Capítulo 9

92 10 1
                                    


Esa tarde había quedado con Cayetana para ir a darnos un baño en la playa que teníamos a poco más de veinte minutos andando. Y es que aunque fuera un pueblo costero no era conocido, y eso hacía que no hubiera turistas en ninguna época del año. Lo cual era bastante bueno si piensas que así tendrás más espacio para ti, pero malo si piensas que siempre vas a tener que ver las mismas caras, sin que aparezca gente nueva.

–Es una mierda que siga prohibido el topless –se cruzó de brazos mi amiga al ver el cartel que llevaba años en la playa. Era una playa de arena muy fina, que hacía que te diera hasta gustito pisarla, pero hostia cuando hacía sol, cómo quemaba la puñetera. Casi nunca nos llovía, teniendo en cuenta que el sur de España es bastante caluroso, pero cuando lo hacía lo hacía bien. Desde nuestro pueblo, gracias a la forma que tenía la playa, se podía ver el amanecer y el atardecer en el mar; salía por un lado y se escondía por el otro, lo cual era precioso de ver.

–Es que debes tener en cuenta que hay playas especialmente para eso –le recordé. Aunque estaban más alejadas de nuestro pueblo las había en algunos sitios.

–Pero esas playas son para degenerados. Yo solo quiero que se me pongan morenas, no ver a los demás enseñando sus cosas colgantes.

–Pues lo mismo pensarán de las tuyas –me reí. Ella me dio la razón en silencio.

Nos sentamos en la arena y nos pusimos a tomar el sol durante la mayoría de la tarde. Era curioso pero después de tanto tiempo me daba paz pensar que nada en ese momento podía preocuparme. Solo escuchando el sonido del mar, ese que ya casi había olvidado en Madrid y que tanto echaba de menos... Y el olor a sal y arena, si es que eso tenía olor...

Ya había terminado la carrera, y, aunque muy a mi pesar no había encontrado todavía forma de hacer que sirviera para algo, ahí la tenía. Y tenía mi piso, el cual no era lo más grande del mundo, pero era mío. Y tenía trabajo también, aunque no me gustara ni un poquito, pero al menos podía pagarme mis propias cosas. El caso era que, en ese momento, lo tenía todo. Aunque sí era cierto que extrañaba a mis amigos de Madrid, los cuales había invitado a dormir uno de esos días en casa ya que ya estábamos en vacaciones de verano oficialmente.

El sonido del mar, la falta de preocupaciones de ese momento, y el solecito calentándome la espalda hicieron que poco a poco me quedara dormida, de esas veces que ni siquiera sabes que vas a hacerlo pero es cuando mejor descansas.

Y, de verdad, no podía creer que el destino fuera tan cabrón. De todas las personas que había en la maldita playa, de todas las que había, justo me tenía que pasar a mí.

Un fuerte impacto en la espalda me despertó de golpe. De esos que pican más que duelen. Y si encima añadimos el factor; no sabía cuánto tiempo llevaba al sol y me ardía la espalda, pues te puedes hacer una idea. Me levanté como un robot, intentando no mover mucho mi espalda colorada. Y es que ser blanca en un pueblo costero... solo me podían pasar a mi esas cosas.

–¿Pero se puede saber qué narices ha pasado? –pregunté a nadie en particular. Caye se despertó, que también estaba bastante colorada a pesar de la crema.

–Dios, qué calor –y se metió en el agua sin siquiera preguntar qué ocurría.

–¡Perdón, perdón! –unos chicos a lo lejos se estaban disculpando por haberme golpeado con una pelota de vóley.

–A ver si practicamos la puntería que como seamos así en todos lados dudo que os comais con colín –grité cabreada porque me dolía la espalda. Uno de ellos se acercó corriendo a por la pelota y cuando vi quien era me dieron ganas de estampársela en la cara.

Patio para dosOnde histórias criam vida. Descubra agora