Capítulo 32

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–Te lo he dicho veinte veces, están encima del estante de la vitro en el cuarto armario de la derecha –repitió Abril a Hugo, el primo mayor de los tres que estaban allí.

–Que no lo encuentro, no sé cómo quieres que te lo diga. He mirado en el cuarto armario de la derecha cuatro veces y no aparece por más que lo abra y lo cierre esperando que sea invisible y decida dejar de serlo.

–Cómo vaya yo y lo encuentre –Álvaro, el primo mediano fue de pasada y se burló de lo que Cayetana estaría a punto de decir. Pero esta se calló y alzó el mentón, demostrando... no sé qué, pero intentando que no se burlaran de ella.

–Yo no digo esas cosas, suenan a madre –se ofendió. –Pero como lo encuentre te llevas un capón –Hugo me miró e hizo un gesto de "está loca" y me reí en bajo.

Entramos los tres a buscar los platos de cartón que habían comprado para usar.

–Estaban aquí hace media hora, ¿a dónde narices han ido?

–Igual con el viento han echado a volar –Álvaro pasó de nuevo con cosas en las manos, cargado, dirección al patio.

–¿Y tú quieres dejar de ponerle puntilla a todo lo que digo? –chilló Cayetana para que este le oyera.

Leo apareció y se quedó mirándonos, esperando órdenes.

–¿Necesitáis ayuda con algo más?

Los primos de Cayetana eran tres: Hugo, que era el mayor de todos, el más prepotente y el que más bueno estaba también, con un toque de tipo duro pero un amor por dentro, aunque jamás lo admitiría. Álvaro era el segundo, le gustaba picar a Cayetana a más no poder y molestar a todo el que se pusiera por delante también, era muy extrovertido y tampoco estaba mal, que se diga. Y Leo era el último, el más pequeño, que siempre había sido más recatado y tímido, pero se podía confiar en él para hablar y era muy simpático. Y... tampoco estaba mal. Es que esa familia tenía buenos genes y no hacía falta mucho para verlo. Y otra cosa que también tenían en común y para lo único que se aliarían los tres era proteger a Cayetana. Habían crecido muy unidos y ella era hija única, lo que hacía que ellos se preocuparan por ella como sus hermanos mayores, lo que a veces la cansaba un poco pero en el fondo le encantaba.

–¿Y dónde están los refrescos? Si estaban aquí también –Cayetana buscaba por todos los cajones y muebles y parecía no encontrar nada.

–Los he sacado ya –respondió Leo.

–Vale, perfecto, pero lo que sí que ha desaparecido son los malditos platos, que no los encuentro.

–También los he sacado ya –anunció Leo.

–¿Y los vasos?

–También.

–Ah, pues qué bien oye, todo en su sitio entonces. Qué rápido eres –le felicitó Caye.

–Rápido no, habéis estado quince minutos revisando el ph de la piscina. No sé para qué os tomáis tantas molestias, si nos da reacción pues no vamos a trabajar, ya ves tú –se metió las manos en los bolsillos. Hugo se cruzó de brazos e intentó encajar piezas en su cabeza.

–Oye, pues sí que te estás tomando más molestias que otros años.

–Ya, pero es porque vienen invitados que nunca han estado y quiero que esté todo bien –sacó hielos del congelador y se hizo la loca echando a andar al patio. Los dos primos que quedaban se quedaron mirándome con las cejas juntas y la siguieron.

–Y... ¿quién decías que venía? –preguntó.

–Amigos de Abril –respondió simplemente. Empezó a echar hielos en todos los vasos y Álvaro, que todavía estaba echando patatas en platos, se la quedó mirando extrañado.

Patio para dosWhere stories live. Discover now