Capítulo 3

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Haber salido de una casa en la que te controlaban hasta cuantos minutos estabas en la ducha había sido de lo mejor que había hecho en toda mi vida. Sin ninguna duda. Pero claro, volver a Cádiz era una oportunidad para poder buscar de lo mío, y era o una cosa o la otra. Cómo es la vida... siempre poniéndote entre la espada y la pared.

–¡Cariño! –exclamó mi madre cuando vino corriendo a ver quién abría la casa con las llaves. –¿Pero qué haces aquí? Todavía no son tus vacaciones.

–¡Abril, cariño, qué sorpresa! –mi padre me abrazó cuando mi madre se lo permitió.

–Esa era la idea sí.

–¿Y la maleta? ¿Cuánto tiempo te quedas?

–Pues la verdad que no lo sé –solté de golpe y fui directa a la cocina a comer algo. Tantas horas al sol del casi verano se me había hecho bastante largo sin comer nada. Cogí algo de la nevera e intenté evitar las preguntas tanto como pude, pero mi madre era mi madre.

–¿No lo sabes?

–No. Me vengo aquí a vivir en lo que encuentro algo para mudarme sola en el pueblo –solté de golpe conteniendo la respiración y concentrándome en la manzana como si fuera morada.

–¡Pero eso es fantástico! Voy a preparar tu habitación, a cambiar las sábanas y... ¿quieres algo de cenar en especial? ¿Te hago el pollo en ensalada? ¿O prefieres puré de verduras?

–Mejor el puré, mamá. Teniendo en cuenta que soy vegetariana, claro –le recordé. No le entraba en la cabeza a la tía. Seguía pensando que era una fase de la adolescencia. Pero el día que me llevaron a una granja y vi los animales pastando tranquilamente, sin hacerle daño a nadie... se me rompió el corazón al pensar que después eso nos lo comíamos, ese pequeño cerdito tan gracioso me había enamorado. Que los matábamos para satisfacer nuestras propias necesidades antes que las de cualquier otro ser que habite la tierra. Y el hecho de que más adelante se viera perfectamente el matadero y el olor que había en los alrededores... vomité durante todo el día y decidí que no volvería a comer nada que se hubiera movido en algún momento de su vida. Y respeto a los que comen carne, de verdad, porque entiendo que el jamón serrano esté de vicio, pero ya no lo comparto. Al igual que espero el mismo respeto hacía mí.

–Es verdad, pues puré de verduras, entonces.

–No tienes por qué hacerme la comida mamá, estoy acostumbrada a cocinarme recetas veganas, sé que a papá y a ti os gustan otras cosas –sonreí, intentando no recordar la cantidad de animales que habían muerto para que toda la comida de la nevera de mis padres estuviera llena.

–No es molestia, hija –se fue andando rápido a arreglar mi cama y apareció mi padre. Él siempre había respetado un poco más mi intimidad, pero aun así era sobreprotector por naturaleza. Yo vine de rebote, literalmente, a mi madre le habían dicho que no podría quedarse embarazada y cuando lo hizo fue la mujer más feliz del mundo. O así lo pinta. Pero no creo yo que estar hinchada todo el día y con los tobillos como melones sea divertido.

–Qué bien que vuelvas al pueblo, cariño, hacía mucho que no te veíamos.

–Venís todos los meses a verme, papá, no hacía tanto tiempo –y sí, cada mes subían a comer o pasar el día conmigo. Y yo bajaba algunos días en vacaciones para estar en la playa y visitar a mi familia.

–Ya pero aun así te echamos de menos. Eres nuestra pequeña y por muchos años que cumplas lo seguirás siendo –sonrió con nostalgia y no supe qué contestar. –Te ayudo a meter las cosas, si vas a quedarte supongo que las habrás traído.

Cuando mi padre vio lo que habíamos hecho con todas mis cosas no pudo hacer otra cosa que reírse.

–Espero que no hayas ido por la principal, como hayas pasado el radar con esto apuesto a que no nos hará gracia la multa.

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