Capítulo 31

90 12 2
                                    


El lunes tampoco había descansado porque no había dejado de darle vueltas a la reflexión de Cayetana. Y es que era verdad, ella me conocía perfectamente y sabía cómo me sentía con todo eso.

Antes de que Ethan llamara a la persiana esa mañana yo ya me había levantado para prepararme un café y le había mandado un mensaje diciendo que saldría en breve. Pero no sabía si estaba preparada para enfrentarme a él. Y no digo en el entrenamiento, eso me daba igual, digo en el sentido de tener que exponer lo que estaba empezando a sentir. Eso era mucho más complicado que recibir golpes físicos y no tengo ninguna duda.

–Qué extraño se me hace que te hayas despertado por tu cuenta –Ethan estaba cruzado de brazos en medio del patio, con un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes que hacía que sus brazos quedaran al descubierto. Intenté evitar mirar los brazos que se notaban duros y fuertes y le miré a la cara.

–He dormido poco –admití saliendo y colocándome en frente suya.

–No te vas a librar otro día más –dijo, entendiendo que intentaba escaquearme del entrenamiento de nuevo. –Parece que intentas esquivarme.

–¿Parece? –pregunté en tono irónico.

–Auch.

Comenzamos el entrenamiento y todo parecía seguir como siempre, no parecía que hubiera un ambiente tenso, sino lo contrario, de nerviosismo porque ninguno de los dos sabíamos en qué punto nos encontrábamos. Pero aun así supimos gestionarlo, al menos casi todo.

–Pareces despistada hoy –dijo encima de mí, jadeando igual que yo por el esfuerzo y cansancio. Hice la técnica que me había enseñado y me coloqué encima con aires de suficiencia.

–Pero aun así soy capaz de hacerlo. No puedes negar que soy tu mejor alumna. La única, pero la mejor también.

–Ya me di cuenta de que cuando estás nerviosa o preocupada das mejores codazos –observé su cara, viendo que ya se le había curado la herida y me disculpé de nuevo. –No te preocupes, tendrás que hacer algo más que eso para conseguir que me aleje –me agarró las muñecas cuando estaba desprevenida y volvió a colocarse encima de mí.

–Créeme, tengo muchas formas de hacerlo. Tengo millones.

–¿Aparte de atraer a una secta a mi casa y crearme un perfil de citas?

–Muchas más –amenacé.

–Por cierto, gracias por ser tan amable de haber puesto mi número de teléfono. Me han contactado tres personas ya. Soy bastante popular entre el público masculino, al parecer –me coloqué de nuevo encima de él y me reí.

–Pues igual es que estás buscando entre el público equivocado –alcé una ceja y me levanté.

–No lo creo –susurró tan bajo que casi no le escuché.

–Bueno, ¿no piensas enseñarme nada nuevo? Ya domino a la perfección todo lo que me has mostrado. Merezco subir de nivel, admítelo.

–¿Subir de nivel? –preguntó con voz extraña. –Bien, tú lo has querido.

Me cogió de la muñeca y me colocó de espaldas a la pared con las piernas ligeramente abiertas.

–Si me acorralan así no creo que sea capaz de huir –comenté, dándome cuenta de que si eso ocurría no podría lograrlo. Él rio ligeramente y se acercó más a mí.

–Siempre hay una forma de hacerlo. No te pongas límites si es porque no lo has aprendido todavía, pero siempre hay cómo escapar –murmuró. Respiré hondo y esperé. –Si alguien que no soy yo comete el error de ponerte contra la pared, lo va a lamentar porque se irá... con el rabo entre las piernas –carraspeó. –Imaginemos que soy un ladrón que quiere robarte lo que llevas en el bolsillo. Tú no me lo has dado por las buenas y entonces pienso que ponerte así –explicó, agarrando mis dos muñecas con una sola de sus manos por encima de mi cabeza, poniendo mis brazos bien estirados. Ni siquiera me planteé forcejear, porque sabía que sería un error y no lo conseguiría, en cambio las relajé y permití que las sujetara sin esfuerzo. Apoyé la cabeza en la pared, intentando mantener mi vista fija en sus ojos, solo en eso. Me sentía expuesta, y apostaba que si fuera otra persona estaría frenética intentando soltarme, pero con él... con él era distinto. –Como ves, me queda una mano libre para hacer con ella lo que quiera, y tú debes impedir que eso ocurra. Cuando yo intente meter la mano en tu bolsillo tienes que aprovechar ese segundo de distracción en la que bajo la vista para mirar dónde se encuentra, para poder golpearme la entrepierna con todas tus fuerzas. Hipotéticamente, no lo hagas de verdad porque me puedo pasar una semana sin sentarme por tu culpa. Ya hemos visto que eres más que fuerte, no quiero comprobarlo de nuevo –me reí ligeramente y asentí, entendiendo lo que decía. Debía simular el golpe, no darlo. Él, a cámara lenta, acercó su mano a mi bolsillo, y yo le rocé con mi rodilla y se alejó. –Vale, ahora que se ha alejado un poco de ti tienes que asegurarte de que no te perseguirá que no pueda correr detrás de ti, golpeándole de nuevo en la cara, más fuerte –simulé lo que me decía y me felicitó.

Lo repetimos dos veces más y me quedó clarísimo, sabía todo lo que tenía que hacer y él parecía satisfecho. Lo hicimos una última vez, pero... esa fue un poco distinta.

Se acercó y de nuevo me agarró las manos por encima de la cabeza, dejando mi cuerpo indefenso ante su otra mano. Me miró a la cara, fijamente, como si pudiera ver a través de mis ojos. Ambos teníamos la respiración agitada y la boca entreabierta. Desvió su mirada dos segundos, solo dos, a mi boca, recorriendo mis labios con los ojos. Tragué saliva y él lo vio, regresando la vista donde había estado siempre. Sin bajar y desviar la mirada a su mano, que ya sabía perfectamente dónde se encontraba mi bolsillo, empezó a moverla lentamente hasta que noté que rozaba mi pierna con sus dedos.

–¿Has olvidado cómo se hace? –preguntó al darse cuenta de que no tenía intenciones de repetir la maniobra. Negué ligeramente con la cabeza pero no dije nada. Nuestros cuerpos parecían querer estar más cerca, pero yo no podía moverme y él lo sabía, así que dio un pequeño paso que hizo que su cabeza estuviera más alta y tuviera que inclinarse para seguir mirándome. –¿A qué estás esperando? –susurró pocos centímetros por encima de mí. –Vamos, intenta escapar.

–¿Y si no quiero hacerlo? –jadeé cuando su mano cogió mi cintura en vez de continuar en la entrada del bolsillo.

–Ya lo has hecho muchas veces, hazlo de nuevo, escapa otra vez –ordenó sin estar seguro de lo que decía. Y yo tampoco estaba segura de si lo decía de verdad o iba con segundas intenciones, pero aun así respondí:

–Ya lo he hecho demasiadas veces –maticé sin dejar de mirarle a los ojos. Él apretó más fuerte mis muñecas y pasó su otra mano por detrás de mi espalda, atrayéndome hacia él.

–¿Eso qué significa, Abril? Dilo, necesito que lo digas para estar seguro de qué es lo que quieres –él parecía confundido, y era normal, habíamos dado tantas vueltas, recorrido tanto camino para llegar donde estábamos, que no sabía si de verdad era lo que quería.

–Eso, Ethan, –pronuncié lentamente, saboreando su nombre en mi boca, –significa que estoy cansada de huir de ti. Que no voy a seguir jugando al ratón y al gato contigo.

–No sé si estoy seguro de lo que significa eso –me retó, acercándose un poco más, pero demasiado lento. Demasiado despacio. –Sabes que yo y tus expresiones confusas... –achinó los ojos.

–Quiero que lo hagas de una maldita vez –pronuncié en francés, cada palabra, lenta y clara, para que me entendiera sin lugar a duda, –quiero que me beses.

Respiró una vez más y me sonrió a mí, solo a mí. Y entonces se abalanzó rápidamente, como si no pudiera permanecer ni un solo segundo más lejos de mí. Nuestros labios se encontraron después de tanto tiempo y parecía que habían nacido para eso, para estar juntos, para besarse. Mis piernas parecían de gelatina, pero él me agarraba de la cintura e impedía que me cayera. Me soltó las manos, que hasta entonces habían permanecido bajo su mandato, y llevó la suya hasta mi nuca, profundizando ese beso que debería haber ocurrido hacía mucho. Por mi parte llevé las mías a su cuello, sujetándome de él para no caerme, y pareció descolocarle porque al rozarle bufó entre mi boca e hizo que un pequeño jadeo escapara de la mía.

Pero la puerta sonó y nos quedamos quietos, así como nos había pillado, en medio del beso más apasionante y esperado que había dado jamás. Nos alejamos lentamente y nos miramos a los ojos que se miraban con una lujuria y un deseo que nunca, ni siquiera en los libros, hubiera imaginado que existiera.

–Es pronto e igual es importante –pronuncié con dificultad entre respiraciones. Él asintió dejándome espacio para ir a abrir la puerta. Anduve con paso indeciso, todavía jadeando, pero llegué a la puerta en poco tiempo. Al abrir vi que no había nadie, pero un papel estaba pegado en mi puerta.

Estoy donando dinero por cada persona que toque el timbre. Si es antes de las ocho de la mañana donaré el doble. ¡Ayúdame a donar llamando tantas veces como quieras!

Me mordí el labio en un intento de que la risa no se me escapara y arranqué la hoja de mi puerta. La llevé conmigo hasta el patio y la ondeé para que Ethan la viera.

–¿Qué significa esto? –no sabía si estaba cabreada de verdad o solo intentaba aparentarlo delante suya.

–Ibas ganando con lo del perfil de las citas... y ayer me contactó uno demasiado insistente con llevarme a su casa... No sé, pensé que debía devolvértela.

–Así que ahora vas ganando tú... –adiviné. Él se encogió de hombros asintió.

–Supongo que sí. 

Patio para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora