Capítulo 5

120 13 1
                                    


Cuando comencé de nuevo el trabajo fue mucho más extraño de lo que recordaba. Aunque, claro, ahora muchas caras conocidas eran las que entraban a la nueva clínica de Blanca. Me había acostumbrado a atender desconocidos y ahora que todo el mundo me reconociera en el trabajo como la hija de Carmen... era bastante patético.

Pero debía acostumbrarme porque hasta que encontrara trabajo de lo mío... quién sabía cuánto tiempo podría pasar. Incluso había echado ofertas por internet en los alrededores, aunque tuviera que desplazarme, pero soñaba con el día en que pudiera trabajar de lo mío, de verdad.

Al llegar a casa estaba bastante agotada, el socializar con tanta gente conocida me había dejado molida. Y el tener que repetir mil veces lo que había estudiado, dónde y cómo me iba... uf, qué pereza.

Cuando terminé de cenar me puse a ver una película y cogí un bote de helado para comer directamente de él, porque me lo había ganado. Pero empecé a oír unos golpes y sonidos extraños en el patio. En mi patio. Y yo tenía la ventana por la que se accedía desde el salón cerrada, ¿quién habría conseguido entrar? ¿Y si me estaban intentando robar? ¿Y si era un violador? ¿Y si me mataban esa misma noche?

Toda asustada fui a la habitación, que estaba a oscuras, porque también esa ventana daba al patio, por lo que podría ver quién era. Pero desde esa perspectiva no conseguía ver qué pasaba. Así que la curiosidad me pudo y con arma en mano (y quien dice arma dice palo de la fregona) abrí la cristalera corredera del salón y salí al patio, agazapada.

–Perdón, ¿te he despertado? –¿pero qué narices...? Un chico bastante corpulento me miraba con las cejas juntas ahora que había visto que estaba con un palo de la fregona en la mano. El patio seguía a oscuras solo iluminado con las farolas de la calle que producían un ligero brillo, lo justo para no tropezar. –¿Ibas a pegarme con un palo de fregona? –preguntó con sorna.

–No, es que acostumbro a fregar a las dos de la madrugada, no te jode –respondí enfadada, porque, en serio, ¿qué hacía en mi casa?

–Pues qué horario más raro para fregar –se había colado en mi casa y encima me vacilaba, el tío...

–También lo es para hacer ruido –regañé.

–Ya, perdón, se me han caído un par de cosas y... bueno, tampoco tengo mucho sueño. La mudanza ha sido bastante rápida y tengo muchas cosas que ordenar –dijo a la par que entraba por una puerta que hasta ese momento ni había visto. Una puerta como la mía.

–Pues haz ganchillo o ve la tele, como todo el mundo, pero no te pongas a hacer bricomanía a estas horas –me crucé de brazos con el palo de la fregona entre medias. –Un momento... ¿cómo que mudanza? –me quedé en mi sitio, sin moverme, esperando que volviera a salir.

–Es como se llama cuando te mudas a otra casa –salió y puso una mesita pequeña con un aparato encima en medio del patio. Ahora que me daba cuenta tenía un ligero acento extranjero, pero tan sutil que no pude determinar de dónde.

–Ya... ya sé lo que es. Digo que a dónde te mudas.

–A mi nueva casa –volvió a meterse dentro. Apreté los dientes y conté hasta diez mentalmente para no restregarle el mocho por la cara.

–Que donde está tu nueva casa –dije cada palabra como si la masticara.

–Aquí –gritó desde dentro de su ¿casa?

Me acerqué un poco, comprobando a qué narices se refería, y para mi absoluta sorpresa había un salón idéntico al mío en dimensiones tras la puerta que había pasado. Abrí la boca tanto como pude, estupefacta porque... ¿por qué narices nadie me había informado que tenía un compañero de patio? Y ni estaba dividido ni nada. Si todavía hubiera algo que estableciera la mitad...

Patio para dosWhere stories live. Discover now