Capítulo 09

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Ian:

Las cosas siempre me salen como quiero, así como las planeo, exactamente así suceden. Por lo cual cuando escucho tacones repicar contra el piso no me hace falta adivinar quién será, porque ya lo sé.

Los pasos se detienen y oculto la sonrisa de satisfacción en mi cara, escuchando la puerta ser abierta sin ningún aviso.

—Se me ponchó una llanta... —la voz angustiante de Danielle interrumpe el silencio —. ¿Podrías revisarla?

Levanto mi vista de las bolas de la mesa del billar y la observo: está de pie a lado del marco de la puerta, y casi me entra remordimiento y culpabilidad cuando veo su expresión frustrada, sin embargo, el sentimiento se va y solo dejo el taco en el piso, dejando escapar una risa inaudible.

Qué bueno que todo lo que conlleve mecánica se me da muy bien, ¿verdad?

Espera mi respuesta, recorre sus ojos al lugar donde suenan los radios repitiéndome una clave y su mano aprieta el pomo de la puerta. Está malhumorada solo por una llanta ponchada.

—Un por favor me caería bien —comento, clavando mis ojos sobre los suyos, esperando que me lo pida de esa manera.

No le cuesta mucho hacerlo, porque sabe que debió haberlo dicho desde antes.
—Por favor.

No me hago del rogar, así que tomo mis cosas, como mis llaves y la cajetilla empezada de cigarros y acorto la distancia a la puerta.

—Vamos, checaré la llanta.

La escucho que suelta un suspiro de alivio y la encamino a la zona donde sé que no nos verá nadie salir. Danielle camina por unos cuantos pasos delante de mí, y eso me hace recorrerla inevitablemente con la mirada: su conjunto de traje negro la hace ver alta y delgada, y ante su porte luce la marca. Sus zapatos altos de tacón se clavan en el asfalto con firmeza, incluso mirándolos con atención puedo notar que en la puntas largas y delgadas una serpiente dorada los rodea.

Sus hombros se ponen tensos cuando siente la intensidad de mis ojos, así que desvío la vista y en silencio llegamos hacia su auto, que por casualidad está adelante de mi camioneta.

Enciendo la linterna del celular, fingiendo buscar la llanta ponchada, pero ya sé que es la delantera.

—Es ésta —señala Danielle, deteniéndose a lado de la llanta —. No sé porqué se ponchó, llegué aquí muy bien.

Me agacho frente a la llanta y presiono mi dedo índice sobre la abertura que está dejando salir el aire. Les ordené que fuera un pinchazo leve, pero veo que se les pasó la mano.

Recojo disimuladamente el tornillo que yace en el suelo y me pongo de pie.

—Traías un tornillo —miento, mostrándole el tornillo en mis dedos. Sus cejas se disparan hacia arriba con extrañeza —. Quizás lo agarraste en el camino.

Cierra los ojos por un momento, traga saliva y su cara se convierte en preocupación. Le urge irse de aquí, por eso siempre está tensa y alerta, en la inauguración del club fue lo mismo, no quiere levantar sospechas de nadie, y por esa razón la única manera en la que se le olvida y se relaja es cuando estamos encerrados y no hay nadie más.

—¿Y podrías cambiarla? —inquiere, con su voz en un bajo hilo que se pierde entre la brisa de la noche.

Chasqueo la lengua, guardo silencio y finjo que lo pienso.

La mujer del Diablo. [+18]Where stories live. Discover now