Capítulo 27

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Llegué al trabajo algo... molesta. No sé, quizá si esa alarma no hubiera sonado nos hubiéramos besado de una vez y hubiéramos sabido si nos gustábamos o no. Con ese beso se hubiera terminado la duda. Si nos gustábamos pues ya veríamos qué hacer con el asunto, y, si no, pues vecinos sin más. Pero ahora la situación estaba más extraña de lo normal porque después de que mi alarma sonara ya no volví a verle. No era la única molesta, al parecer, porque no se había dignado a volver ni a por el plato de las tortitas. De los crepes, qué más da. Tortitas, crepes, que es lo mismo. Francesito tiquismiquis ofendido...

–Abril, ¿me has escuchado? –preguntó Blanca agitando las hojas en sus manos.

–¿Qué? –sacudí la cabeza y volví al mundo real. Al mundo de mierda que no me permitía trabajar de lo que me gustaba y que tampoco me dejaba intentar algo con Ethan. Era el destino, admitámoslo.

–Que tienes que archivar los ficheros de los clientes por orden alfabético. Están todos aquí –me señaló un montón de hojas e intenté sonreír. –Estás como ida hoy, ¿has dormido bien?

–Sí, sí, no te preocupes. Ahora lo hago –contesté.

Esta se fue a continuar atendiendo clientes y yo me quedé en la recepción, ordenando los dichosos ficheros. Y en esas estaba cuando recibí un mensaje.


Vecino tocapelotas:

¿De quién es hoy el patio?

Perdí la cuenta cuando me fui.


Yo:

Todo tuyo.


Respondí de mala gana. Pero el idiota ni se dignó a responder. Como de costumbre últimamente, dando la cara. Y pocos minutos después me llegó otro mensaje, pero no de Ethan esta vez.


Adrián:

¿Sigue en pie lo del sábado?


Yo:

Claro.

Estoy deseando que me expliques por qué decidiste meterte en una carrera tan divertida como esa.


Adrián:

Le dijo la sartén al cazo.


Yo:

Lo mío lo es para mí.


Adrián:

Y lo mío para mí, entonces.


Al salir del trabajo le pregunté a Cayetana si le apetecía pasar la tarde conmigo. Y al principio se negó, porque el gimnasio era sagrado para ella, pero al decirle que teníamos que hablar la muy cotilla aceptó sin dudar.

–Siempre he dicho que un helado no cura heridas físicas pero sí del cora –asintió, lamiendo su cono de fresa. Estábamos paseando por la playa, con los pies descalzos y el agua mojándonos cuando la ola rompía en la orilla.

–Yo no tengo problemas del cora, como tú dices –respondí comiendo de mi propio helado.

–Bueno, entonces, ¿qué era eso tan urgente que tenías que contarme? –preguntó interesada.

Patio para dosWhere stories live. Discover now