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Nuevamente yo, trayendo a ustedes un capítulo. Lamento la demora, pero a principios de abril tuve a mi bebé, y a pesar  de tener tiempo en mi cuarentena, solo escribía uno o dos renglones debido a mi bloqueo (el cual me ha impedido escribir correctamente). Sin embargo, agradezco que sigan pendientes de esta historia.

Un abrazo y nos leemos la siguiente parte.


***

—No, Charlotte —dijo Henry apretando sus sienes en un intento por ignorar el dolor de cabeza—, no fui a buscarlo —su voz se escuchaba cada vez más frustrada—. Juro que no fue así —murmuró rechinando los dientes—, además, ¿para qué mierda iba a buscarlo en primer lugar? El imbécil es mi... Solo olvídalo Charl. Hablamos después.

Y sin más, colgó. Su cerebro no lograba aceptar que se había involucrado sexualmente con su ex, el mismo que hacía años que no veía, aquel que juraba haber olvidado. Las cosas en su vida se veían mejores desde que se priorizó, sin embargo, ¿por qué de repente las cosas se empeñaban en volver a ser como antes?

Se dejó caer en el sillón de dos piezas completamente derrotado y exhausto. Estaba enfadado con Raymond, pero más aún consigo mismo por haber permitido que se diese algo de nuevo con quien tanto marcó su vida. Con el ceño fruncido vino un dolor punzante en el pecho que poco a poco creció hasta ocupar cada parte de su cuerpo y transformar su enojo en una tristeza que no paró de apretujar sus pulmones hasta que su garganta sacó sollozos resquebrajados. Apretó los puños y golpeó sus costados, gritando con tanta fuerza como pudo.

—¿Por qué, Raymond? —gritaba entre suspiros agobiados que lentamente se volvieron susurros— ¿Por qué volviste?

***

—Entonces, firmando aquí, ambos tutores se comprometen a someterse a pruebas de ADN junto a la menor Rosse Manchester para de esta forma confirmar o negar su relación con la menor —dijo el abogado de Ray, pasando a ambos presentes un documento donde se podía leer en la parte superior PUREBA DE ADN.

Un bufido salió de los labios de Agatha antes de firmar. A pesar de sus lentes oscuros, Raymond sabía que la prueba había fastidiado a la mujer, no por nada se había negado durante años a realizarla bajo la excusa de no querer exponer a su hija a tal humillación. Por su parte, el castaño no podía negar su nerviosismo, pues dependiendo de los resultados sería el rumbo que tomaría aquella situación.

—Es completamente absurdo que obligues a tu hija a hacer esto —gruño la pelirroja, regresando la hoja firmada y recibiendo de vuelta la que Raymond firmó.

—Es todavía más absurdo para mi tener que pedir una prueba de ADN de mi... —respondió el pelinegro con el gesto torcido, en una clara mueca de molestia, pero antes de terminar de hablar, su abogado lo interrumpió.

—Señora Manchester, le pido de favor que no cuestione las acciones que el juez ha tomado en base a la historia suya y de mi cliente —el tono agrio que empleó solo empeoró el mal genio de la mujer, quien, hastiada, tomó su celular en busca de distraerse.

El ambiente tenso de la oficina se vio en aumento cuando la abogada de Agatha habló.

—Señor Manchester, le recuerdo que usted debe seguir realizando la manutención con regularidad hasta que el dictamen no haya sido sentenciado por el juez.

Raymond frunció el ceño levantándose de su lugar junto a su abogado; cuando estuvo a punto de responder, su representante lo detuvo alzando a medias su mano.

—Le agradecemos su preocupación licenciada West, pero me temo que mi cliente sabe a la perfección sus responsabilidades —dijo abriendo la puerta de la oficina, invitando a las dos mujeres a salir de esta—. Hasta luego.

Y sin más, ambas se fueron, no sin antes soltar un par de miradas cargadas con veneno. Cuando los hombres se vieron por fin solos, Raymond no pudo evitar tirarse sobre una silla nuevamente, solo que esa vez se sentía inexplicablemente derrotado. Frotando su sien por enésima vez en el día, se atrevió a preguntar aquello que desde el primer día ya tenía una respuesta.

—George —su voz temblaba, aunque desconocía si eran nervios o sólo la agitación previa. Su abogado levantó la vista de los documentos entre sus manos—, ¿realmente crees que ella sea mi hija?

La mirada compadeciente que recibió fue su respuesta.

***

Cuando Henry llegó a la que sería su oficina ese primer día, se llevó la sorpresa al encontrar una rubia dejando un par de carpetas sobe su mesa. Tocó débilmente la puerta y fue recibido por la chica con una gran sonrisa antes de explicarle lo que era todo aquello. Para cuando terminó, el muchacho tenía dos cosas claras: investigaría a alguien y después haría un artículo sobre esa persona.

—Así es Henry —dijo la rubia ondeando su cabello de un lado a otro con gracia—. Tu primer trabajo será investigar a esa mujer —tomó una de las carpetas y se la tendió—. Todo lo que necesitas saber está aquí adentro. Lo demás va por tu cuenta. Que tengas un artículo exitoso.

Entonces el chico se quedó a solas, con una carpeta en las manos, preguntándose qué debería hacer primero. Antes de abrir el documento tomó asiento, esperando con impaciencia ver la foto dentro. Henry se sentía bastante afortunado estando ahí, sentado con lo que parecía ser su primer trabajo prometedor dentro de su experiencia como periodista.

Por desgracia para él, su suerte nunca duraba.

—Manchester... —su sangre se heló— Agatha Manchester.

Por más que deseara estar en un sueño, sabía que debía volver a hacer aquello que tanto se juró no volver a hacer. Tenía la cabeza dando vueltas por la información, sin embargo, decidió comenzar a trabajar cuanto antes. Tomó la carpeta de nuevo y se dispuso a leer, sabiendo que debería tener un punto de partida antes de tomar cualquier decisión.

***

—Sí señor —respondió Henry al teléfono—. Ya lo hago, señor —se frotó el cuello, reprimiendo las ganas de gritarle a su supervisor por ser tan incompetente—. De acuerdo, mañana mismo le llevaré los avances a la sociedad editorial. Claro, hasta luego, señor.

Habían pasado un par de días desde que comenzó a trabajar en aquella empresa y su suerte se había ido al caño, sin embargo su ego seguía a salvo de tener que contactar a alguien que le daría todas las respuestas si tan solo quisiera. A pesar de ello, se sentía especialmente optimista, pues su primer trabajo real estaba justo frente a él.

Con total seguridad podría decir que todo tenía un propósito y que las coincidencias, tal como se lo había dicho Jasper aquella vez, no eran solo eso, sino más bien su destino que estaba llevando el rumbo correcto. Estando sentado en su escritorio, se dijo a sí mismo que de no haber coincidido con Raymond, aquella investigación se habría resumido a algo inclinado más a la hipótesis y los chismes, sin embargo, con una parte de la historia formada y con el testimonio medio borroso de su ex, todo se veía favorable.

Aunque con algo de temor podía asegurar que su trabajo estaba terminado, su ego le impedía contactar a quien sabía le daría todas las respuestas necesarias para terminar con eso. No se podía permitir ceder ante algo tan vano como eso, pero, al mismo tiempo se preguntaba si debía hacerlo.

Con temor a fallar, comenzó a idear un plan en el que su carrera se viera favorecida, aun si eso incluía perder un poco de dignidad en el proceso. Iría a ver a Raymond y le sacaría toda la información posible, aun si eso significaba lastimarlo, estaba dispuesto a todo con tal de hacer su trabajo, después de todo, eso hacía un periodista.

Henry, las casualidades no existen [Henray]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora