Capítulo 2

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–Para finales del mes que viene –terminé de contarles a los chicos. –Mira que esta mañana yo sabía que no iba a ser un buen día, como cuando te despiertas con dolor de rodillas y sabes que no va a hacer buen tiempo...

–Eso es de viejos –argumentó Iván.

–Ya te pasará a ti, ya –le avisé.

–Yo creo que es una buena oportunidad para ti –me animó Rocío. Laura asintió, aunque un poco más indecisa que la primera.

–¿Irse a vivir a Cádiz porque le ofrecen el mismo trabajo que tiene ahora es una buena oportunidad? –contradijo Iván.

–No, idiota. Digo lo de volverse a Cádiz.

–Pues yo no quiero que te vayas –negó Iván. Si es que tenía que quererle. –Rocío no usa tu champú, el suyo no me gusta.

–A veces me pregunto por qué decidimos irnos juntos a vivir y nunca encuentro respuestas –le digo.

–No, ya en serio, no quiero que te vayas, Cádiz está muy lejos.

–Pero tú no eres quién para decirle que no se vaya –le espetó Rocío. –¿Y si allí encuentra trabajo de lo nuestro?

No había pensado en eso. Nosotros nos habíamos mudado a Madrid porque era donde me habían admitido para los estudios que yo quería hacer, ya que en Cádiz había menos plazas ofertadas. Si no había muchos que hubieran estudiado mi grado quizá yo podría encontrar trabajo de lo mío en un museo o incluso dando clase de latín y griego en un instituto. O cualquier cosa que no fuera traducir a pacientes anestesiados después de una endodoncia. De verdad que cualquier cosa me valía.

–Es verdad... –pensé en alto mientras que Iván y Rocío discutían. –Podría aceptar el contrato y a la vez podría buscar de lo mío. Allí tengo más posibilidades que aquí. Al fin y al cabo, los tres hemos estudiado lo mismo y yo he terminado en una clínica dental, tú en una tienda para animales –dije refiriéndome a Iván, –y tú en un Mercadona –le dije a Rocío, –bueno, y tú has estudiado otra cosa pero tú en un bar –Laura se encogió de hombros. Estudia, decían, tendrás mejor trabajo que los demás, decían. Já.

–Una carrera muy bonita, pero con poca posibilidad de encontrar algo estable –se lamentó Rocío, que había cursado mi grado también. La única que era de la rama de matemáticas era Laura.

–Piénsate bien eso de irte de aquí –me avisó Iván, –que si te vas encontraremos a una compañera de piso rápido, y ya no podrás volver.

Me habría ofendido de no ser porque en el fondo le conocía y sabía que me lo estaba diciendo porque no quería que me fuera de casa. Me senté entre ellos, ya que me había quedado de pie dando vueltas de una esquina a otra de nuestro pequeño salón relatándoles la situación.

–Os voy a echar de menos –les abracé como pude y le di un beso en la cabeza a Iván. –Qué bien huele mi champú –le susurré con una sonrisa contenida.

–Lo ves como sí –y los cuatro nos echamos a reír.

La despedida fue dura, no voy a negarlo. Llevaba casi tres años viviendo con ellos cuando decidí finalmente regresar a Cádiz, donde me había criado. En Madrid se quedaba un trocito de mi esencia, y nunca olvidaría lo bien que lo había pasado con ellos. Las noches en que Rocío nos ponía la misma película veinte veces, porque decía que Shrek siempre mejoraba el ánimo cuando este estaba caído... Cuando Laura nos preparaba bizcochos y cosas ricas para comer y llevarnos a la Universidad... Y cuando Iván, pese a que me cueste admitirlo, nos escuchaba cuando los problemas de chicos reinaban en el ambiente. Era el que nos aconsejaba siempre, porque dirán de las mujeres, pero la mente masculina era mucho más complicada y no voy a discutirlo.

–Bueno, creo que ya lo tengo todo –les dije cuando cogí la última caja de encima de la cama. Miré a mi alrededor y observé por última vez la que había sido mi habitación durante tanto tiempo, con nostalgia.

–Si se te ha quedado algo por aquí te lo enviaremos por correo –me ofreció Rocío.

–Y, si no, subes tú a recogerlo, y así nos haces una visita, que luego dices que el vago soy yo –me recriminó Iván.

–No es porque sea vaga, es porque voy a estar a más de seis horas de aquí.

–¿Eso quiere decir que no vas a venir a visitarnos nunca?

–Eso quiere decir que vendré a visitaros, pero no porque se me haya olvidado ninguna taza guardada en la estantería de la cocina. Porque no podré venir cada vez que me apetezca. Si no, venir y me lo bajáis vosotros, y así os enseño el pueblo, en julio, por ejemplo, queda poco. Estáis invitados a mi casa, si es que consigo algún alquiler pronto, si es a la de mis padres es mejor cogerse un hotel. Y yo voy con vosotros al hotel, claro.

–Ya saben que vuelves a casa, ¿no? –me preguntó mi compañera.

–La verdad es que voy a darles una sorpresita –me reí.

–¿Sorpresita? ¿Vas a presentarte en casa de tus padres a vivir sin avisarles? –asentí con la cabeza. –¡Yo quiero ver eso! Necesito que grabes su reacción –me pidió el morboso de mi amigo. Ellos ya conocían a mis padres y sabían que cuando me presentara en su casa con las maletas y cajas iba a darles una gran... sorpresa. Bueno, sorpresa es como para algo bueno, pero no se me ocurría otra palabra para describir la situación de "su única hija se independizó hace 4 años y ahora se presenta en tu casa pidiendo cobijo de nuevo". ¿Entiendes por dónde va la cosa? Aunque seguro que me insistirían en quedarme, sobre todo mi madre, la intensa y sobreprotectora.

–Te haré una copia en DVD –le prometí.

Les abracé de nuevo y me ayudaron a bajar las cajas hasta el coche, que lo tenía aparcado de mala forma en la puerta del portal. Hicimos un Tetris con las cajas que, para ser solo de una habitación, eran demasiadas, y con suerte tuve espacio para ver por el retrovisor interior del coche. Verás la multa.

–Gracias, chicos –les dije cuando hubimos colocado las últimas cajas en los asientos traseros. –Ahora solo me queda deciros que hagáis una criba selectiva con vuestro nuevo compañero de piso, que no todos van a ser tan intensos como yo.

–Eso seguro –rio Laura.

Me despedí de ellos sacando la mano por el coche, sabiendo que después de seis horas iba a tener una charla bastante... interesante. 

Patio para dosWhere stories live. Discover now