Capítulo 26

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Los golpes de la persiana me despertaron. Miré la hora y me di cuenta de que solo podía ser Ethan el que llamaba. Aunque, bueno, qué tontería, si era desde el patio no podía haber sido otra persona.

Me estiré en la cama y suspiré sonoramente. Volvió a llamar y me tapé con la almohada la cara. Al ver que no me despertaba con los golpes me llamó por teléfono, y nada más descolgar hablé yo sin dejarle hacerlo.

–Que sí, pesado, que ya voy –y colgué. Levanté la persiana y me le encontré de brazos cruzados, esperando que saliera, ya vestido con ropa de deporte. Abrí la ventana. –Yo que tú esperaría a que me tome mi café de por las mañanas, si no, sufrirás las consecuencias –le avisé.

–Habíamos quedado a las seis –dijo sin más.

–Sí, pero a las seis me levantaba. No he desayunado y sin el café estás perdido –desapareció dos segundos y cuando volvió lo hizo con un plato de tortitas entre las manos.

–Te he hecho crepes. He intuido que no eres una persona muy madrugadora. Bueno, intuido no, que me lo has dejado claro en más de una ocasión, muy sutil y educadamente. Así que pensé que después del entrenamiento de ayer y el que haremos hoy... necesitarás comida.

Me tendió el plato y lo cogí un poco desconcertada.

–Gracias –dije simplemente. –Si quieres... puedes entrar a desayunar conmigo –ofrecí. Ya que el chico se había molestado en prepararme tortitas pues no iba a hacerle el feo de quedarme con el plato y dejarle esperando.

–No querría... molestar. Puedo esperarte fuera. En serio, desayuna y cuando termines sales. Sin prisa, yo ya he desayunado –respondió algo nervioso por haberle invitado. Pero que solo había sido cortesía, nada más.

–Bien, gracias por las tortitas –negó con la cabeza en gesto molesto. –¿Qué?

–Si vamos a ser vecinos tienes que saber que eso son crepes. Estás ofendiendo mis raíces francesas. Ya te lo he pasado muchas veces y es como si yo te digo que la paella lleva kétchup.

Me fui al salón, ignorándole, a prepararme un café y tomármelo rápidamente para no hacerle esperar.

–Muy ricas tus tor... crepes. Muy ricos –sonreí y vio que después del café estaba de mejor humor.

–Bien, pues podemos empezar –el Sol aún no había salido y parecía que era medianoche por la poca luz que había. No teníamos luz en el patio y ahora me hubiera venido de maravilla el foco que devolví después de darme cuenta de que no le había molestado a Ethan.

Después de hacer unos estiramientos sacó una esterilla y la puso en el suelo.

–Veo que te lo has tomado en serio.

–Todo lo que hago me lo tomo en serio –respondió. –A ver, vamos a empezar por algo fácil. Cuando alguien intenta atacarte, lo que hace es agarrarte, de cualquier parte, pero es bastante frecuente que si eres una chica lo hagan del pelo –se acercó hasta quedar a dos pasos de mí y alcé la cabeza para poder seguir mirándole a la cara. –Recógete el pelo –me ordenó y le obedecí. –Bien, si yo te agarro así –con una mano me agarró suavemente del moño improvisado, sin llegar a tirarme, –tienes que agarrar mi muñeca con fuerza para que yo no pueda moverte la cabeza bruscamente y hacerte daño. –Hice lo que me decía y con mis dos manos agarré su muñeca. –¿Ves? Así no puedo moverte. Ahora que tienes inmovilizada la mano con la que podía hacerte daño, vas a abrir las piernas y agacharte ligeramente para ganar estabilidad. Si permaneces rígida como un palo es fácil tirarte –explicó. Asentí e hice lo que me decía. Estábamos literalmente rozando nuestros cuerpos pero no levanté la cabeza, estaba atenta a lo que tenía que estarlo en ese momento. –Y ahora tienes que hacer un movimiento que me gire la muñeca y me haga daño para obligarme a soltarte del pelo, retorcerme el brazo. Y cuando tenga el brazo en mala posición le darías una patada en la entrepierna, lo cual te permitiría correr si es necesario.

Después de repetir los mismos movimientos unas cuantas veces, terminé por entenderlo y pasamos a lo siguiente.

–Vale, esta es más simple, vamos a ponernos en el supuesto de que alguien se te acerca por detrás –me giró con un brazo y me quedé de espaldas a él. Se pegó a mí, rozando nuestros cuerpos desde las piernas hasta su pecho contra mi espalda, y me agarró de la cintura. –Ahora mismo estarías inmovilizada porque te retengo por tu centro de gravedad. No puedes correr, no puedes huir –pegó su boca a mi oído y tuve que cerrar los ojos para concentrarme. –El atacante está demasiado interesado en agarrarte, no esperará que le hagas nada, solo que intentes huir, pero no puedes. Así que vas a doblar tu brazo y darme con el codo en la cara, así me obligas a soltarte –lo simulé y este se agachó ligeramente –y ahora que estoy agachado y soy vulnerable tienes que darme en la boca del estómago para dejarme fuera de juego.

Después de un rato de distintas defensas y practicar algunos golpes que me había enseñado, estábamos agotados, los dos. Aunque yo seguro que más que él porque me dolía el cuerpo del día anterior y el culetazo que me di. Y que tenía menos fondo físico que una persona nonagenaria, también te digo.

–Una más y por hoy hemos terminado –me dejó respirar unos segundos después de haber hecho un repaso de tres tipos de puñetazos distintos. El Sol empezaba a salir y dentro de poco, un día normal, me estaría despertando para irme al trabajo.

–Yo ya he tenido suficiente para todo el año, sinceramente –anuncié respirando con la boca abierta y las manos en la tripa como si me fuera a dar el flato.

–No seas quejica. –Cuando me recuperé, me acerqué a él de nuevo y esperé sus órdenes. –En esta vamos a practicar qué hacer cuando te tiran al suelo –explicó. Miré la esterilla y luego a él de nuevo, entendiendo que tendría que tumbarme y él estaría encima de mí. Respiré hondo y me tumbé boca arriba. Lentamente se apoyó en sus rodillas y poco a poco se colocó encima de mí. Tragué saliva y vi cómo sus manos se colocaban a ambos lados de mi cabeza. Era tan parecido a mi sueño... –Si alguien te tira al suelo y consigue colocar sus manos en tu cuello, para intentar estrangularte... –me miró a los ojos y sus manos se deslizaron hasta la piel sensible de mi cuello, acariciándolo lentamente, pero simulando estar asfixiándome. Él notaba mi respiración agitada y cómo tragaba saliva, pero no dijo nada al respecto. –Si... si consiguen estar así tienes que librarte cuanto antes de su agarre, para poder respirar. Tienes que abrir sus muñecas con tus manos. Y cuando tengas la vía respiratoria libre colocas tu pie en mi rodilla para empujarme con todas tus fuerzas y que pierda el único equilibrio que tengo. Y cuando lo hagas te tiras encima mía y tienes el control de la situación –repetí cada paso que me había indicado y me puse encima, a horcajadas de él.

–¿Y ahora se supone que debería pegarte? –pregunté, sabiendo la respuesta. Pero es que estar encima suya, con mis manos reposando en su estómago... era demasiado. Asintió sin poder hablar y miré el cielo, ahora iluminado casi por completo. Regresé la vista a él, pero no se había movido, había estado todo el tiempo mirándome a la cara.

Lentamente levantó una mano hasta llegar a mi pelo, y colocó un mechón que se había escapado del moño deshecho detrás de mi oreja. En ningún momento dejamos de mirarnos a los ojos y supe que ese era el momento que no sabía que llegaría cuando nos conocimos. Ese era el momento que los dos habíamos querido y a la vez habíamos pospuesto tanto. Respiré una vez más, con la boca entreabierta y él intentó acercarme lentamente con su mano aún en mi cara. Me acarició con el pulgar la mejilla cuando casi estuve tumbada encima suya.

Nuestras respiraciones ya se habían encontrado y estábamos tan cerca que era imposible que nuestras narices no se estuvieran rozando.

Y entonces mi teléfono sonó en el salón de mi casa, lo que hizo que el momento se desvaneciera y me levantara rápidamente, sorprendida.

–Yo, yo... –tartamudeé sin saber qué decir. Él no dijo nada y se levantó también. Fui corriendo a ver quién me llamaba tan temprano, pero cuando vi que era una maldita alarma que había olvidado apagar, maldije en silencio.

Y cuando salí él ya no estaba. 

Patio para dosWhere stories live. Discover now