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—¿Te quedarías esta noche?

Henry dejó de frotar su cuerpo casi al instante, abriendo los ojos sin poder reprimir un jadeo de sorpresa. Su corazón dio un vuelco cuando, al girarse sobre sus talones, observó la sonrisa suave que tenía el castaño. Lo estaba mirando a los ojos. No estaba viendo su cuerpo desnudo, no sus nalgas, ni sus brazos o su pecho. Le estaba viendo la cara. “No puedo negarme cuando me trata tan bien”, pensó imitando la sonrisa que Ray le regalaba.
Iba a contestar cuando el mayor salió de su ensoñación, balbuceando suavemente antes de decir:

—No tienes que responder ahora —se separó del lavabo con las mejillas levemente teñidas de rosa—. Iré a vestirme. Piénsalo mientras te duchas, ¿quieres, chico lindo?

Y se marchó tal como lo dijo, dejando a un joven dando saltitos de felicidad.

Cuando terminó, entró a la habitación envuelto en una toalla beige lo suficientemente grande para cubrir de su cintura a las rodillas. Su rostro se veía más joven recién lavado, al igual que su cuerpo. Vio su reflejo en el espejo al lado de la cama unos segundos antes de buscar con la mirada su ropa entre el suelo. Fue presa del pánico cuando después de incluso buscar bajo la cama no hubo rastros de ella. Un nudo en su garganta se formó al momento de sentarse sobre una silla negra de cuero frente a un escritorio con documentos firmados. Ray no estaba por ninguna parte y él no tenía ropa para ponerse. ¿Qué acaso iba a secuestrarlo?

Sus manos temblaron, así que las convirtió en puño; dio un par de respiraciones profundas y logró calmarse justo antes de notar la puerta de la habitación que daba al pasillo se abrió, por ella entró el castaño, sosteniendo un par de tazas blancas. Tenía una sonrisa reconfortante que se borró al ver la cara de angustia del rubio. Asustado, dejó las tazas sobre el escritorio de vidrio y se arrodilló frente al joven, quien, apenado, cerró las piernas.

—Oye, oye, chico lindo —habló apurado el mayor. Henry entonces notó un ligero acento en el otro, ¿acaso era británico? —¿Estás bien? ¿Pasó algo? ¿Hice algo que te lastimara? ¿Necesitas algo?

Recibir tan de repente las atenciones del mayor lo hicieron llorar. No sabía por qué, solo dejó fluir sus sentimientos.

—Oh no, cariño, no llores —dijo Ray, poniéndose de pie a ambos para poder abrazarlo. Henry se dejó hacer, sintiendo una calidez dentro de aquellos brazos que hacía mucho no sentía.

Entonces lloró con más ganas.

Ray no dijo nada, solo acarició su cabello rubio mojado murmurando palabras reconfortantes para consolarlo. Estuvieron en esa posición cerca de diez minutos hasta que Henry se calmó. El primero en separarse fue el más joven, totalmente apenado.

—Lo siento —su voz sonaba constipada. Se frotó la nariz un poco con el dorso de la mano izquierda antes de ver a los ojos del castaño.

—No tienes que disculparte —“Dios, este hombre es un caballero que me ha tratado de lo mejor y yo le pago llorando”, pensó frunciendo los labios—. ¿Puedo saber por qué motivo beberemos nuestro té frio?

Henry soltó una risita. Ray le limpió las lágrimas con delicadeza. Amaba verlo sonreír.

—Lamento eso —murmuró sujetando su hombro con su mano derecha.

Henry, las casualidades no existen [Henray]Where stories live. Discover now