Capítulo 4

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Vale, que sí, que yo sé que no estuvo bien lo que hice pero ¿qué opción hubieras cogido tú? ¿Dejar tu número de teléfono para que pudieras arreglar el daño que has hecho? Claro, eso demuestra que tú tienes dinero para eso, yo con mi sueldo de recepcionista pues no estaba para tirar cohetes. Así que si nadie lo vio... qué pena por el dueño del coche. Seguro que al ser tan nuevo lo tenía a todo riesgo así que no tendría problema para arreglarlo.

Después de haber ido a visitar el piso yo sola, porque no iba a dejar que mis padres me fastidiaran ese piso también, decidí que ese iba a ser el definitivo. Era bonito, pequeño pero bonito. Y mira, qué quieres que te diga, pero cuanto más pequeño menos mierda que limpiar, todo hay que decirlo. El patio era casi tan grande como el piso, tal y como me había dicho el de la inmobiliaria, pero teniendo en cuenta que el piso era pequeño tampoco es que fuera muy grande.

El precio era bastante razonable teniendo en cuenta los demás que habíamos visto así que no me lo pensé dos veces y le di la fianza y todo lo que me pidió para mudarme lo antes posible.

–Iremos a visitarte en cuanto estés instalada –aseguró mi padre.

–Habrá que ayudarla con la mudanza, y a colocar las cosas, y a limpiar antes de entrar que no sabemos quién vivía antes ni lo sucia que sería la persona.

–La verdad es que puedo hacerlo todo sola. Tampoco tengo muchas cosas y me gustaría poder ordenar el piso a mi gusto.

–No hay más que hablar, te ayudamos –sentenció mi madre.

Así que días después, gracias al cielo que no habían pasado más de un par de semanas en casa de don perfecto y doña tiquismiquis, ya estaba preparando el piso para llevar todas las cosas.

Llamé a Cayetana para que viniera a ayudarme a pintar el piso de gris, ya que siempre había querido hacerlo, pero como me había tocado compartir casa pues no me habían dejado nunca. Mis padres porque el blanco era muy elegante, y los chicos porque decían que era bastante deprimente. Pero a mí me gustaba y ahora que tenía la oportunidad...

–Pero serás –me limpié la pintura de la cara y Caye se reía como si fuera la cosa más graciosa del mundo.

–Alegra esa cara mujer, que parece que te vas de entierro –me regañó.

–¿Ah, sí?

Y después de una mano de pintura y varias manchas por todo el piso menos en donde tenía que estar, terminamos, exhaustas, de pintar el salón y la habitación. Había quedado bastante bien teniendo en cuenta que nunca había pintado ninguna pared.

El piso venía con lo básico; cama (dura) y mesillas, sillón (incómodo) y muebles y electrodomésticos (viejos). Solo me quedaba colocar todas mis cosas en los sitios correspondientes para estar listo para entrar. Al día siguiente, cuando la pintura se secara, llevaríamos todo y podría pasar oficialmente mi primera noche independizada. Independizada del todo.

–Podríamos hacer una fiesta de pijamas –aplaudió mi amiga. Sonreí por verla tan contenta de mi gran paso. Ella todavía vivía con sus padres porque... bueno, porque los suyos sí que eran abiertos y cañeros (y era una buena manera de ahorrar todo lo que pudiera). Todo lo contrario que los míos. De hecho, se puede decir que nunca se había llevado del todo bien con mis padres. Porque Caye era todo lo que mis padres no soportaban; abierta, simpática, contestona, con ropa rota y desaliñada, pero la mejor, sin duda. Aunque eso ellos no lo entendían; pensaban que el físico era muy importante en las personas y que Caye vistiera así la clasificaba como repudiada para mis padres. Después de tantos años habían aprendido a tolerarla y viceversa, pero solo para que yo no tuviera que lidiar con los comentarios cuanto menos agradables que me hacían constantemente sobre mi amiga.

–Bueno, –dije alargando demasiado la "e", –está bien.

Al día siguiente, llevamos todo lo que tenía en casa de mis padres, y Caye y yo pasamos una noche bastante divertida, la cual me aconsejó sobre todo lo que haría ella con el patio, ya que siempre había soñado con uno propio y privado, nos fuimos a dormir. Y a la mañana siguiente...

–¡Venga, arriba! Qué dormilona eres, siempre igual –notaba cómo tiraba de mi brazo para levantarme y yo me resigné a salir de la cama.

–Es pronto –gruñí y me deshice de su agarre.

Ella puso música a todo volumen hasta que me di cuenta de que no podría seguir durmiendo.

–¿Se puede saber qué hago despierta a las... ¡ocho de la mañana!? Eso es como ilegal, en serio. Hoy tengo el día libre...

–Qué exagerada... venga, que tenemos cosas que hacer.

–A partir de ahora en esta casa un día que no se trabaje la hora mínima para levantarse será a las... once, como muy pronto –le acusé con el dedo porque sabía que si volvía a quedarse me haría lo mismo.

–El café, chándal y vamos, que el profesor cañón estará a punto de llegar –me señaló la hora en el teléfono y me dieron ganas de estrangularla.

–Pero si sabes que nunca he ido al gimnasio contigo, ¿qué te hace pensar que voy a empezar ahora? –me crucé de brazos.

–Ya te lo he dicho; el entrenador –repitió como si fuera tonta.

–Que a mí me da igual el entrenador, que el único sueño que tengo ahora mismo es de irme a dormir, no de ligar, a ver si te entra en ese cabezón. Además, con el deporte, me asfixio. No soy capaz de hacer un abdominal, no sé qué quieres que haga allí.

Y después de un largo rato discutiendo decidimos que iríamos al gimnasio, yo para ver cómo Caye hacía su rutina de deporte y ella para practicarlo. Y decidimos no, decidió, porque a esas horas yo solo quería seguir durmiendo, pero con lo pesada que era preferí no escucharla.

El gimnasio estaba en el pueblo de al lado, a unos treinta minutos andando de mi nuevo piso, pero yo no estaba por la labor de andar a esas horas, así que fuimos en coche. Y me llevé tremenda represalia por eso, pero yo conducía y ella tenía que aguantarse. Le había propuesto que si quería podía correr detrás del coche, pero no quiso, así que...

Al llegar al gimnasio aparqué el coche en las pocas plazas que había, ya que no eran muchos los que decidían apuntarse al gimnasio, siendo sinceros, y entramos. Todo seguía como lo recordaba; con pocas salas y algunas máquinas repartidas por el espacio que había. Pero para ser un pueblo tampoco estaba tan mal.

Después de un rato me di cuenta de que había dejado el teléfono en el coche y le dije que iba a salir a por él. Y justo cuando estaba abriendo la puerta vi cómo se acercaba el coche que rayé con el carrito de la compra. Me puse nerviosa y casi me caigo de la impresión, y decidí entrar en el coche como si no hubiera pasado nada. Me senté en el asiento y esperé a que aparcara el coche y entrara, solo para que no me viera. Aunque era una tontería teniendo en cuenta que nadie me había visto el día anterior...

Esperé un largo rato, sin siquiera dirigir mi mirada fuera del coche, pero cuando unos nudillos golpearon el cristal del conductor se me puso un nudo en la garganta. Ahí estaba, me habían pillado. Respiré hondo y bajé la ventanilla lentamente.

–¿Te has perdido? Venga entra que ya ha venido el entrenador buenorro –susurró mi amiga. Y teniendo en cuenta que solo había un coche nuevo y el entrenador que estaba esperando acababa de llegar... sí, le había rayado el coche a él.

Escusándome de manera muy infantil y poco creíble me fui a casa y dejé a Caye allí, porque no estaba preparada para enfrentarme a aquello. No sabía mentir, y si veía al dueño del coche acabaría confesando como una idiota. 

Patio para dosWhere stories live. Discover now