carcajada que se ahogó en su café; Henry, aun sonrojado, tomó un trozo de pan de ajo antes de arrojárselo—. No te rías Manchester.

La plática amena menguó en cuanto sus postres llegaron y las promesas se vieron obligadas a cumplirse. De alguna forma, por más preparado que Henry se encontrara, los nervios por traicionar a alguien que alguna vez amó estaban ganando campo en su sistema, lo que ayudó de forma espontánea para que el pelinegro no notara sus otras intenciones.

Henry, las casualidades no existen [Henray]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora