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Antes que nada, quiero pedir una disculpa por lo dispersas de las actualizaciones, sin embargo, prometo que sí voy a terminar la historia, es solo que he tenido muy poco tiempo para querer escribir algo decente (y digo querer, porque he pensado una manera de meter las cosas que he pensado dentro de la trama). Los tqm por esperar pacientemente a que actualice. Espero no extenderme demasiado con la historia, pero, por favor, ténganme paciencia.

La única advertencia que puedo dar es que quizás los capítulos sean más cortos de lo normal, pero espero que no sea así todo el tiempo.

Sin más que decir, disfruten <3

***

Lentamente y sin notarlo, los últimos días en la universidad se estaban acercando, haciendo sentir pequeños a los casi graduados con todo el papeleo y trámites necesarios para su vida adulta. Todos se veían ansiosos por ser algo más que estudiantes, y esperar el evento donde se les entregarían sus documentos de manera simbólica era ya una agonía, pero, si habían esperado hasta cinco años por terminar sus estudios, podrían esperar una semana o dos.

La graduación de los tres amigos llegó mucho antes de lo que se habría esperado nadie. Sin siquiera darse cuenta habían culminado sus estudios y la pequeña Piper, novia de Jasper, había entrado a la universidad, viéndoseles juntos en cada minuto libre que tuviesen, tan acaramelados que llegaba a ser fastidioso. Por lo menos lo era al principio para Henry, aunque después de un tiempo comprendió que su dolor no debía afectar las relaciones amorosas de los demás.

Durante los dos años que siguieron de aquella discusión en la oficina de su director, Henry se vio hundido en un hoyo depresivo que día a día lo arrastraba más. Las primeras vacaciones fueron las más difíciles, renunciando a su trabajo y yendo a casa para recuperarse un poco en la época navideña, aun cuando él sabía que nada volvería a ser lo mismo. Cuando regresara a la ciudad debería buscar un nuevo trabajo que le diera el dinero suficiente para vivir sin tener que pedirles a sus padres algo extra.

La bienvenida que le dieron en casa fue lo suficientemente cálida, quitándole tiempo para sentirse triste. De cualquier manera, no había sido nada raro, pues era la primera navidad en tres años que regresaba a casa. Desgraciadamente, en cuanto vio a su madre las lágrimas se agolparon en sus ojos y salieron durante el abrazo que tanto esperó desde la primera pelea con Raymond. No hubo preguntas incómodas, pero sí una buena estadía.

Cuando regresó a la ciudad decidió salir con sus amigos a beber algo y a hablar sobre lo que había pasado durante sus respectivas vacaciones. Nadie quiso tocar el tema de Ray, y fue algo que Henry agradeció enormemente, pues no se sentía listo aún para hablar de ello con recién un mes de haber sucedido. Sus ánimos se amenizaron favorablemente luego de la tan ansiada visita a su familia, y esperaba que siguiera así, pero la vida no siempre te sorprende con cosas buenas.

Por otra parte, para Raymond Manchester las cosas habían cambiado tanto que ya no se reconocía, sin embargo, sus problemas seguían ahí. Su aún esposa se negaba a darle el divorcio, su abogado no le permitía ver a su hija; los procesos judiciales eran lentos, más cuando había pruebas de ADN de por medio y se buscaba la reparación por daños morales. A él ya nada le importaba, pues lo que más había deseado y querido se marchó sin más.

Su departamento estaba hecho un desastre al igual que él. Desde su ruptura con Henry las cosas solo habían empeorado; su trabajo se sentía asfixiante, su casa le parecía demasiado fría, y la cama había dejado de ser su lugar de descanso. La culpa era suya y no evitaba recordárselo día a día cuando golpeaba el saco de boxeo.

Honestamente, él jamás había sido una persona emocionalmente estable. Era agresivo al punto de los golpes, no sabía perder, y odiaba no ser el centro de atención en sus relaciones. Henry lo supo después de un par de días después de su primera cita, pues sus acciones hablaron antes que alguno dijera algo, por otra parte, el muchacho se había vuelto ciego en calidad de tener a alguien tan guapo como Raymond lo era, y eso le trajo consecuencias que ninguno quería manejar.

Ambos podían tener sus errores, pero se complementaban tan bien, que miraron a otro lado antes de pensar en si lo que hacían estaba bien o no. La realidad no fue agradable del todo cuando se conocieron a lo largo del mes en que salieron, pero siempre cerraban los ojos y pensaban con sus cuerpos. Ray amaba pensar con el pene, follando con rudeza a su chico, mientras Henry solía llorar por las noches pensando que no era suficiente jamás para su pareja.

No eran el uno para el otro y los dos eran conscientes a pesar de todo, pero esas mañanas despertando juntos luego de una ronda de sexo nocturno los hacía olvidarlo.

Cada caricia, cada beso, cada palabra falsa sobre cuánto se amaban llenaba el hueco que a diario crecía por la falta de respeto. A pesar de que Ray jamás le había levantado una mano a Henry, Los gritos y las frases hirientes aparentemente inofensivas eran el pan de cada día entre ellos. El más joven por lo general los ignoraba, pero su límite llegaba pronto, por lo que las discusiones aparecían esporádicamente en los momentos menos esperados.

Henry, con frecuencia durante su duelo, recordaba una discusión en especial un par de días después de haber formalizado con su rector, siendo la que le hizo cuestionarse durante horas si su relación valía realmente la pena. Pero tarde tuvo que ser consciente de que nada debe de valer la pena; una relación no tiene que ser dolorosa más allá de hablar de sus problemas y buscar una solución juntos, pero, la prometedora intensidad de algo que parecía oro resplandeciente, el muchacho de rubios cabellos se cegó con nada menos que un trozo de pirita.

La pelea había tomado lugar en la entrada de la casa del más joven, quien confrontó al pelinegro un tanto molesto por las actitudes de su entonces novio. Por desgracia, lo único que recibió fue un muy buen gaslighting sobre el cómo él, por ser tan joven, no sabía cómo diferenciar lo correcto de lo incorrecto y blasfemias similares que, de haberle contado a sus amigos, habría podido desarrollar una idea propia sobre el asunto.

—No es para tanto, Henry, cariño —le había dicho Raymond—. Tu juventud no te permite ver las cosas más allá de tu visión actual del mundo.

En ningún momento alzó la voz, o lo maldijo, o si quiera lo miró mal. El tono que había usado solo podía clasificarse como el de una persona que sentía lástima por la estupidez e ineptitud de alguien más. Después de aquella frase, le había acariciado el rostro con tanta diligencia como se le hace a un animal moribundo e imbécil que persigue su propia cola aún en agonía, y después de un beso entre las fruncidas cejas rubias, se marchó.

Sin embargo, con el paso del tiempo, Henry prefirió olvidar todo lo relacionado con Raymond y se dedicó a trabajar tan duro como pudiese para ser el profesionista que pretendió cuando comenzó su carrera. Después de un par de meses en depresión, mandó al demonio todas las llamadas y todos los mensajes de texto que le llegaban de cualquier chico, y focalizó su atención en llenar dos portafolios más de sus notas periodísticas. Uno por cada año que tardó en terminar su carrera.

De a poco y con mucho cuidado volvió a encender la llama que se extinguió cuando terminó su relación, brillando tan fuerte como le fue posible hasta el día de su graduación, donde rio y lloró de felicidad junto a sus seres queridos. Ni siquiera le importó el haber recibido su título directamente de las manos de su director, quien le dedicó la mirada más sincera que pudo, repleta de arrepentimiento y orgullo.

Del otro lado de la realidad de Henry, las situaciones a las que Raymond se había enfrentado lo dejaron desarmado ante la vida, sin saber que lo peor estaba por venir, y todo gracias al amor de su vida.

Henry, las casualidades no existen [Henray]Where stories live. Discover now